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sábado, 18 mayo, 2024
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La limosna de las palabras

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

A Ma. Rosa Flores, in memoriam.

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El primer cuento que se encuentra en la compilación de textos titulada “El Aleph” de Jorge Luis Borges se titula “El inmortal”. Como en varios de sus relatos, Borges parte de una idea inicial que desarrolla de múltiples maneras. Pero, en cierto punto de la narración, concluye que la idea inicial es un absurdo o algo detestable y el resto del cuento indaga los intentos del personaje, o los personajes, por librarse de las consecuencias de aquella idea que parecía trivial, verosímil, placentera o incluso útil. Así, por ejemplo, en “Funes el memorioso” (incluido en el libro de cuentos “Ficciones”) elabora la genial idea de los románticos, y sus secuaces los filósofos idealistas, consistente en suponer una experiencia directa con la singular, inimitable y vertiginosa realidad. Ayuno de conceptos debido a su incapacidad de olvidar, i.e. abstraer, los detalles, Funes carece de la capacidad de pensar. Algo similar acontece con el relato “El inmortal”. La trama inicia cuando un supuesto “tribuno romano” acuartelado en Berenice “frente al mar Rojo” conoce, al alba tras una noche de insomnio, a un jinete moribundo al que “oscura sangre le manaba del pecho”. Ese visitante refiere la existencia de un río que “purifica de la muerte a los hombres”. Esto incita la curiosidad del tribuno, y decide buscar ese río. Flavio, procónsul de Getulia, le entrega doscientos soldados. Y a todos los pierde, pero, sin saberlo, encuentra el río, bebe de sus aguas y se torna inmortal. Tras hacerlo descubre el significado de la inmortalidad al explorar la ciudad de los inmortales. Esta es un laberinto de galerías y construcciones sin sentido claro. Construida, al parecer, sin plan evidente, como al azar, esa ciudad convence al tribuno del error garrafal que implica la inmortalidad. Llega a decir: “Esta ciudad…es tan horrible que su mera existencia y perduración…contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros” ¿Cuál es el error en la inmortalidad? La disponibilidad ilimitada de tiempo corrompe a los seres humanos, que se entregan a las más absurdas empresas. He aquí la estructura típica indicada al comienzo de esta nota: una idea al parecer genial entraña, una vez realizada, una serie de consecuencias funestas que deben ser afrontadas, acaso anuladas. Ante esto, los personajes deciden tratar de encontrar un remedio. En el caso de Funes la solución fue la muerte: no había otra solución. Borges supone que la inmortalidad ha de ser reversible, y su personaje enuncia una bonita doctrina indemostrable: la del mundo como un “sistema de precisas compensaciones”. ¿Qué significa esto? Borges alude a una condición del ser inmortal y acomete la falacia de generalizarla el mundo. Un inmortal podrá ser, a la larga, merecedor de todo castigo, así como de todo honor, pues la vertiginosa amplitud de su existencia conlleva la posibilidad de hacer todas las cosas. Aunque Borges insiste que harán nada, pues se entregarán al placer del pensamiento y la quietud. A pesar de contradecirse en cada párrafo, logra hacer creer a alguno de sus lectores que de lo antedicho se sigue que el mundo consiste de “precisas compensaciones” y por ende, así como existe un río que dota de la inmortalidad hay otro que la cura. De nuevo, un día cualquiera, encuentra ese río. Si se lee con cuidado el texto se puede encontrar una curiosa doctrina más verosímil que la supuesta explicación del cuento dada en las últimas páginas. La doctrina es la siguiente: ser inmortal es baladí. No porque todos los seres, por ignorar la muerte, lo sean. Esto es una tontería adicional a las ya señaladas, sino porque la finitud dota de valor a los actos humanos. Se ama a otra persona por su fragilidad, el tiempo limitado que posee y los riesgos que aparecen de improviso en la vida. Cualquier persona sabe que aquel o aquella que llegue a amar no sobrevivirá y está en riesgo constante. Por eso los cuidados prodigados son valiosos, y la reciprocidad un don apreciado. Todos somos mortales y tarde o temprano hemos de morir. Cualquier consuelo, generosidad, amabilidad son gestos de valor inconmensurable que a veces no son apreciados pues se finge ignorar la finitud humana. De hecho, Borges lo enfatiza cuando dice: “Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que solo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o castigarlo”. Entonces, Borges no cree en la inmortalidad, mucho menos en la resurrección de la carne. Quizá en el perdón de los pecados, pues una muerte sin continuidad llevará, a la larga, al olvido. Entonces, notamos que hay mucha crítica, pero poca racionalidad en el relato cuya terca conclusión es que incluso en la inmortalidad cualquier creatividad está vedada. Ante eso se erigen las palabras de San Pablo: la fe es la sustancia de las cosas que esperamos, la evidencia de lo que no vemos (Hebreos, 11). El constante tráfico con el mundo convence al inmortal del agotamiento de todas las cosas, de esa convicción surgen la desesperanza en lo invisible y la indiferencia a la bondad

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