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jueves, 28 marzo, 2024
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El tastuán y la niña de Jerez, de Rafael Coronel

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Editorial Gualdreño 535

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Cuando Rafael Coronel tenía alrededor de 20 años, decía: “La pintura moderna, más que pequeñas obras transportables, la encontramos en murales, nuestro país, nuestros grandes pintores, van señalando el camino que debemos seguir, evolucionando, creando, ya sean nuevas formas de pintar, de actuar, de decidir, en una palabra, nuestra personalidad”. 

Más de 70 años después de que el artista zacatecano se expresara de esta manera, se inauguró en su museo una sala que lleva su nombre, y ahí nos recibe su mural: “El tastuán y la niña de Jerez”, una obra pintada a finales del siglo XX, en 1998, en la que fuera su casa en la Ciudad de Cuernavaca, Morelos.

En el extremo izquierdo, la muerte que todo lo ve y lo abarca, le da la espalda a un personaje recostado con su máscara a un lado mientras bebe de una botella, parece embriagarse. Tal vez este sea el personaje que más pasa desapercibido y, sin embargo, tiene una carga simbólica muy importante.

Decía Octavio Paz –en “Todos Santos, Día de Muertos”- que la pobreza del mexicano puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares y que siendo su único lujo, durante las fiestas “el silencioso mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola en el aire. Descarga su alma. Y su grito, como los cohetes que tanto nos gustan, sube hasta el cielo, estalla en una explosión verde, roja, azul y blanca y cae vertiginoso dejando una cauda de chispas doradas”, y bebe…

Durante las noches de fiesta, continúa Octavio Paz, “los amigos, que durante meses no pronunciaron más palabras que las prescritas por la indispensable cortesía, se emborrachan juntos, se hacen confidencias, lloran las mismas penas, se descubren hermanos y a veces, para probarse, se matan entre sí”, por eso quizá la muerte en el mural de Rafael Coronel está ataviada con esa manta color sangre, abriendo su mano derecha de seis dedos porque con cinco no podría abarcar esa momentánea algarabía que probablemente desembocará en llanto.

El personaje azul, un moro, extiende sus manos mostrando la riqueza de sus atavíos, porque en la fiesta, en el teatro, bajo el vestuario que nos caracteriza para el gozo, somos un poco lo que no podemos ser, lo que anhelamos… atrás de él hay un “borrado”, un personaje de la Judea, fiesta en la que los actores representan a los judíos que vigilan la entrada al kaligüey, el centro ceremonial de coras y huicholes en Nayarit, para detener las fuerzas del bien y evitar que se queden con el poder. Porque todo es lucha por el poder. Llama la atención que en el hombro izquierdo de este personaje aparece una máscara veneciana: al fin y al cabo somos parte de una hibridación cultural.

La niña de Jerez aparece en el centro del mural, a sus espaldas, tres personajes tienen máscara; el primero la usa en la parte posterior de la cara; los otros dos son tastuanes -uno de frente, el otro de perfil-, los protagonistas de la fiesta de Santiago el Apóstol, patrono de varias comunidades en el estado de Zacatecas y celebrada durante el mes de julio particularmente en Moyahua. La niña nos muestra su desnudez mientras fuma un cigarrillo… es la Eva de estos tiempos. La niña que regresa a su realidad, que la enfrenta adormecida.

Decía que esta obra está llena de detalles simbólicos, otro de ellos es el machete que porta el tastuán de la máscara roja, marcado con la palabra “Jerez” y otra inscripción más que dice “I love LA”. Hay un caballo además al lado de la niña, que ve de frente también… el caballo como representación de libertad. Si acaso todo fuera un sueño, entonces la niña estaría a punto de liberarse de un yugo. No lo sabemos, quienes sí parecen comprenderlo son los dos personajes que aparecen en la esquina inferior derecha. ¿Usted qué más ve en este mural? Me gustaría saberlo.

Lo invito, estimado lector, a que visite la Sala Rafael Coronel inaugurada el 8 de julio pasado en el museo que lleva su nombre, en donde podrá apreciar además de este mural, más pinturas de caballete y esculturas del maestro zacatecano, quien también generosamente nos ha dejado el legado de su obra y la colección reunida durante toda su vida.

Que disfrute su lectura.

Jánea Estrada Lazarín

[email protected]

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_535

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