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viernes, 6 junio, 2025
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La opulencia narrativa de Gonzalo Martré

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Por: VÍCTOR DEL REAL •

■ El son del corazón

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A mí me gustan las historietas que no ocultan su sello mexicano, sobre todo las compiladas en los tres tomos de Puros cuentos. Historia del historietismo en México, escritos por Armando Bartra y Juan Manuel Aurrecoechea. Pura historia nacional. Sin embargo, ese placer desaparece bajo las toneladas de comics importados que intervinieron en el desánimo de la producción semanal de nuestros cuentos, hasta hacerlos incosteables y casi extinguirlos.

En estos tiempos de podredumbre, extraño algunas creaciones de la historieta mexicana, como Fantomas. La amenaza elegante, porque en esta serie bisemanal se sumaban, con gracia, la inteligencia y osadía del misterioso enmascarado con el buen gusto del lenguaje y el dibujo.

En Fantomas, el intríngulis se abría al recorrer la trayectoria invicta de un ladrón internacional atraído por el arte, la buena mesa y las mujeres bellas y aristócratas, pero también al disfrutar el manejo diverso de sus diálogos, que bien podría ser parte de las herramientas más elaboradas de un narrador consolidado, donde curiosamente se alternaban cavilaciones cultas con debates pacifistas, o frases célebres con fragmentos de poemas de afanes justicieros. Deseaba romper para siempre, a favor de los lectores, con estorbosos atavismos y con la trivialidad.

En su periplo, iniciado en 1969, el Fantomas agitó la creatividad de varios dibujantes y argumentistas y ahí, durante un periodo de casi diez años, Gonzalo Martré (pseudónimo de Mario Trejo González “Metztitlán, Hidalgo; 1928) nos regaló varias joyas de la dilatada variedad de su imaginación. Detrás del argumentista, asomaba la voz de un narrador ya encarrerado.

Desde principios de los años setenta, Gonzalo Martré destacó por su trabajo como argumentista de historietas, antes de ser reconocido por su copiosa narrativa. Su agudeza como observador social me llevó a concebir que leíamos a un autor que quería decir cosas diferentes y, además, que era prolífico en recursos para hacerlo.

Hace ya un buen tiempo, el camarada bolchevique Rogelio Villarreal Macías me obsequió cuatro títulos importantes, de la amplia y variada obra de un escritor engalanado con los buenos hábitos del decir capitalino. Me regaló El Chanfalla; Entre tiras, porros y caifanes, ¿Tormenta sobre México? y La casa de todos, obras donde se confirma el talento del escritor hidalguense, pues sabe dar nitidez a sus personajes, y por su sensibilidad que advierte profundamente su psicología, sus impulsos y actitudes vitales.

Con el tiempo agrupé algunas reflexiones personales, a propósito de mi libro predilecto: Entre tiras, porros y caifanes. Estoy convencido  de que el lector que persevera en reconocer la historia reciente del centro de la Ciudad de México, y que es atento en revisar el periodo de demagogia modernizadora entre el crepúsculo presidencial de Ávila Camacho y la plenitud sexenal de Miguel Alemán, tiene en este libro un relato erudito, asombroso por el dominio de su traza, las calles y su arquitectura.

Pero Gonzalo Martré va más allá, al proporcionarnos desde el viejo barrio universitario una descripción de los personajes y grupos juveniles delictivos, vecinos de los conventillos circundantes de la Facultad de Jurisprudencia; de los estudiantes prototípicos de las familias de reconocido linaje, de la clase media que comenzaba a desperezarse y pretendía lograr apresuradamente fortuna y espacios en la escala social, y de algunos políticos venales, ladrones extraídos de las filas de los denominados Hijos de la Revolución.

Son divertidas las caricaturas sutiles de algunos personajes, otrora líderes de la tranza estudiantil, que en poco tiempo serían las voces “correctas y autorizadas” de los medios de comunicación del país o miembros dirigentes de los diversos partidos políticos; se narra, con pelos y señales, la manipulación de los estudiantes con métodos represivos y violentos, por parte de las autoridades universitarias. Aquí, los líderes sindicales no se escapan; el caso de Vicente Lombardo Toledano “coleccionista de trajes grises y zapatones como tanques de guerra” es paradigmático, por la insolencia de su mentira filosófica e intelectual y por la fetidez de su discurso “progresista”. Muy debajo de ellos, se confirma la continuidad de la sociedad de clases (iba a decir de castas), al advertir que los porros, los tiras y los caifanes son la fuerza de trabajo imprescindible, el verdadero lumpen que vigoriza con su violencia a los estamentos políticos privilegiados, a cambio de salir del estrecho espacio y la miseria de las vecindades del barrio universitario.

Estoy seguro de que la narrativa de Gonzalo Martré, además de ser objeto de estudio no tardará en ser celebrada por su calidad y naturaleza innovadora, y por su obstinación de vivir apasionadamente la Ciudad de México. Por lo pronto, me declaro su humilde lector, el peor de todos. Deslizo el presente recuento por medio de mis remembranzas y anécdotas, a la manera de una respetuosa reverencia, para argumentar a mis amigos por qué es conveniente no morir, sin antes haber leído a Martré.

Tengo la convicción de que Entre tiras, porros y caifanes es una novela que puede ser considerada entre las más importantes de la narrativa moderna de México, por su diversidad, solidez y belleza, y porque en ella se encuentran las miradas y percepciones más sentidas del ser social de la gran urbe, que no se insinuaron, ni con el pétalo de una rosa, en palinuros literarios equivalentes.

Asunto principista de Martré: su contribución a las letras mexicanas es exigente de libertad e independencia creativa, para hacer de ellas los valores esenciales de todo buen escritor. Desde la obra Los endemoniados (1967) a las sobresalientes Safari en la Zona Rosa (1970) e  Idilio salvaje (2012), se erige una estela constituida por decenas de cuentos y novelas de Gonzalo Martré, para enriquecer la ruta de la literatura mexicana.

Para reconocerla, no hace falta que nuestro autor se encadene en las rejas del Palacio de Minería; basta con ahuyentar la engominada corrección política y los prejuicios clasistas de los “líderes y dirigentes” de la cultura mexicana, mediante la lectura de esta obra prolífica, donde resaltarán de inmediato los valores de una literatura de calidad. ■

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