No hay campaña ni candidato que haya vendido y señalado con tanto éxito y vehemencia la lucha contra la corrupción y los corruptos, como AMLO. Si a los mexicanos les preguntáramos en una suerte de experimento, qué es lo primero que se les viene a la cabeza cuando escuchan el nombre del presidente de México, es muy probable que las palabras “CORRUPCION” y/o “CORRUPTO” ocuparían los primeros lugares. Claro, en este momento es necesario precisar que no es que los mexicanos o los encuestados en el hipotético experimento lo consideren a él necesariamente como corrupto, más bien es el producto de una campaña de mas de veinte años, en donde el principal promotor de la lucha contra el mal que aqueja todos los espacios de la esfera pública en México ha sido el propio Andrés Manuel.
A AMLO le tocó ser jefe de gobierno aun cuando el “lagarto” de la época mas obscura de la policía de la ciudad de México, daba coletazos. Lo años 90s significaron la concentración de crímenes atroces de toda índole, incluida la corrupción y su madre, la IMPUNIDAD en la ciudad de México. La gran metrópoli del valle de México contaba con una radiografía funesta de sus policías y de las propias autoridades encargadas de investigar e impartir justicia, el D.F. era un retrato fiel de lo que pasaba en el país y que crecía como una bola de nieve. En esta misma época apenas un puñado de valientes asambleítas y por supuesto de oposición, señalaban las redes de complicidades entre autoridades y criminales; ¿quién no recuerda el periodo maldito del secuestro a gran escala en esta ciudad?
La alternancia en la CDMX, con la llegada del Ingeniero Cárdenas y después con López Obrador, le dieron un respiro de seguridad al viciado clima que por años privó en la ciudad. Las corporaciones policiacas y las autoridades judiciales pasaban como nunca por el escrutinio público, al ser una bandera de la izquierda para llegar al gobierno de la ciudad, la lucha anticorrupción y la seguridad pública. Fue desde antes, se me viene a la mente el histórico debate entre AMLO y Diego Fernández, en el cual el primero acusaba de corrupto al segundo y puso de moda el concepto de “camarilla de mafiosos” y “mafia del poder”, pero ya encumbrado en la jefatura de gobierno y con los medios de comunicación a su merced en la mañanera, el ahora presidente señalaba a diestra y siniestra los números en términos económicos que traía en perjuicio la corrupción, señalaba también personajes públicos impresentables que se prestaban a todo tipo de juegos sucios para aumentar su patrimonio y lanzaba la consigna de que “Ay de aquel, que dentro de mi gobierno corrompa o sea corrompido” so pena de ser quemado en leña verde. Después vino el BEJARANAZO con Carlos Ahumada y Rosario Robles. Pero esa es materia de otra columna.
La realidad es que ni durante la gestión de AMLO al frente del GDF, ni después con Marcelo, ni durante el sexenio de Fox, ni en el de Calderón, menos en el de Peña y tampoco ahora, según nos informa el INEGI, ha desaparecido la corrupción; tal vez ni siquiera ha disminuido, y es que, a decir verdad, la sociedad juega un papel muy importante como componente del esquema imaginario del que se concertaría un acto de corrupción. Algún presidente en el pasado, me parece que fue peña, dijo “La corrupción es un asunto de orden a veces cultural”, se le juzgó y se le criticó por ello. Hoy a la vuelta de los años, vale la pena hacerse la pregunta del sentido de esa frase. Sin apasionamientos, ¿qué de verdad tiene, dejando a un lado el dolor porque nos agravia a todos, que tan cierta es?
Dicen que el pueblo tiene el gobierno que merece y que el sistema penitenciario es el reflejo del gobierno que lo rige… hoy yo agregaría, que el futbol es el fiel espejo de la sociedad que lo consume. En estos tres componentes: Gobierno, sistema penitenciario y en el negocio del futbol mexicano profesional, hay un común denominador: la sociedad mexicana como productora y consumidora de ellos.
CONTINUARÁ…
