- Inercia
Una de las etapas de la vida del ser humano que mayor prestigio tiene en nuestra sociedad altermoderna es la juventud. En un sentido biológico, es el momento de mayor auge de la energía tanto física como química, cuando se experimenta el resplandor de los átomos y las células que nos componen.
Y también, en el ámbito social la juventud es el punto focal de la compra-venta. Las tiendas de ropa están dirigidas, en principio, a personas entre los 15 y los 35 años. La mercadotecnia basa su información en los intereses de un público semejante.
Sin embargo, aunque el espejismo de la sociedad consumista resulta favorable, los jóvenes son lo que experimentan mayor rezago en otros ámbitos, como en la seguridad, el trabajo, la educación y los valores.
El súper joven
La juventud comienza con una difícil transición, la de dejar atrás la comodidad de la dependencia que trae consigo la niñez y comenzar a encontrarse con uno mismo. Este cambio es doloroso y muchas veces resulta sumamente intolerable para los demás.
Sin embargo, hay en ese movimiento muchas situaciones favorables, pues en la búsqueda de la identidad personal está la oportunidad de experimentar, de revelarse y de descubrir, de dejar atrás tabús y reconocer la vida en sí misma, con las herramientas que cada uno trae consigo.
En esa etapa inicial debe existir aunque sea una mínima chispa de rebeldía que nos empuje a salir de la niñez, que nos haga romper esquemas preestablecidos. Muchos pasamos por esa etapa como herejes, rebelándonos ante el catolicismo imperante en la tradición familiar, como anarquistas que pintamos el cabello de colores exóticos o con tatuajes irreverentes, perforaciones en la cara o probando el alcohol y otros estimulantes. Quienes no hicieron alguna locura libertina en ese momento de su vida, probablemente se hayan quedado atrapados en algún momento de la infancia o fueron empujados a pasar hacia una falsa madurez.
En México, la juventud es peligrosa precisamente por esa chispa de energía rebelde que intenta cambiar al mundo, que cuestiona la constante inercia que nos gobierna como nación. La juventud en México es el arma más poderosa para romper con viejos sistemas anquilosados, pues es la que nos da el valor para renegar de todo y seguir adelante.
Y es por esto, que ser joven en México es, muchas veces, una condena. ¿Cuántos jóvenes han sido encarcelados por exigir una educación o una vida digna? ¿Cuántos más serán encontrados muertos en fosas de maneras horripilantes? ¿Cuántos están siendo amenazados?
Ser joven aquí es una contradicción, pues se nos exige comportarnos como niños que no pueden valerse por sí mismos, o como ancianos que cargan encima una vida de abusos y violencia sobre la que nadie puede ni quiere hacer nada.
El joven mediocre
José Ingenieros, en su famoso libro El hombre mediocre, dice que cuando el hombre comienza a preocuparse más por comprar, por tener, por las aspiraciones a cosas materiales y laborales, empieza a envejecer. En la actualidad, esta idea de Ingenieros, resulta muy radical, no solo porque un gran porcentaje de la población mundial, de edades muy tempranas, pueden encajar como ancianos, sino también porque el materialismo es ya una ideología que impera.
En México, por ejemplo, son muchas las situaciones que nos permiten reconocernos como seres inmersos en una falsa adultez. Cada que hay manifestaciones de jóvenes o de cualquier grupo disidente, se les ataca con ideas que enfatizan el hecho de que “se deben poner a trabajar en vez de andar obstruyendo el tráfico”. Este discurso de que se debe dedicar más tiempo al trabajo o a cosas productivas, es un discurso del sistema, a quien desde luego le beneficia siempre la productividad.
O por ejemplo, en pasados días, con motivo del recuerdo a la matanza de jóvenes estudiantes el 2 de octubre de 1968, varios edificios públicos, la mayoría bancos, aparecieron rayados con el símbolo de la anarquía, lo cual generó comentarios encontrados por parte de la sociedad. Muchos de los que se oponían a este tipo de actos, quizá no se dieron cuenta, pero estaban defendiendo no solo un espacio público, sino también la represión. Es grave rayar propiedad privada, y se ve mal como imagen pública, sin embargo, es más grave el daño que se le aplica a la sociedad a través de bancos y del gobierno. Estar de un lado o de otro, nos hace una sociedad fracturada, en la que los valores no tienen mucho que ver con la moral o la ética, sino con el valor adquisitivo de cada quien.
Por desgracia, y en acuerdo con José Ingenieros, hemos de reconocernos como un pueblo envejecido, en el que cada chispa de irreverencia sigue siendo apagada de formas violentísimas sin que podamos realmente defendernos. Ser joven en este país implica ser indefenso y que las aspiraciones sean apagadas por ridículas ilusiones que pueden ser compradas en cualquier supermercado. Ser joven en este país tiene más que ver con aprender el arte de la mediocridad, del silencio desproporcionado e incluso del temor a la propia juventud. ■