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viernes, 9 mayo, 2025
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Mis últimas clases de griego [Sobre Han Kang, Premio Nobel de Literatura]

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Por: DANIEL SIBAJA* •

La Gualdra 667 / Literatura / Libros

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[Parte 1, Los Oídos]

Nosotros trabajamos con niños y adolescentes —dijo el director del colegio—, y no quiero que seas un psicópata, que un día vengas con una pistola para disparar a tus estudiantes. O en el peor de los casos, que lleguen un día y te vean colgado del segundo piso. Pero esto es sólo un lamentable escenario. Espero que entiendas mi preocupación. 

Abrí mis ojos al interior de la novela de La clase de griego (2023), de Han Kang justo después de, quizá, una última advertencia en el trabajo por parte de mis jefes. Del otro lado del mundo, imaginé, frente a mí, los puentes colgantes con números de emergencia y asistencia psicológica que adornan los barandales de Seúl en Corea. Me sentí lejano. Porque leer a los premios Nobel actualmente puede llevarte a descubrir los infortunios del ego cuando se escribe, si es que uno escribe y puede escribir sin algún prejuicio encima. 

—Lea, por favor —dice el profesor, que lleva unos lentes gruesos de montura plateada, esbozando una ligera sonrisa. / —Vamos, hable. / Había dejado de pensar con el lenguaje. / Si hubiera grabado con una aguja o con sangre la senda por donde fluían las palabras…

Tengo la certeza de que escribir una oración en griego en la pizarra siempre les parece a los colegios una materia obsoleta y sin ocupación. La educación en México ha cambiado de forma apresurada. Fue a principios del año 2010, cuando muchos bachilleratos y universidades decidieron sacar aquellas clases anticuadas y que carecían de “sustento”, porque los diseñadores del currículum opinaron que la lingüística y sus fenómenos no tienen una función económica en nuestra sociedad. 

La trama de la novela avanza en progresiones, hacia una ceguera absoluta. Una joven estudiante pierde la capacidad de comunicarse, casi en el mutismo y la timidez, decide inscribirse a la clase de griego de un hombre mayor de edad. Ella sólo puede escucharlo. Ambos irán conociéndose y observando que sus sentidos más queridos, en esa pérdida eventual, será aquel puente que los conectará, hacia: …una palabra única que sintetizaba todas las lenguas.

—Sé sobre todas las firmas y problemas que has tenido en el pasado —comentó brevemente mi otra jefa—, nosotros queremos hacer ese “cambio”, por eso, debemos mantener al mayor número de alumnos. Pero si esto sigue sucediendo, yo ya no tengo armas para defenderte.

 He visto crecer la cultura maya en los últimos años. Desde la península de Yucatán en México, las pirámides y las leyendas son el emblema de los gobiernos por “resucitar” aquel auge de las familias originarias. Hoteles de cinco estrellas, playas hermosas, zonas arqueológicas restauradas. Incluso un tren, sí, de nuevo las líneas de los ferrocarriles retomando el nombre de los mayas. Cuando pienso en ello, también se me viene a la cabeza Yuri Knórozov, un lingüista ucraniano de la Unión Soviética que pudo descifrar el sistema de escritura maya. Cuando veo ese verbo “resucitar”, me hace gracia, cómo el mismo lema de los gobiernos está terminando de matar los caminos que nos llevan a descubrir y preservar ese pasado nuestro. 

Pero no estoy aquí para hablarles de política, sino del griego koiné en la novela de Han Kang. 

Por esa razón resulta difícil aprender una lengua arcaica / […] ella no deseaba amplificar de ese modo su persona / […] la tarde en que bajo el sol del patio descubrió los fonemas de su lengua materna / Había que poner en movimiento pulmones, garganta, lengua y labios, y lo que decía se transmitía haciendo vibrar el aire. 

—Hay que tener un poco de humildad, Daniel —señaló mi jefa, ella creció en la misma parte oriental de la Emérita—. Mi padre también está enfermo y aun así no puedo desquitarme con los alumnos, ellos son nuestra prioridad y nuestra responsabilidad. 

La protagonista de la novela es una mujer joven, atormentada por la muerte de su hijo, el tiempo le va quitando su capacidad del lenguaje; sin embargo, en medio de la clase de griego, ella escribe. Han Kang, de cierta manera, representa desde el inicio una alegoría a la desorientación de los sentidos, provocados, tal vez, por alguno de nuestros traumas, o por la obsesión de olvidar (yo diría, evitar) el pasado y su realidad cruda. 

Mis alumnos tienen entre 14 y 16 años de edad, y una de las preguntas frecuentes que me hacen en las clases de griego es: “¿De qué nos va a servir estudiar una lengua muerta?”. Hasta cierto punto, ha sido evidente que para un sistema como en el que vivimos, “ser tu propio jefe” sea slogan de muchas personas. Con ello, una lengua muerta se convierte en sólo eso: “algo muerto”, porque, ¿a quién le interesa saber sobre el lenguaje y sus fenómenos? Por ejemplo, cuando me cuestionan sobre mis faltas de ortografía y mi manera de hablar heredada por mis padres. Hoy estamos en un continente donde el líder más poderoso del mundo olvida que, en un país como Norteamérica, parece estúpido mencionar que el inglés es el idioma oficial del planeta Tierra. 

Podría hacer pequeños agujeros en cada una de las letras. / Se vio a sí misma reflejada en silencio en sus ojos; y dentro de ese reflejo, se vio de nuevo reflejada en silencio, y una vez más… y así hasta el infinito. 

—Quiero saber en qué más te podemos ayudar —recalca el director general del colegio—, nos encanta la pasión con la que das clases, pero nos preocupa tu falta de control en las emociones. Necesito ver tu diagnóstico. Debes entender mi estrés, tengo varios casos como el tuyo todos los días y en cada una de las secciones. 

Al igual que el maestro de griego en la novela, yo voy perdiendo la orientación de mi vista desde hace algunos años. No doy menos crédito que a mi locura por encontrar nuevas formas de leer en público. Entre caminatas y lecturas de cabeza, voy desviándome más el ojo izquierdo. Sin embargo, opino ahora que, entre todo, he olvidado mis habilidades para oír. En el colegio donde doy clases han calificado mi locura por los libros como “un autismo ejemplar y andando”. A partir de ese mismo juicio, mis estudiantes y compañeros suelen tratarme como un bicho raro. 

χαλεπὰ τὰ καλά
jalepa ta kala
la belleza es bella
la belleza es difícil
la belleza es noble

Me gustaría decirles también que he logrado abrir los oídos. Pero me equivoco, aún no puedo comprender algunas indiferencias, mi falta de empatía, o mi poca reciprocidad. Mi ego me ha desbaratado una y otra vez en cada una de mis lecturas, en cada aspecto de mi vida. En estos últimos meses que me quedan frente a la clase de griego, quisiera que mis estudiantes encuentren esa luz al final del camino. Comprender, por ejemplo, que todas las lenguas del mundo son igual de valiosas, como una caja llena de mariposas monarcas a punto de liberarse. 

He oído hablar de Han Kang y su vida junto a su padre, otro escritor como ella, pero con menos fortuna. Escuché sobre su novela La vegetariana, o sobre su último libro, Imposible decir adiós. Lo que más me llamó de La clase de griego, justo fue ese pasaje que ella cuenta sobre su forma de crecer en medio de tantos libros. La escritura no regula el sistema nervioso, pero sí te da un camino para digerirlo y transformarlo. Sí, cambiar aquello que ignoramos por vergüenza. 

En este preciso instante de vida, con los tímpanos agudos, le pregunto, a usted lector: ¿qué es eso que le agobia tanto?, ¿por qué sigue sumido en lo que dicen de usted?, ¿acaso no muchas veces lo que oímos son los rumores de nuestras propias voces?

Escríbanme, sin problema, al siguiente correo: [email protected], con gusto les leeré. 

*Mérida, Yucatán, 1997.

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