Ante la muerte de un grande, lo más predecible es la inmediata avalancha de reconocimientos, homenajes y declaraciones públicas de sentida añoranza. Aunque esto puede ser digno de agradecimiento, tales actos se arriesgan a exagerar o distorsionar su contenido, con la mejor intención y el claro prejuicio de la reciente pérdida. Por lo mismo me ha parecido más conveniente escribir sobre el paisano Antonio Aguilar y su trascendencia como emprendedor a través del filtro de un tiempo considerable tras su muerte, y sin que la aparición de estas líneas coincida con algún aniversario de nacimiento o defunción suya. Siento que de este modo puedo otorgar mayor objetividad a lo que ahora planteo.
La grandeza del zacatecano Antonio Aguilar se establece sobre varios cimientos. Uno de ellos es su extraordinaria voz, de una claridad imperante y un manejo estupendo: tan maleable que da el matiz perfecto a una canción cómica, bohemia, épica o romántica. Otra es su personalidad emprendedora, por la que no sólo escribió y produjo docenas de películas, sino que además procuró siempre que ellas fueran grabadas estrictamente en locaciones y paisajes de municipios zacatecanos.
Agreguemos, dentro de la obra de este zacatecano emprendedor, lo que nunca antes un artista mexicano había ideado (ni Infante, ni Negrete, ni Solís): diseñar, producir y enriquecer constantemente un espectáculo que reuniera, revalorara y difundiera por todo el mundo valiosos aspectos de nuestra cultura mexicana: la música, el folklore, la charrería y, sobre todo, la unión familiar. Insisto: fue algo tan inusitado como valioso; algo que superó cualquier programa gubernamental de entonces y de ahora para difundir a nuestra patria.
Con esto, Antonio Aguilar, Guillermina Jiménez (Flor Silvestre) y los entonces infaltables Toñito y Pepito proyectaron a México más que cualquier embajada en el mundo. Los Aguilar Jiménez, por iniciativa del jefe de familia, hicieron que norteamericanos y migrantes se congregaran en estadios de aquel país para aplaudir nuestra grandeza mexicana. Peruanos, dominicanos, puertorriqueños, cubanos, españoles y antillanos, entre otros, gozaban bajo las luces en estadios, plazas de toros y lienzos charros, y aprendían las suertes charras acompañados por esa voz bravía del de Villanueva. La calidad del espectáculo y, sobre todo, el talento, carisma y visión del charro zacatecano dejaron huella honda en muchos países. Sólo de ese modo podemos explicarnos, por ejemplo, que decenas de mariachis colombianos inundaran Bogotá con casi ochocientas canciones de Antonio Aguilar el día de la muerte de éste.
Antonio Aguilar es único: es el zacatecano emprendedor y muy grande embajador que jamás ha tenido México. Su constante albur de amor nos deja no triste recuerdo, sino una sonaja de canciones pícaras, rancheras, boleros, corridos y acompañamientos con banda o tamborazo zacatecano. Lo recordamos partiendo plaza como el que más; cabalgando un brioso amaestrado y ondeando en todo lo alto la bandera tricolor en medio de aplausos de personas de todas nacionalidades.
Su discurso no estaba compuesto sólo por palabras. Ahí están sus aportaciones a Zacatecas, las fuentes de empleo por él creadas durante las filmaciones, el apoyo a compositores locales (como el juchipilense y también extinto Catarino Lara), y el impulso a las agrupaciones de migrantes zacatecanos en Estados Unidos, así como el fortalecimiento moral y monetario a los proyectos del Programa Binacional 3 x 1.
¿Existe otro quien haya enaltecido así nuestra cultura musical charra y bravía, tanto al interior del propio país, como desde Filipinas hasta Tierra de Fuego?
Éste es “porque aquí queda, porque su semilla creció árbol con fuertes ramas” el mejor embajador de lo nuestro, el siempre orgulloso de su Patria, El Charro de México, don Antonio Aguilar.
Que también tiene leyenda negra y hasta un lado oculto no es de extrañar: solamente los mediocres, los que nada se atreven a hacer y a arriesgar, están exentos de errores y por eso pueden deslizar historias horrendas sobre los grandes. Yo estoy orgulloso de los zacatecanos que dejan no tanto un nombre, sino más bien un legado. Yo estoy orgulloso de los paisanos emprendedores, de los que hacen que la palabra “Zacatecas” sea dicha entre conversaciones en inglés, francés, chino o cualquier otro idioma. Estoy orgulloso del Antonio Aguilar emprendedor y de quienes puedan igualársele, quienes me dejan un ejemplo que, junto con mis hijos, también puedo seguir.