En los momentos en que vivimos la guerra mediática ha pasado de una estrategia de carácter “nuclear”, es decir, como última alternativa, o de uso medio, a una constante en nuestra vida política, quizá, en un contexto en el que las emociones políticas son parte innegable de las estrategias de comunicación, persuasión y combate político en sentido amplio. Esto a su vez ha derivado en condiciones propicias para la polarización. Incluso, se puede apreciar que dichas modalidades de comunicación han sido deliberadamente utilizadas justo con el objetivo de polarizar en diversos puntos del orbe. Destacadamente podemos citar el caso de México, Brasil (que acaba de pasar por una elección que lo demostró), Colombia y por supuesto el caso en boga: los Estados Unidos, frente al fenómeno del trumpismo, como bien lo han estudiado ya Levitsky y Ziblatt en su texto Cómo mueren las democracias.
Como cada vez más analistas y estudiosos coinciden, la polarización es adversa a todo sistema democrático. Lo daña impidiendo la comunicación, interacción, acuerdos y la más mínima deliberación entre actores políticos, pero también, impide a estos la construcción de consensos por un nivel intransitable entre sus representados para aceptar ciertas concesiones inherentes a la conciliación política. Si bien es cierto que demasiado consenso o acuerdo en la agenda pública, ha resultado contraproducente, también lo es que al deslegitimar la capacidad de representación e identidad de los lectores, seguidores o públicos con los medios, la polarización tampoco ha beneficiado a los propios medios, pues, en un ambiente de pluralidad, la confrontación entre estos suele convertirlos en voceros de determinadas agendas, lo que a su vez, les resta credibilidad y capacidad de alcance, más allá del público comprometido con determinados temas, ideologías, proyectos o partidos. En tal sentido, si bien es deseable la pluralidad y transparencia en un sistema de medios democrático, no lo es la polarización, pues en tal nivel de ruido que se dinamitan puentes de encuentro y de diálogo entre la diversidad, incluso en las páginas o espacios de un mismo medio de comunicación. Ante lo expuesto, se antoja interesante promover dinámicas de transparencia que den cabida a compromisos de los medios con la agenda o proyecto de un actor, partido o gobierno en particular e incluso de candidatos. El periodismo militante es, para quien esto escribe, respetable, sin embargo, ello implica la responsabilidad de la transparencia, evitando con ello confundir al público entre una postura que busca defender subjetivamente una causa, sea o no con argumentos válidos, y una que pasa por ser objetiva cuando evidentemente no lo es. Finalmente, es importante destacar que cada vez se dibuja con mayor claridad la necesidad de una ley de medios que contribuya a la pluralidad, transparencia y equidad en el uso de los recursos del Estado en relación con los medios de comunicación.
Es también importante explorar el nivel de influencia que tienen los medios hoy en día. Podríamos aproximar que, en la etapa de transición a la democracia, México vivió una interesante experiencia en la que los medios de comunicación dieron espacio a diferentes causas y posturas que contribuyeron a la toma de decisiones públicas y ello fue evidente, más allá de la reacción particular de cada gobierno o cada actor, a la agenda mediática. En el punto en el que nos encontramos parece que hemos retornado a condiciones del antiguo régimen en nuestro país, en las que los medios son cajas de resonancia de conflictos en los que los detentadores del poder.
*Una versión de este texto fue presentado como posicionamiento en un foro académico, sobre el tema Comunicación Efectiva de Programas Públicos, dentro de la Maestría en Administración y Políticas Públicas, que cursa actualmente el autor.
@CarlosETorres_
