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sábado, 10 mayo, 2025
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

  • Violencia, violencia, violencia

Me opongo a que la nueva constante de mi país sea la violencia. Me opongo. Por ello vigilo el volumen de mi voz en casa, aborto arranques de ira ante mi hijo mayor, intento ser más cortés con los demás. Es poco, pero así empiezo.

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Abro los periódicos y la pantalla de la computadora, enciendo el televisor o el radio y encuentro lo mismo: un niño al que en el preescolar le cortan el prepucio con unas tijeras, un adolescente al que le clavan un palo de escoba en el ano, jóvenes que hincan a otra jalándola de los cabellos, un profesor que obliga a sus alumnos a besarle los pies con la amenaza de dañar a los padres de ellos, pleitos escolares a la hora de la salida, corridos de narcotraficantes que exaltan sus asesinatos como venganzas perfectas, argüendes de comadres que son novias de las hijas de sus novias.

La violencia como producto deja de ser agradable cuando se nos voltea, cuando se nos mete al patio. El narco del corrido dejará de ser un simpático Robin Hood cuando se acerque a nuestros hijos y los haga adictos a las drogas que vende. La carrilla al estudiante dejará de ser un video chistoso el día en que el estudiante sea el niño que criamos con cariño. El abuso del político dejará de ser festejado como maña ingeniosa el día en que por su culpa estemos pasando penurias.

Por si alguien todavía no se ha dado cuenta, estamos en el país de las fosas, donde los policías son más temidos que las personas que llevan detenidas.

Estamos en el país donde todavía hay amas de casa embobadas por soplidos de rosas blancas a la misma hora en que sus hijos ejercen acoso desde las redes sociales.

Estamos en el país donde las balaceras siguen cobrando víctimas “colaterales”, y para colmo los delincuentes escapan.

Estamos en la tierra de la violencia, donde el crimen parece cosechar más gente que la enfermedad.

Que los buenos somos más, dicen los empresarios que controlan lo que muchas familias ven en sus ratos de ocio o incluso los indispensables. Que somos más, pero en los noticiarios estelares se matiza la realidad de este país, de este México lindo y “qué herido”.

Se llenan la boca del orgullo de ser mexicano. ¿Dónde está ahora ese orgullo? Más bien, ¿orgullo de qué? ¿De qué cualquier vivales con mente criminal pueda ser candidato y un partido político lo imponga con todo el peso de su ley? ¿De que cualquier gañán o grupo de gañanes puedan patrocinar la campaña política de ese estúpido, y entonces se hagan dueños de él y de la tierra que gobernará? ¿De que nosotros seamos los estúpidos por seguir creyendo en los trinches discursos de “manos limpias” y “debemos unirnos” y “repruebo estos actos vergonzosos”?

Violencia, violencia, violencia.

Acostumbrado como estoy a corregir, cuando alguien dice “Pinche país” me llega el impulso de obligarlo a que recomponga su expresión. En efecto, no es “pinche país”, sino “pinches habitantes de este país”.

O sea nosotros que, literalmente, vemos la tempestad y no nos hincamos… menos nos ponemos de pie y la afrontamos.

 

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