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sábado, 24 mayo, 2025
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La banalidad del mal o el poder destructivo de la idiotez

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

Cuando oímos hablar del mal lo asociamos a eventos catastróficos y ruidosas calamidades. Pero no vemos que dichos sucesos son la explosión de una circunstancia continua que no es ruidosa, sino que transita en el incómodo silencio de una vida diaria que impide que los seres humanos desarrollemos todas las potencias de las que somos capaces y reprime el florecimiento de la persona. Todo aquello que hace que las personas no puedan ser libres y desenvuelvan sus posibilidades, es el mal; el ‘aquello’ puede ser desde invasiones, diversas esclavitudes, pobrezas, relaciones de dominio y, en general, lo que denominamos como injusticia. Y la expresión dramática del obstáculo a la persona, es el dolor, frustración, y sufrimiento que cada mujer u hombre implicado padece. Pues bien, ahora veremos cómo una reflexión que hizo Hannah Arendt, cuando fue a cubrir el juicio que se le hizo a Eichmann en Jerusalén (uno de los operadores nazis de la concentración que mató a multitud de judíos en la segunda guerra mundial), nos sirve para iluminar nuestro presente en la crisis que ahora mismo vivimos. Ella lo estudia en una circunstancia de alto dramatismo, pero refiere a una forma de mal que se puede ver en otros contextos menos estridentes.

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Los hombres malvados los asociamos a inteligencias oscuras, a locos o a psicópatas. Y cuando tomaron preso a Eichmann en Argentina para llevarlo a Jerusalén, todos pensaron encontrar a un sujeto con estas características. Arendt, ya famosa por sus sesudas reflexiones sobre el totalitarismo, viajó a cubrir el evento como un trabajo periodístico por parte de una revista para la que trabajaba en Estados Unidos. Cuando llegó al juicio se sorprendió encontrar a un Eichmann muy distinto al que esperaba observar: no era una inteligencia o voluntad del genio maligno; sino encontró a un tipo de lo más común, del montón y absolutamente ordinario. No era el prototipo lleno de odio, orgullo, envidia y resentimiento haciendo retórica envolvente para confundir al adversario. NO: era un sujeto superficial que, con su acción, generó mucho sufrimiento. No era un demonio, sino un simple administrador de la maquinaria del mal. Era un mediocre lacayo de un sistema que había invertido los valores. Y fue justamente eso lo que la dejó fría, y la hizo investigar el asunto.

Lo que llevó a Arendt a investigar no sólo qué hizo ese hombre, sino cómo y por qué actuó. Cuáles eran los móviles de su acción. Lo que encontró fue que actuaba siguiendo libretos previamente construidos, operaba y obedecía a un mecanismo impuesto. De tal manera que sus acción no podía generar novedad o alteridad alguna. La acción de alteración es producto de la previa capacidad de juicio: la alteración es producto del pensamiento. Y este tipo era incapaz de juicio: de discernimiento y diálogo interior autónomo y con resoluciones propias. Pensamiento no es lo mismo que conocimiento; alguien con déficit de juicio o pensamiento no es alguien necesariamente ignorante, bien puede tratarse de alguien que posee teorías o puede resolver problemas técnicos. Pero el pensar es un buscar nuevos caminos a temas de corte moral (en el ámbito del juicio de y sobre la acción humana). Pensar o hacer juicios críticos implica discernir una decisión-propia. La ausencia de pensamiento entraña la ausencia de decisiones propias, y con ello, la decisión se convierte en una adaptación a moldes pre-elaborados. Todas las respuestas de Eichmann eran clichés, tarjetas ya hechas que sacaba según la situación. No tenía procesos meditativos sentados en una voluntad libre que le llevaran a responder de forma creativa en circunstancias difíciles. Justamente pensar es buscar, y se busca algo que no hay; por ello, pensar es crear nuevas posibilidades. El tipo-Eichmann no busca, sólo repite, obedece o se deja llevar por la fuerza del río de los acontecimientos. Así, el régimen cambió los valores que él tuvo en la infancia, pero aun así se adaptó sin problemas. Y esta incapacidad de pensar, es un móvil de grandes males por dos razones: porque en un ambiente irreflexivo que no alcanza a evaluar la situación singular que se vive, las personas pasan a ser superfluas, lo único que se toma en cuenta son respuestas mecánicas de un tarjetero impersonal. Y porque una crisis es justamente un momento de enfrentar la situaciones con innovación, y aplicar respuestas mecánicas a una situación que requiere de innovación significará agravar la crisis, y con ello, arrasar el bienestar de la personas.

Pero si la acción de hombres tipo-Eichann, tienen efecto y se sostienen, es porque hay otros grupos irreflexivos que los acompañan o los hacen fuertes: los nihilistas alrededor del poder, que creen que nada se puede hacer, y esto los lleva a comportarse como cínicos, que lo único que les preocupa es quedar bien con la estructura de mando en cuestión. Y los ciudadanos también irreflexivos, que apoyan a las burocracias en el poder por dotes inmediatos o por haber sido seducidos por mecanismos de propaganda. Pero en este grupo, hay una combinación de irreflexión con miedo. El miedo siempre es un ingrediente con el que juega el poder. En suma, esta ausencia de pensamiento es lo que llamamos idiotez, que como podemos observar, produce un mal que es importante evaluar. Ahora mismo en nuestro presente, observamos el poder de las burocracias; y siempre que se sustantiva una burocracia (que deja de ser sólo un medio) el tipo-Eichamnn pasa a manejar los asuntos de interés común con las consecuencias que aquí se dejan ver. La meditación de Arendt, sigue siendo un buen lugar para ejercer nuestra propia crítica. ■

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