La misma doctrina filosófica del siglo XVII que había justificado la convocatoria a Cortes en 1810, que no era otra que la de la ilustración, servía ahora para liquidarlas” (Domínguez Michael, CH., Vida de Fray Servando, 2004). En otras palabras, los diputados que se erigieron en Soberanía de la nación española clamaron en complicidad con el pueblo español cansado de la guerra y con padecimiento hambres, el retorno del antiguo régimen. Nadie sabe para quién trabaja. Pero detengámonos un poco para describir así sea brevemente el perfil cultural de quienes representaron a sus provincias como diputados en las Cortes. Éstos fueron personajes ilustrados, poseedores de las luces como se decía en esa época a quien adquiría tras una formación adquiría conocimientos adquiridos en los libros a través del estudio disciplinado. Los ilustrados novohispanos sorprendidos por las guerras de independencia abrevaron de la ilustración española y europea en general de la época. Entre sus conocimientos y ramos con los que simpatizaban y por los que impulsaron y abrazaron varios proyectos y reformas estaban los relacionados con “reformas en los métodos agrícolas, de eficiencia en el gobierno, de acotar el poder del clero, de cómo mejor sacar mejor provecho a las minas, de las maneras en que favorecería la industria: la tradición y la novedad imbricadas, buscando cada una prevalecer sobre la otra”, Delgado, Martín, 2010, p.28). La ilustración también llegaría a la educación bajo el propósito de extender y popularizar la instrucción por medio del establecimiento del mayor número de escuelas de primeras letras, con el fin de proporcionar las luces a la población analfabeta comenzando por la niñez. Esta ilustración tenía como faro orientador la idea del progreso. De raíz racionalista, la ilustración o iluminismo, de ahí la frase de inculcar las luces, se apoyaba en la ciencia y en el uso de la razón, además de una orientación liberal, pues pugnaba por la desaparición de los gremios y la libertad para producir y vender con menos restricciones. Quienes acudieron a las primeras convocatorias a las Cortes en 1810 estaban imbuidos también de ideas ilustradas, eran ilustrados aventajados en una época en la que:
“[…] comenzaron a ser de uso común adquiriendo sentidos poco ortodoxos. Soberanía, patria, representación, derechos, legitimidad y un largo etcétera, fueron llevadas y traídas en las publicaciones periódicas que para ese momento proliferaban; también los sectores desprotegidos empezaron a escuchar en la vía pública esos términos que les parecían extraños y con celeridad los esparcieron”, (Ibíd., p. 30). Por eso es que a las Cortes no acudió cualquier hijo de vecino. A sus asambleas fueron a deliberar, discutir y argumentar los ilustrados de la época que habían sido votados por los electores de sus parroquias y provincias tomando en cuenta además de la influencia que tenían entre la población por su posición económica, por los cargos que desempeñaban y los conocimientos y bagajes culturales de los que eran dueños. De esta forma predominaron los clérigos en su mayoría, los militares y en menor número miembros de lo que hoy llamaríamos clase media integrada por abogados y otros profesionistas. Bastaría con conocer la formación cultural y trayectoria de sujetos como Fray Servando Teresa Mier, José Miguel Gordoa y Miguel Ramos Arizpe, por nombrar a tres de los constituyentes que participaron en la discusión, deliberación y aprobación de la Constitución de 1812. Todos ellos clérigos con una sólida formación en materias como filosofía, teología y derecho. Dueños de una cultura superior por encima del promedio de la de sus contemporáneos. Por si lo anterior no bastara, contaban con otras gracias como la de poseer un rica y fluida retórica, dialéctica y capacidad para deducir e inferir, que les permitían librar debates con sus adversarios a la hora de defender sus proposiciones. Todo lo anterior aunado a un orgullo y espíritu patriótico de hablar y defender siempre los intereses y el bien común de los habitantes y provincias a las que representaban. Por supuesto que en Cádiz conocieron y amistaron o se enemistaron con otros tan ilustrados o más que ellos, personajes de la talla de Gaspar Melchor de Jovellanos.