¿Por qué y para qué se juntan los partidos políticos? En la retórica escuchamos a “la unidad de proyecto”, sin embargo es evidente que dichos proyectos no existen. Es la política de la pura aritmética: vacía. Lo que ocurre es que los grupos políticos existentes al interior de los partidos hacen cálculos para ocupar posiciones en las cámaras legislativas, y toda la actividad política está orientada en función de esos cálculos. Los temas sustantivos están ausentes en los procesos de conformación de alianzas, lo que significa que el móvil de acción política es la ambición personal de los militantes en escalar algunos cargos saturados de poder y privilegios. Es decir, el objetivo que se persigue es poder de mando y distinción. ¿Y los problemas públicos? ¡Abandonados!
El núcleo duro de la realidad política son los grandes problemas comunes, y en sus formas adjetivas están las maneras de distribuir los cargos para trabajar dichos temas. Pero cuando se asume como realidad aquello que sólo es adjetivo, es como si se creara un ídolo o fetiche. Por ello, a eso se le llama política fetichista. La cual irremediablemente generará malos resultados porque se ha divorciado de la realidad. El mal es hijo de la irrealidad. En otras palabras, los actores políticos a los que nos referimos, están orientados al ídolo del cargo o el privilegio, y han abandonado la verdadera realidad, los problemas públicos. Los partidos manejados por esos grupos de interés, establecen una implacable disputa por el fetiche. Por ello, se puede calificar esa práctica de perfecta idolatría política. Así las cosas, los grupos del PRD o del PRI, no se preguntan si existe convergencia en las propuestas existentes en torno a la gestión del agua declarada en la Constitución como derecho humano, sino si la suma de los porcentajes de votos les da posibilidad de colocar algunos de sus militantes en el Congreso o en la administración estatal. ¿Para hacer qué? ¡No se sabe!
El Estado ha sido capturado por los llamados poderes fácticos, a los cuales les viene como anillo al dedo esta circunstancia; porque si a los actores políticos les interesa sólo el cargo, entonces ellos les ofrecen esa posibilidad a cambio de que los dejen decidir “el qué hacer de los gobiernos”. Por ello, la política del fetiche se naturaliza en la corrupción. Los políticos pragmáticos le venden el alma a los poderes fácticos a cambio de la posibilidad de obtener los cargos. Es la misma lógica, es la política de alianzas contra-natura: se juntan para hacerse del fetiche. Y por centrarse en esa pretensión, ningunean lo que es realmente importante para los ciudadanos: ¿Cómo disminuir la desigualdad extrema en México?, ¿cómo resolver el tema de las pensiones?, ¿qué hará el Estado para construir la seguridad alimentaria en Zacatecas?, ¿se deben unificar los sistemas de salud?, ¿cómo hacer para que hacienda llegue a gravar las enormes fortunas que gozan de impunidad? Y un sinfín de preguntas que deberían plantear para hacer una alianza. ¡En lo absoluto! El criterio no pasa de exponer algunas reglas de tres y la suma de porcentajes de votación, en el vacío de la realidad social: el reino del fetiche del poder y los privilegios.