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viernes, 19 abril, 2024
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Pseudopolítica

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

Las personas no distinguen las afirmaciones verdaderas de las falsas mejor de lo que pueden adivinar el lado que caerá si arrojan una moneda. De acuerdo a un estudio publicado en 2006 (“Accuracy of deception judgments” Charles Bond y Bella Di Paulo, en Personality and Social PsychologyReview, 2006 vol. 10, #3, 214-234) la capacidad de discriminar los embustes de la cosa cierta ronda el 54 %. En otro estudio (“The Prevalence of Lying in America: ThreeStudies of Self-Reported Lies” K. B. Serota, T. R. Levine, F. J. Boster, en Human Communication Research, 2010 vol. 36, 2-25) se indica que, al menos en los Estados Unidos, las personas profieren, en promedio, dos mentiras por día. Sin embargo, la distribución de la densidad de mentiras está muy sesgada, indicativo de la existencia de una pequeña fracción de mentirosos prolíficos en un universo de personas poco dadas a ello. Si mentir es tan fácil, porque las personas son incapaces de detectar las charlatanerías dichas con aplomo y dignidad, ¿qué evita hacerlo? Según el estudio de AngeloFasce “Los parásitos de la ciencia” (Theoria, vol. 32, #3, 347-365) una explicación posible es el mantenimiento de la autoimagen personal. Es decir, la esperanza de sostener una imagen de integridad y honestidad de sí mismo motiva al individuo a no mentir. Para dar lugar a los fraudes deliberados tienen lugar dos procesos, según Fasce y la bibliografía que cita: se omite atender las normas morales y se racionaliza la mentira. Por esto un pseudocientífico, o un político oportunista, podrán sostener sus engañifas sin causar conflictos en su mentalidad. Por un lado, colocan en suspenso sus juicios morales, y por otro, urden justificaciones de su proceder. Conviene citar aquí a Fasce: “En este sentido, neutralizar la identidad moral es algo clave para la supervivencia de una pseudociencia, lo cual viene mediado, entre otras cosas, por la supresión en la atención de los códigos deontológicos de la educación o de las profesiones sanitarias, o por una actitud victimista y conspirativa en la que la industria y el sistema serían la fuente de un sufrimiento mucho mayor” Fasce se centra en las pseudociencias, con énfasis en las relativas a la salud como la acupuntura o el psicoanálisis, que carecen de validación científica. Los procesos descritos se instalan a tal grado en la estructura conceptual de los adeptos a la pseudociencia que no resulta sencillo desengañarlos. Cualquier refutación se tornará, mediante el uso de hipótesis ad hoc, en una confirmación. De la misma manera, si se denuncian los engaños el mecanismo para manejarlos es la victimización. Siempre se puede aducir una negra conspiración contra quienes se conciben a sí mismos como libertadores y pensadores originalísimos. Fasce plantea cuatro puntos en los que describe lo que él considera un ambiente adecuado para evitar la aparición de pseudociencias. A partir de ello es sencillo notar las características de un medio propicio para el cultivo y proliferación de embustes, estafas, engaños, mentiras, fraudes. Es una bien conocida receta: el engaño debe generaral estafador pingües beneficios a la vez que se mantiene su imagen de persona seria, recta, honesta y cabal. Si se le descubre y cuestiona deberá contar con un amplio repertorio de imaginativas justificaciones. Si sus aliados asumen esos pretextos como verdaderos se amplifica la motivación para continuar mintiendo. Por supuesto debe existir total impunidad. Si se lee con detenimiento el artículo citado de Fasce se llega a la conclusión que la pseudociencia explota ciertas debilidades inherentes a la ciencia. Primero, la dificultad incita al uso de modelos formales contraintuitivos, o que no están de acuerdo con las opiniones de la mayoría. Segundo, se confunde la autoridad de la ciencia con la autoridad política, se invita a la gente a creer que la ciencia ejerce un poder similar al del Estado cuando no es así: en la ciencia se discute evidencia, no número de votantes. Tercero, las pseudociencias tienden a formar grupos de adeptos, auténticos brazos armados de sus creencias, que mantienen una fuerte cohesión. Por ende, existe un efecto político muy claro; notorio en los movimientos antivacunas, los negacionistas del cambio climático o los terraplanistas. ¿Cuál es la relevancia, si alguna, para la reflexión política de todo esto? Mucha, porque la tarea de transformar la sociedad exige conocimiento científico, y los movimientos políticos son presa fácil de oportunistas y charlatanes que de buena o mala fe aseguran poseer los remedios para todos los males. Existe en la actividad política una motivación muy fuerte para dejar de lado las ataduras morales y justificar todos los errores: la preservación del poder. Bajo la égida de ese objetivo resulta necesario mantener la imagen, a cualquier costo, de superioridad moral e intelectual ante cualquier adversidad, por lo que aceptar los errores no es posible. Ni la crítica. Para mantener el contacto con las mayorías se evitarán los conceptos muy abstractos, se hablará en tono directo, con ademanes y señas probados como efectivos. Se inculcará el respeto por la autoridad, la sacralidad irracional del poder, el culto al líder infalible. Aquí sí cuentan los votos, no la evidencia. Así como hay pseudociencia, existe la pseudopolítica. ■

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