Con la autoridad moral que emana de su investidura constitucional, y en su condición de líder del proceso de transformación moral y material de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador expuso, hace unos días, su visión acerca de la situación actual del país que representa.
En un Zócalo colmado por miles de mexicanos, el primer mandatario dio cuenta de los avances alcanzados por el pueblo, y el gobierno que preside, en la economía, la política, la reforma social, la infraestructura y el combate contra la corrupción e impunidad, entre otros de importancia semejante; asimismo, mencionó los desafíos pendientes en los rubros de salud, violencia e inseguridad, asociadas a la delincuencia organizada.
Los analistas de la realidad política coinciden en considerar que la importancia fundamental del mensaje presidencial radica en su parte final, que alude a una oposición golpista y reaccionaria “… obcecada en regresar por sus fueros, cuyos líderes y jefes no aceptan que ahora se gobierna para todas y todos y no sólo en beneficio de una minoría. Siguen hablando en nombre de la democracia, pero actúan como una oligarquía. Defienden el antiguo régimen de corrupción y privilegios, de manera descarada y hasta ridícula”.
En estos términos concisos y certeros, el presidente López Obrador define, en su esencia, la querella histórica: México se encuentra en los umbrales de una lucha que definirá el rumbo que el país seguirá en los años por venir: o regresa la realidad ignominiosa padecida por el pueblo mexicano, a lo largo de tres décadas y más, a causa de los desatinos e injusticias concebidos en los oscuros cuarteles del régimen neoliberal o éste es definitivamente liquidado, hasta el último de sus cimientos, para consolidar, en su lugar, la nueva forma de ser y de vivir que florece desde julio de 2018.
Es cierto que las tendencias electorales anticipan una victoria contundente de las fuerzas del progreso, que las izquierdas son gobierno en el plano federal y en veintidós entidades de la Federación, incluida la Ciudad de México, y que están bajo control muchos de los enclaves estratégicos de la vida nacional, pero es igualmente cierto que los reaccionarios conservan ciertos polos de poder que obstruyen el avance pleno del proceso de transformación, entre los cuales sólo haré mención de dos: Suprema Corte de Justicia y una Constitución Política que ha sido modificada durante el régimen neoliberal para favorecer los intereses de una minoría rapaz.
En medio de esta compleja realidad, brillan las lecciones luminosas de la historia nacional. Densos nubarrones oscurecían la atmósfera de México a mediados del siglo XIX, y Juárez, arquitecto moral de la República, a pesar de las opiniones que advertían del riesgo, lanzó al combate las Leyes de Reforma, las cuales fueron, a la postre, el basamento del estado democrático y republicano; Mora, Zarco y Cabrera recalcaban, por su parte, algo que jamás debemos olvidar: toda revolución que no avanza o que avanza lentamente, o que transa, en realidad retrocede, y es derrotada. Luego, es este el momento en que la Revolución debe poner en tensión todas sus fuerzas. No caer en excesos de confianza, luchar con todos los recursos a su alcance. Fortalecer el desarrollo de conciencia revolucionaria. Conformar una fuerza popular organizada capaz de confrontar y derrotar el poderío económico de las minorías y sus aliados. Construir el “intelectual colectivo” de que hablaba Gramsci. Multiplicar los esfuerzos de organización y movilización del pueblo para obtener una victoria electoral contundente e incuestionable. Elegir, en su momento, al personaje que reúna los atributos de experiencia, capacidad, talento, lealtad y entrega plena a la tarea de proseguir, enriqueciéndola, la formidable hazaña de la transformación.
¿Quién, de entre los valiosos prospectos propuestos por MORENA y sus aliados para encabezar la 4T, podría representar con solvencia y dignidad los genuinos intereses de los mexicanos en los años por venir? Lo digo claramente en el título de mi colaboración.
