A las calamidades que hoy atenazan el orden financiero, económico y comercial mundial, ocasionadas por el conjunto de medidas acordadas por el actual inquilino de la Casa Blanca, habrá que añadir otra de singular importancia.
Además de las confrontaciones entre los países capitalistas, que convirtieron su sistema comercial en una especie de tribu enloquecida, y en un absurdo irresponsable la guerra comercial abierta por los Estados Unidos en contra de la República Popular China, el poderoso dragón del sudeste asiático que, junto con los demás países integrantes de los BRICS, más los recientemente adheridos, representan el 37% del PIB mundial, 8% más que el estadounidense, habría que lamentar el formidable daño que el ocurrente presidente norteamericano provocó al que fue, en su tiempo, un innovador proceso de asociación entre dos poderosos países del Norte con uno emblemático del Sur.
Cuando estaban por iniciarse las negociaciones hacia un Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México (TLC), se me asignó la tarea de coordinar los trabajos de elaboración de un ensayo que plantearía la posición de los trabajadores organizados de México acerca de tan importante iniciativa, el cual quedó incluido en el libro “Hacia un Tratado de Libre Comercio en América del Norte”, auspiciado por la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial. (Miguel Ángel Porrúa Editores, Grupo Editores, México, 1991)
Luego de que en dicho documento expusimos un conjunto de reflexiones relacionadas con el tema, entre otras las siguientes: el contexto internacional y los rasgos de la transición mundial; los riesgos y oportunidades que la asociación plantearía a los países signantes, el tremendo desafío que representaba la vinculación para la economía de México, en comparación con las gigantescas de los países de los que pronto seríamos socios, concluimos que, si se definían claramente las reglas del Tratado y se reconocían asimetrías, con la finalidad de evitar comportamientos ventajosos de alguna de las partes, concluimos que el Tratado podría incidir, sino en la superación, en, por lo menos, la atenuación de las contradicciones Centro-Periferia y, por lo tanto, inducir la construcción de un sistema de relaciones entre el Norte desarrollado y el Sur en vías de desarrollo, basado en la cooperación recíproca y la complementariedad sin supeditación.
“El TLC podría significarse –añadimos- como un hito en las complejas relaciones Norte-Sur y abriría un capítulo inédito en el afán por construir un nuevo y superior orden económico en el mundo…lo que explica el interés despertado en los círculos políticos, económicos y financieros… Sin embargo –advertimos- el fracaso de las negociaciones o su derivación hacia la obtención de ventajas indebidas para alguna de las partes, significaría perder la oportunidad de rectificar un orden económico comercial injusto, y no aprovechar circunstancias propicias para elevar la importancia estratégica de la región…
Nos preguntamos: ¿Será posible lograr objetivos tan ambiciosos? ¿Serán capaces los pueblos implicados en la asociación, de sobreponer a los agravios históricos infligidos por los fuertes en perjuicio de los débiles, la conveniencia de construir relaciones mutuamente ventajosas?
Respondimos con cautela los trabajadores: depende de que se reúnan algunas condiciones básicas que enumero resumidamente:
Que los pueblos y gobiernos signantes del Tratado, cobren conciencia de que éste es un instrumento de gran valía para dar un fuerte jalón al desarrollo propio, como también para instaurar una relación madura y duradera Norte-Sur; que se vea la vinculación comercial de América del Norte como una gran oportunidad de avance compartido y no como una amenaza para nadie y menos aún como un medio para subordinar al país de menor desarrollo relativo.
Que no implicase menoscabo alguno de los derechos soberanos de los pueblos sobre sus riquezas y recursos naturales, ni contengan límites a la capacidad de los países para conducir los asuntos de política interior y exterior con apego a sus legítimos intereses.
Que haya una efectiva transferencia de tecnologías para favorecer la modernización y perfeccionamiento de los aparatos productivos.
Que las negociaciones se realicen y conduzcan entre gobiernos y no entre grupos de presión, para evitar que se desvirtúe el espíritu del Tratado, puesto que, dada la composición concentradora del capital y de las ramas principales de la industria, el agro y los servicios, podría acentuarse la posibilidad de que matriz y subsidiarias transnacionales tratasen de inclinar los acuerdos fundamentales del Tratado en su propio beneficio.
Que se fijasen plazos de gracia para que determinadas áreas del país de menor desarrollo relativo, acelerasen los trabajos modernizadores de su aparato productivo, para hacerlo cada vez más compatible con las correspondientes de los países desarrollados.
Con altas y bajas el TLC, ahora TMEC, había venido cumpliendo los objetivos trazados. La relación entre países se convirtió, poco a poco, de dependiente a interdependiente. La región se convirtió en el mercado más próspero del mundo y todo ello se reflejó en comportamientos cada vez más positivos y mejor regulados en áreas tan delicadas como la inversión productiva, el trabajo digno, la migración y la seguridad de las fronteras.
Todo cambió con la elección de un nuevo mandatario en los Estados Unidos. En la actualidad se ha pasado de una convivencia saludable entre pueblos y gobiernos, a una actitud necesariamente defensiva ante intempestivas agresiones, que se busca justificar, ilusamente, bajo el argumento pueril de hacer a la Unión Americana nuevamente grande, cuando lo logrado es precisamente lo contrario: USA es cada vez más pequeñito, un ente aislado por sí mismo, con un pueblo angustiado por la incertidumbre, agraviado por la carestía y arrepentido del sentido de su voto.
No cabe duda, para reanimar los limpios objetivos establecidos por el Tratado original, se requeriría en la Casa Blanca a un estadista con mirada de horizonte, quizá un Franklin Delano Roosevelt y no lo que hoy se encuentra ahí.
Hoy día, no sólo está en entredicho la idea de una asociación de recíproco beneficio entre el Norte y el Sur, sino, lo que es aún más relevante, la soberanía de México.