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lunes, 21 abril, 2025
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Discapacidad creadora: Homero, Borges y un joven sin una pierna

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Por: Mauro González Luna •

Hace unos días, por la tarde, iba en un transporte público recorriendo la calle Eugenia rumbo a Insurgentes para una cita médica de rutina. En la esquina de la primera con Avenida Colonia del Valle, en un alto, desde la ventana, vi a un joven en situación de discapacidad, sin una pierna, con muletas, haciendo malabares con un balón de futbol, frente a los coches que hacían alto, esperando el verde.

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Estaba el joven dominando su balón con habilidad; lo sostenía sobre su cabeza, lo lanzaba al aire y lo recogía con el pie de su única pierna sin fallar, y lo volvía a lanzar al aire, y al caer lo dominaba de nuevo, y así varias veces.

Además, adornaba los malabares futboleros con una sonrisa que despertaba simpatía y admiración de los que contemplábamos su actuación. Al final, muchos lo premiaron con monedas y aplausos. Pero él a mí y seguramente a otros, nos dio una lección de vida, de esperanza, de ánimo en medio de un tiempo de tantas sombras e incertidumbres.

Su maestría en las dominadas y la alegría contagiosa de su actuación efímera -lo que dura un alto si el semáforo funciona-, me llamaron fuertemente la atención. Pensé en la grandeza de ese joven, quien, a pesar de su situación tan vulnerable, se gana la vida festiva y honradamente con lo que sabe hacer bien: dominadas de balón con una sola pierna, ayudado de una sonrisa y de dos muletas.

Entonces vino a mi memoria algo que menciona Arnold Toynbee en uno de sus libros de historia: la capacidad de compensación creadora de seres en situación de discapacidad, de vulnerabilidad extrema. Homero y su ceguera, creadores de la Ilíada y la Odisea, dos cumbres del genio humano; Hefesto con su cojera, forjadores de las armas de Zeus.

Y Beethoven sordo y su Novena Sinfonía en homenaje a la alegría y a la vida; y Borges ciego y su Oro de los Tigres y sus Siete Noches. Es el Borges que dijo:

                              «Mirar el río hecho de tiempo y agua

                              y recordar que el tiempo es otro río,

                              saber que nos perdemos como el río

                              y que los rostros pasan como el agua».

                              «Soy el que es nadie, el que no fue una espada

                              en la guerra. Soy eco, olvido, nada».

Pero el rostro de ese joven dominador de un balón de futbol, no pasa como el agua, queda fijo en mi memoria, en mi corazón, sin perderse como el río. Pienso que ese joven que le sonríe a la vida no obstante carecer de una pierna, y cuyo nombre no conozco, es verdaderamente, imagen viva del Creador.

No importa que no sepa su nombre, pues se dice en el Apocalipsis que en la otra vida al que venciere, se le dará un nombre nuevo, el definitivo, inscrito en una piedrecita blanca.

Me consuela que conozco su rostro y su grandeza, y que tal vez un día conoceré su nombre nuevo, y ello me basta. Doy gracias a Dios por haber visto a ese joven ejemplar, de la calle, en una esquina inolvidable; por la vida, por el recuerdo y por todo.

Dedico este artículo a ese joven y a su alegría; y a mi buen amigo Alejandro Turner, brillante actuario y filósofo, admirador de Borges, el memorioso.

P.D. Y hablando de otra cosa, más de alguna manera relacionada con lo anterior, amigo lector, te comento que en el supuesto – ¿utópico? – de un terreno electoral parejo y con árbitro imparcial, la candidatura presidencial ganadora será la que sepa conciliar los dos valores democráticos esenciales: libertad y justicia. Sin reforma social, la libertad resulta impracticable para las mayorías, y sin libertad todo esfuerzo se derrumba para todos. No se trata de izquierdas o derechas como señaló una precandidata de oposición, valiente y carismática, sino de dicha conciliación, harto difícil pero necesaria, como garantía de respeto a la dignidad humana y al derecho, de unidad nacional y como arma de éxito político al servicio del Bien Común.

Y dadas unas perturbadoras declaraciones oficiales recientes, cabe señalar tajantemente, que lo que legitima a la Suprema Corte es la defensa de la Constitución Política, fruto de una revolución justa, al margen del vaivén popular y de facciones. La Corte es garante de la vigencia de dicha Constitución, sin la cual no hay República, ni división de poderes, ni democracia, ni paz, ni unidad nacional. El derecho y la justicia no son cuestión de mayorías, sino de razón.

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