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martes, 23 abril, 2024
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Iturbide el libertador, víctima del odio

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Por: Mauro González Luna •

Hace doscientos años nacía el Plan de Iguala: fue el 24 de febrero de 1821. Su autor, Agustín de Iturbide. El Plan de Iguala: obra política maestra, “expresión escrita de la natural Constitución de México”, en el tiempo del parto nacional. El 27 de septiembre de ese mismo año fundante, la nación mexicana lograría su libertad respecto de España por obra del mismo genio de Iturbide y su Ejército Trigarante. Advertencia liminar: se escribe esto para mentes abiertas y anchura de corazón, capaces de recordar: la identidad está en la memoria, tanto la personal como la colectiva.

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Con ingratitud y muerte se pagó a Iturbide el lograr la libertad de la nación como si pisara tierra extranjera. El libertador: “víctima principal del odio que se profesan las facciones mexicanas”, del odio anticatólico de las logias masónicas que dividieron a México. Su ocaso, el de Iturbide, a pesar de injusto y trágico, fue sereno, “luz apasionada y final”.

En el gobierno iturbidista, el territorio nacional, propio de prometedora potencia continental hispanoamericana, se extendía desde la Alta California hasta toda Centroamérica que se sumó a México con la llegada de Iturbide al poder y se separó a su caída; desde más allá de San Francisco hasta Nicaragua, Costa Rica, Panamá. Casi 5 millones de kilómetros cuadrados en 1822; hoy, casi 2 millones. Ingratitud y fanatismo políticos se pagan muy caro.

Fue el Plan de Iguala el fundamento doctrinal unificador que posibilitó la libertad de México y los mexicanos todos. Los propósitos del Plan de Iguala eran diamantinos por su sencillez, valor y brillo. Primero, la unidad religiosa como garantía indispensable de cohesión nacional en aquella hora suprema en que estaba por cuajar una nacionalidad.

Segundo propósito, la independencia completa respecto de España, con una monarquía moderada, constitucional como gobierno con la participación del pueblo vía la elección de un Congreso. Idea de monarquía compartida por el libertador de Argentina, Chile y Perú, José de San Martín. Sistema de gobierno ese que servía como natural régimen de transición. Los saltos abruptos terminan en frustraciones, en tragedias históricas.

Tercer propósito, la unión de todos los habitantes sin distinción de razas: mestizos, indígenas, criollos, españoles. Los tres fines aglutinaron a la nación entera, posibilitando la independencia.

Esos fines de unidad religiosa, independencia y unión fraterna de todos, quedaron simbolizados en la bandera tricolor, trigarante: blanco, rojo y verde. Desde entonces a la fecha, es nuestra bandera. Antes del victorioso Plan de Iguala, Iturbide no había estado en contra de la independencia, sino de las masacres y abusos perpetrados en nombre de la misma en Valladolid y Guadalajara, por ejemplo.

Iturbide, el 18 de mayo de 1822, fue declarado emperador por el Congreso Constituyente, “confirmando la aclamación del pueblo y del Ejército, recompensando debidamente los extraordinarios méritos y servicios del libertador de Anáhuac y afirmando al mismo tiempo la paz, la unión y la tranquilidad, que de otra suerte acaso desaparecerían” (palabras nada menos que de Valentín Gómez Farías). A los pocos días de dicha declaración, el mismo Congreso en pleno ratificó la declaración.

En la sombra los enemigos de Iturbide maniobraban para tensar la relación del Congreso con el libertador. Los enemigos: la masonería escocesa, rabiosamente anticatólica, de la mano de diputados afines vueltos a México que habían participado en las jacobinas Cortes Españolas, y el agente confidencial de los Estados Unidos, Joel R. Poinsett, agitador profesional.

El Congreso incumplió su misión de redactar la Constitución prevista en el Plan de Iguala; se arrogó sin base el origen de la nación; “no hizo cosa alguna de ejército ni hacienda pública”. Se dedicó, con hipocresía, a entorpecer el gobierno del libertador a través de intrigas y deslealtades; con sus providencias favoreció la anarquía, desmereciendo la confianza de la nación, del pueblo sencillo, de los soldados, como lo atestiguan historiadores de la época: Alamán -adversario de Iturbide-, Cuevas, Zavala, Bocanegra.

Poinsett pretendía que el libertador, ya con las insignias del poder, accediera a entregar a los Estados Unidos: Tejas, Nuevo México, las dos Californias y buena parte de Coahuila y Sonora. Iturbide nombró a Juan Francisco Azcárate para responder, con ira reprimida, que México no cedería un solo palmo de tierra. Después, en 1847, México con un artificial sistema republicano -copiado extra lógicamente del de Estados Unidos en 1824- perdería la mitad de su territorio para engrosar el yanqui. Y al poco tiempo, el juarismo firmaría el entreguista Tratado McLane-Ocampo a cambio del apoyo del gobierno de Estados Unidos, en una guerra entre mexicanos, la de Reforma.

A mediados de 1822, diputados que habían designado y ratificado emperador a Iturbide, se sumaron a la conjuración masónica que pretendía que el Congreso declarara que tal designación era ¡nula! Entre esos golpistas estaba Antonio López de Santa Anna.

Dadas las circunstancias, la disolución del Congreso fue incluso propuesta por los diputados Andrade y Francisco García. Iturbide por obvias razones, lo disolvió, conservando provisionalmente la representación nacional en la Junta Instituyente, integrada por diputados mesurados como lo atestigua Bocanegra, personaje opuesto al gobierno. Las intrigas y deslealtades lo obligaron a restaurar el Congreso, a abdicar el 19 de abril de 1823 para evitar anarquía y graves enfrentamientos en detrimento de la patria, y a expatriarse en mayo de tal año.

En Europa, Iturbide tuvo conocimiento de las miras de las naciones de ese continente contra la independencia de las Américas españolas, de las intenciones de Fernando VII de emprender la reconquista de México con el apoyo de la Alianza Santa. Y por ello, como lo expresó en cartas históricas, estaba dispuesto a volver -como simple soldado-, ofreciendo al Congreso su persona y servicios para la defensa de la libertad apenas lograda y de la unidad de México, amenazada ésta por brotes separatistas.

Después, en abril de 1824, el Congreso, temeroso de su regreso dado el enorme prestigio de Iturbide entre el pueblo y la tropa, expidió un decreto que declaró, sin fundamento legal alguno, proscrito al libertador “siempre que se presente en nuestro territorio bajo cualquier título”. Decreto aberrante, contrario a todo derecho, a toda humanidad. Mismo que no le fue notificado y que dejaba a Iturbide en completo estado de indefensión en caso de pisar territorio mexicano. Equivalía a una sentencia de muerte sin previo juicio, sin pruebas, sin respeto a la garantía de audiencia, propia de toda nación civilizada.

Desconociendo el tal decreto de sus enemigos, convencido del peligro que corría México a causa de la anarquía prevaleciente, de la labor de las logias masónicas de tufo borbónico y republicano, y de la amenaza de reconquista por parte de España, regresó a su tierra querida y por él liberada para auxiliarla. Seguro de la lealtad por haber formado el Plan de Iguala y el Ejército Trigarante que convirtieron a la patria de súbdita en señora independiente, regresó a su nación para encontrar la muerte en Padilla.

Allí en Padilla, el 19 de julio de 1824, se ejecutó el ilegal, despiadado, injusto decreto, sin ser oído por un tribunal, sin dársele tiempo para un adiós a la esposa encinta, y a sus dos retoños de cuatro años y año y medio que permanecían en el bergantín que los trajo de vuelta a su patria.

Odio, ingratitud y encono desgarraron y continúan desgarrando el alma, la unidad de la patria, la amistad mínima entre hijos e hijas de la nación. Vicios que provocan hoy linchamientos físicos y mediáticos, masacres, feminicidios, violaciones ante la indiferencia como regla; vicios esos que tienen cautiva el alma nacional y enlutan la historia. Es ya tiempo de desandar vicios; tiempo de desagravio, rectificación, reconciliación, anchura de corazón.

La nación, la clase media y el pueblo sencillo que lo aclamaron como libertador, como emperador, siempre estuvieron de su lado, nunca simpatizaron con sus enemigos del gobierno, de las logias, de la clase alta. Pero era la nación noble pero pasiva de siempre. ¡Qué aberración la de México de exaltar la libertad y maldecir al libertador! como dice Junco; “glorificar la obra y desdeñar al artífice”.

Urge la reparación en nombre de justicia y gratitud. Para ello, “basta saber historia y ser justiciero”, basta que prevalezcan razón y verdad sobre mitos, odios de facción y patrañas históricas que han dividido a la nación para beneficio de unos cuantos. Liberales puros afirmaron: Iturbide “tenía un alma superior”. El mismo Guerrero lo llamó, “padre de la patria”, “mi protector”.

En los momentos en que la vida toca a su término, cuando va a “fraguar de manera irrevocable en la muerte”, el creyente habla con franqueza, con sinceridad insobornables. Así habló el joven libertador en los minutos postreros, sereno, seguro de su obra:

“En el acto mismo de mi muerte os recomiendo el amor a la paz y la observancia de nuestra santa religión. Muero por haber venido a ayudaros; y muero gustoso porque muero entre vosotros…. “.

Una gloria del México agradecido, leal, es Iturbide. Era humano, tuvo defectos, inventados unos abultados otros por sus enemigos, pero eclipsados por su insigne hazaña libertaria, su defensa de la integridad del territorio nacional y sus palabras postreras pobladas de humana grandeza.

Héroe nacional a la altura de San Martín, Sucre. Nadie puede borrar su nombre de la historia sin borrar de su bandera los colores, como dijo el poeta nayarita, Amado Nervo. Que el 27 de septiembre próximo -a 200 años de alcanzada la libertad- la historia, la memoria se recobren, la estrofa mutilada del Himno Nacional resuene de nuevo en desagravio y recuerdo, y así, la nación se reconcilie consigo misma, reencuentre su identidad. En este presente que nos toca en suerte vivir hay fragmentos de ese pasado que debemos rescatar, y también fragmentos del porvenir que debemos anticipar. Una utopía, una fatigada esperanza.

Como posdata y en el contexto de la historia, cabe señalar que equiparar la devoción religiosa del pueblo a la Santísima Virgen de Guadalupe, Madre de Dios, con el culto político al mito de Juárez, es algo fuera de lugar y proporción. Hay jerarquías sagradas que exigen respeto. Juárez de carne y hueso, masón grado 33, con aciertos y sombras densas: gobernó durante 14 años con facultades dictatoriales a espaldas de la Constitución y a base de una última reelección viciada, negoció con Estados Unidos el tratado ignominioso antes citado, privó a los indígenas de sus tierras comunales a la luz del individualismo capitalista, entregándolas a amigos y extranjeros a precio vil.

Dedico este artículo con afecto a la memoria del Ing. Jaime González-Luna Bucher, quien muy joven, partió a mejor vida el pasado 20 de febrero de 2021. Próspero empresario, humanista católico, preocupado por su patria, hombre de bien con sentido del humor, alma noble, brillante. Apoyó a jóvenes emprendedores en Baja California, fundó empresas innovadoras en Tijuana y San Diego, dando trabajo bien remunerado a muchos. “Cuenta con un puñado de lágrimas y tierra, cosechero que fuiste del estrépito” (Miguel Hernández, poeta). Descansa en paz al amparo del Altísimo y de María Auxiliadora.

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