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sábado, 20 abril, 2024
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Iturbide el libertador, víctima del odio (primera parte)

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Por: Mauro González Luna •

Hace doscientos años nacía el Plan de Iguala: fue el 24 de febrero de 1821. Su autor, Agustín de Iturbide. El Plan de Iguala: obra política maestra, “expresión escrita de la natural Constitución de México”, en el tiempo del parto nacional. El 27 de septiembre de ese mismo año fundante, la nación mexicana lograría su libertad respecto de España por obra del mismo genio de Iturbide y su Ejército Trigarante. Advertencia liminar: se escribe esto para mentes abiertas y anchura de corazón, capaces de recordar: la identidad está en la memoria, tanto la personal como la colectiva.
Con ingratitud y muerte se pagó a Iturbide el lograr la libertad de la nación como si pisara tierra extranjera. El libertador: “víctima principal del odio que se profesan las facciones mexicanas”, del odio anticatólico de las logias masónicas que dividieron a México. Su ocaso, el de Iturbide, a pesar de injusto y trágico, fue sereno, “luz apasionada y final”.

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En el gobierno iturbidista, el territorio nacional, propio de prometedora potencia continental hispanoamericana, se extendía desde la Alta California hasta toda Centroamérica que se sumó a México con la llegada de Iturbide al poder y se separó a su caída; desde más allá de San Francisco hasta Nicaragua, Costa Rica, Panamá. Casi 5 millones de kilómetros cuadrados en 1822; hoy, casi 2 millones. Ingratitud y fanatismo políticos se pagan muy caro.

Fue el Plan de Iguala el fundamento doctrinal unificador que posibilitó la libertad de México y los mexicanos todos. Los propósitos del Plan de Iguala eran diamantinos por su sencillez, valor y brillo. Primero, la unidad religiosa como garantía indispensable de cohesión nacional en aquella hora suprema en que estaba por cuajar una nacionalidad.

Segundo propósito, la independencia completa respecto de España, con una monarquía moderada, constitucional como gobierno con la participación del pueblo vía la elección de un Congreso. Idea de monarquía compartida por el libertador de Argentina, Chile y Perú, José de San Martín. Sistema de gobierno ese que servía como natural régimen de transición. Los saltos abruptos terminan en frustraciones, en tragedias históricas.

Tercer propósito, la unión de todos los habitantes sin distinción de razas: mestizos, indígenas, criollos, españoles. Los tres fines aglutinaron a la nación entera, posibilitando la independencia.

Esos fines de unidad religiosa, independencia y unión fraterna de todos, quedaron simbolizados en la bandera tricolor, trigarante: blanco, rojo y verde. Desde entonces a la fecha, es nuestra bandera. Antes del victorioso Plan de Iguala, Iturbide no había estado en contra de la independencia, sino de las masacres y abusos perpetrados en nombre de la misma en Valladolid y Guadalajara, por ejemplo.

Iturbide, el 18 de mayo de 1822, fue declarado emperador por el Congreso Constituyente, “confirmando la aclamación del pueblo y del Ejército, recompensando debidamente los extraordinarios méritos y servicios del libertador de Anáhuac y afirmando al mismo tiempo la paz, la unión y la tranquilidad, que de otra suerte acaso desaparecerían” (palabras nada menos que de Valentín Gómez Farías). A los pocos días de dicha declaración, el mismo Congreso en pleno ratificó la declaración.

En la sombra los enemigos de Iturbide maniobraban para tensar la relación del Congreso con el libertador. Los enemigos: la masonería escocesa, rabiosamente anticatólica, de la mano de diputados afines vueltos a México que habían participado en las jacobinas Cortes Españolas, y el agente confidencial de los Estados Unidos, Joel R. Poinsett, agitador profesional.

El Congreso incumplió su misión de redactar la Constitución prevista en el Plan de Iguala; se arrogó sin base el origen de la nación; “no hizo cosa alguna de ejército ni hacienda pública”. Se dedicó, con hipocresía, a entorpecer el gobierno del libertador a través de intrigas y deslealtades; con sus providencias favoreció la anarquía, desmereciendo la confianza de la nación, del pueblo sencillo, de los soldados, como lo atestiguan historiadores de la época: Alamán -adversario de Iturbide-, Cuevas, Zavala, Bocanegra.

Poinsett pretendía que el libertador, ya con las insignias del poder, accediera a entregar a los Estados Unidos: Tejas, Nuevo México, las dos Californias y buena parte de Coahuila y Sonora. Iturbide nombró a Juan Francisco Azcárate para responder, con ira reprimida, que México no cedería un solo palmo de tierra. Después, en 1847, México con un artificial sistema republicano -copiado extra lógicamente del de Estados Unidos en 1824- perdería la mitad de su territorio para engrosar el yanqui. Y al poco tiempo, el juarismo firmaría el entreguista Tratado McLane-Ocampo a cambio del apoyo del gobierno de Estados Unidos, en una guerra entre mexicanos, la de Reforma.

A mediados de 1822, diputados que habían designado y ratificado emperador a Iturbide, se sumaron a la conjuración masónica que pretendía que el Congreso declarara que tal designación era ¡nula! Entre esos golpistas estaba Antonio López de Santa Anna.

Dadas las circunstancias, la disolución del Congreso fue incluso propuesta por los diputados Andrade y Francisco García. Iturbide por obvias razones, lo disolvió, conservando provisionalmente la representación nacional en la Junta Instituyente, integrada por diputados mesurados como lo atestigua Bocanegra, personaje opuesto al gobierno. Las intrigas y deslealtades lo obligaron a restaurar el Congreso, a abdicar el 19 de abril de 1823 para evitar anarquía y graves enfrentamientos en detrimento de la patria, y a expatriarse en mayo de tal año.

En Europa, Iturbide tuvo conocimiento de las miras de las naciones de ese continente contra la independencia de las Américas españolas, de las intenciones de Fernando VII de emprender la reconquista de México con el apoyo de la Alianza Santa. Y por ello, como lo expresó en cartas históricas, estaba dispuesto a volver -como simple soldado-, ofreciendo al Congreso su persona y servicios para la defensa de la libertad apenas lograda y de la unidad de México, amenazada ésta por brotes separatistas.

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