■ El autor fijó su intelecto en los puntos sensibles y dolorosos de la sociedad norteamericana, dice
La literatura de William S. Burroughs se caracteriza por su dureza. Es un ejercicio confesional sin llegar a lo autobiográfico en el que no hay concesiones para el lector. Burroughs es un escritor que vale la pena leer como un “gran cronista de la parte más oscura de los Estados Unidos y también del hombre”.
En apariencia, desinteresado por la política, su inteligencia fijo sin embargo, puntos sensibles y dolorosos para la sociedad norteamericana y su mirada ofrece para este tiempo “cosas que nos pueden empatar con él”, dice el poeta Gerardo del Río sobre el escritor de El Almuerzo desnudo, de quien se conmemoró ayer, el centenario de su nacimiento.
Según Del Río, Yonqui, la novela del autor norteamericano, se habría constituido en la primera que revela la vida de los adictos a las drogas en los Estados Unidos y la búsqueda en ellas de la espiritualidad. El libro no es gozoso y acerca al lector al drama de la adicción. Ni apologías, ni advertencias pueden encontrarse en la lectura de la literatura de Burroughs, señala.
“No trata de regañar. Él dice que las drogas están ahí y esto es lo que pasa con ellas. Obviamente abren mundos que están en ti y a los que la única forma de acercarse es mediante su uso, pero están también estas cosas”.
En este momento de la entrevista Gerardo del Río inserta el pasaje de El Almuerzo desnudo donde el personaje principal ya con los brazos heridos, -imagen en la que encuentra un simil con las lastimaduras que el uso del kokodrile producen hoy-, debe inyectarse la droga en los dedos de los pies para no ser descubierto por la policía, que ya le sigue los pasos.
William S. Burroughs expresó “ya muy viejo”, su oposición respecto a la guerra contra las drogas. Decía que había gente que se enriquecía con ello. Y que era necesario seguir la ruta de ese dinero para encontrar sobre la misma a generales, abogados y políticos, “a quienes les preocupaba tanto” este asunto.
A la par, expresaba el sufrimiento del drogadicto una vez “engachando” a los tóxicos, por lo que la forma de combatir a la droga de la que siempre habló, era la legalización, la prevención y la atención a los adictos, comenta Del Río.
Burroughs, continúa, es también un escritor que marcó estándares que más tarde seguirían autores del realismo sucio como Charles Bukowski. La construcción literaria mediante la que describe temas sórdidos encuentra siempre un sentido para utilizar el lenguaje soez, necesario para narrar lo que se está viviendo.
“Eso es lo valioso de Burroughs, que es un hombre que se conserva hasta el final de su vida muy apegado a su misma línea. No es una persona que se traicione jamás”.
El escritor, que Gerardo del Río ubica más como antecedente de los beatniks que como perteneciente a ellos, era también un hombre del desprendimiento, un hombre zen. Fue él quien los acercó a Túnez para que experimentaran mediante las drogas una “ampliación vital”.
Con los beatniks comparte, dice, “el interés por las drogas y las visiones de la vida libre, un tanto anárquica”, pero éstos “eran más bien de izquierda y solían cuestionar muchas cosas, Burroughs no tanto, como que permanece a un lado”.
México, país en el que probablemente dice, encontraban la misma sordidez que perseguían en los Estados Unidos pero sin la doble moral que caracteriza a aquel país, fue descrito por Burroughs de una muy brutal, turbia y oscura, “que tal vez era lo que los atraía”.
En la colonia Roma de la Ciudad de México, en medio de una fiesta, el escritor asesinó a su mujer cuando bajo los efectos de las drogas jugaba a ser Guillermo Tell. Su afición por las armas persistió aun después de este episodio y hasta su muerte.
Si sólo nos quedáramos con el personaje escandaloso que fue por su homosexualidad, su toxicomanía y su conducta delincuencial, agrega, “nos perderíamos el que la literatura salva a la persona”.