La Gualdra 260 / Notas al margen
¿Qué es un escritor? Fácil: alguien que escribe. No, mejor dicho: alguien que hace de la escritura su oficio. No, tal vez sea más acertado decir que se trata de alguien que gana dinero escribiendo. Pero ¿escribiendo qué? Literatura. ¿Y qué es la literatura? Desde el siglo XVIII podemos decir que se trata de una ciencia humana que se dedica a estudiar y producir textos artísticos. ¿Y qué es el arte?
Y así nos podríamos seguir por horas, y es que nadie sabe realmente lo que es un escritor, o lo que es la literatura, lo que entendemos por arte. Por eso es que cualquiera puede echarse encima el mote de literato de poeta; incluso el de intelectual. Pero ya de por sí es difícil entender quiénes somos como para todavía tratar de definir a lo que nos dedicamos. ¿Qué hace un escritor?, ¿cuáles son las funciones de uno?, ¿para qué sirve su trabajo?, ¿qué cosa aporta a la sociedad? Si dejamos de lado las cuestiones románticas, las sensibleras, las embusteras y las literarias podemos decir con una seguridad de piedra que: nada, absolutamente nada. Parafraseando a Stevenson, si Shakespeare se hubiera tropezado, caído en un cazo de carnitas y muerto hervido antes de crear sus obras (la imagen culinaria-sádica va por mi cuenta) nadie lo hubiera echado de menos, “¿Marcharía el mundo mejor o peor, dejaría el cántaro de ir a la fuente, la hoz al grano y el estudiante al libro? Y ni de la pérdida del más sabio nos habríamos dado cuenta. Entre las obras existentes no hay muchas, si se miran las alternativas, que valgan lo que una libra de tabaco para un hombre de medios limitados”. Tal vez si Newton no hubiera nombrado la gravedad otro lo hubiera hecho, o quizás no. Pero seguramente habría miles de hombres medianos viviendo cómodamente en su acolchonada ignorancia. Sin embargo, el conocimiento de la física clásica nos ha proporcionado medios para vivir de manera más práctica, mientras que las obras de William nos llenan de dudas existenciales y nos provocan un doloroso placer estético.
La sempiterna disputa humana, ¿placer o dolor? ¿Cuál es el camino a la sabiduría, cuál a la felicidad? Seguramente se trata de rumbos bifurcados. Quien elige la sabiduría elige el camino del sufrimiento, el de la incertidumbre y el de lo inútil. El que se va por la felicidad, prefiere la mediocridad, la ignorancia, la certeza de que todo le importa un carajo y que el mundo sigue y seguirá igual.
El escritor, el intelectual, es el inútil que elige el primer camino. El que prefiere el rumbo del conocimiento a sabiendas de que será un rechazado. El poeta no aporta nada a la sociedad porque la sociedad no está interesada en el conocimiento, si no en el placer. El conocimiento es un bien de la posteridad, mientras que el goce es una necesidad del hoy. Una sociedad no vive para la posteridad sino para el día a día. Incluso el hombre de ciencia es rechazado hasta que no ofrece un objeto de placer a la comunidad. Hasta que no transforma su conocimiento en objeto no nos interesa su trabajo; es tan inútil como el del buscador de tesoros o el ilusionista; hasta no hallar nada que provoque placer no te nos acerques.
En ese sentido podemos entender el por qué de la inutilidad de escribir libros. El que lo hace convoca a la duda, al replanteamiento de la realidad. Provoca un placer diferente al que se diluye con el paso del tiempo: se trata de un goce que podemos llamar espiritual, trascendente; pero ¿si no lo hiciera?, ¿si Cien años de soledad, el Quijote, En busca del tiempo perdido; si Stevenson, Dante, Homero, no hubieran existido, cambiaría en algo el mundo? Tal vez sí, pero lo más probable es que el egoísmo, el odio, la mediocridad, la avaricia siguieran habitando la insoportable condición humana. Porque el hombre no cambia, es un animal de hábitos y sus hábitos son dañinos hasta para él mismo. El conocimiento, la literatura, la ciencia, buscan modificar esa condición. Aprender es evitar en un futuro los errores que ya cometimos, conocer el mundo para mejorar y mejorarlo; lamentablemente, nada de eso es cierto. Seguimos viviendo en la prehistoria y los adelantos tecnológicos siguen funcionando como la primera piedra que recogimos del suelo: para lastimar. Así los libros, con ellos seguimos buscando las mismas respuestas que los primeros hombres, y en ellos seguimos proyectando nuestras frustraciones y deseos, nuestra búsqueda y nuestros falsos hallazgos.
Para Stevenson el aburrimiento era condición necesaria para crear conocimiento. El hombre activo-productivo, preocupado por el día a día, no tenía tiempo de ocuparse del mañana. Pero al holgazán le sobraban horas y era él el que debía construir la posteridad. No la parte útil del ser sino la inútil, la improductiva: ésa es la que produce el conocimiento.
Leyendo a Ethel Krauze me encontraba con su reflexión acerca de que los honorarios del escritor siempre son “simbólicos”. El literato sólo puede aspirar a la trascendencia porque el hoy le está vedado. Tal vez no haya para comer pero si escribes, si no claudicas, al final de tu vida tal vez tengas un homenaje, una calle con tu nombre o un monumento que cagarán las palomas. No sólo el honor y la gloria, incluso el pago en dinero que recibe el escritor es “simbólico”, porque él eligió vivir en un mundo irreal; uno hecho de símbolos, y en él los significados carecen de objeto, son sólo fantasmas que muestran sus sombras intocables y como el hambre: limpias, inmaculadas.
Entonces, ¿qué es un escritor? Un ingenuo, un holgazán, un idiota. ¿Qué la literatura? Una sombra, una calamidad, una palabra que habla sobre las palabras. Y ¿el arte? El camino del sufrimiento, la necesidad de transformar el dolor en belleza.
A pesar de todo esto todavía hay quien elige este camino. El mercado del conocimiento sigue teniendo comensales que se acercan a las estanterías en busca de un poco de incertidumbre. Aún se venden libros y se leen poemas, hay gente haciendo filosofía y científicos que buscan entender el Universo; a pesar de la comunidad todavía hay individuos, a pesar de las facultades aún hay filósofos y escritores; no sólo licenciados en tal o cual cosa. A pesar del hoy, todavía hay futuro; todavía, a pesar del escritor, hay literatura.