La Gualdra 260 / Cine
He aquí una cinta que maravillará a los amateurs de filmes de zombies que podrán encontrar en ella todos los ingredientes propios de este subgénero que supone un verdadero desafío para los nervios del espectador: seres deshumanizados y convertidos en monstruos demacrados, sangre, gritos, acción, suspense, peligro, etc.
El argumento de Último tren para Busan -realizada por el director surcoreano Yeon Sang-Ho y presentada en las sesiones nocturnas del Festival de Cannes 2016- es también típico de esas cintas que, flirteando con lo fantástico, presentan situaciones incontables y tremendamente amenazantes para la humanidad, que en este caso, tiene que enfrentarse a la expansión de un virus por Corea del Sur a raíz de una catástrofe bioquímica, una plaga contagiosa que convierte a la población en fieras ansiosas de carne humana.
Dicho esto, podría deducirse que sólo nos encontramos con otra película de zombies, sin más interés que el de perpetuar la tendencia. Sin embargo, algunos aspectos confieren a esta cinta una originalidad y un relieve especial, en particular el tratamiento del espacio en que se desarrolla la acción: se trata del KTX (el tren de alta velocidad coreano), un espacio móvil y claustrofóbico que ha sido aprovechado en toda su potencialidad a través de sus distintos componentes (asientos, baños, portaequipajes, puertas correderas) para crear unas escenas de máxima tensión e intensidad en las que se desarrolla una carrera contrarreloj para llegar a Busan, la única ciudad que permanece a salvo del peligro. El espacio cerrado del tren, con sus múltiples coches y rincones, constituye así la clave del suspense y de los sucesivos vuelcos que dan a la cinta su carácter espectacular.
Además de sus cualidades estéticas y rítmicas, esta producción se sitúa también dentro del contexto sociopolítico surcoreano al representar una sociedad devorada por el capitalismo y marcada por los fuertes contrastes de riqueza. En el tren están reunidas todas las clases sociales y de esta forma surge la oposición entre los dominadores y los dominados, entre el individualismo y la solidaridad, unos temas que aparecen también en las películas de animación de Yeon Sang-Ho como Seoul Station (2015) donde unos “sintecho” que viven el metro quedan convertidos en zombies -o muertos vivientes- como símbolos de la rabia colectiva de las clases desfavorecidas que agonizan frente al espectro del capitalismo.
Junto con esta problemática, y en relación con ella, resulta también central el tema de la paternidad ya que, lejos de ser una mera acumulación de escenas sangrientas, Último tren para Busan entronca con el melodrama al incorporar una figura paternal indigna y falta de heroísmo cuya conducta se relaciona con la democratización que tuvo lugar en los años 90, un proceso que acarreó un corte generacional que se plasma en la relación padre-hija que representa la cinta.
Por su dimensión contestataria y su ritmo frenético, Último tren para Busan se ha elevado a la categoría de blockbuster, batiendo récords en las taquillas y superando los resultados logrados por ciertas superproducciones norteamericanas, lo que deja entrever buenos auspicios para el cine coreano.