Autor: Omar Alejandro Cortez Montoya
Residencia: Zacatecas, Zacatecas, México
Un dulce día de otoño en donde
los pueblos de colores se pintan,
el naranja, el morado y el negro reinando están,
mientras todos con ansias esperan la visita ya.
En el panteón, doña Clarita está esperando por su amada.
“Qué flores tan bellas me traes”, exclama doña Luz,
que quien, al ver a Clarita, encantada está.
Por el otro lado, el señor Ricardo,
con un par de juguetes de madera en mano trae,
mientras espera ansioso a su criatura encontrar
para así juntos jugar.
Doña Dulce y su pequeña, admirando la
ofrenda están,
“mira mamá, papá nos ha preparado un dulce manjar».
Baja del cielo un eterno cantar,
entonando las canciones que todos quieren escuchar,
sin temor por la vida a seguir o por la muerte estando presente ahí,
todos comienzan a celebrar.
Son tras son, comienzan a tocar,
y la Huesuda encantada se encuentra ya,
pues su fiesta y el placer de reunir la vida y la muerte
en un gozo sin final entrará.
Al caer la tarde, el espléndido y colorido lugar está,
las familias reunidas gozan sin césar.
“Que viva la vida, que ahora en algunos habita, que viva la muerte, que pronto a otros nos ha de llegar”, grita don Julio con tres ricas botellas de mezcal.
Al llegar la noche, despidiéndose entre abrazos y risas todos van;
cada alma llega a su lugar;
los niños pequeños comienzan un coro celestial;
al otro lado, Nazario un grito da,
“nos vemos el próximo otoño, algunos por aquí y otros por allá, pero reunidos, que más da”.
El 2 de noviembre se va y los fieles difuntos
vuelven a su lugar.
La Muerte borracha se encuentra,
y en este día ella sólo piensa igual en descansar.
