Después llegaron todas las revistas, al menos las más importantes de México, “Letras Libres”, “Nexos”, la “Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México”, dirigida entonces por el excelente autor Guillermo Vega Zaragoza, “Punto de partida”, donde conocí a otro grande: Mauricio Molina, “Replicante”, y por supuesto, la que fue mi primera revista, la primera oportunidad que se me dio de publicar hasta una novela por entregas: “Opera Mundi”, gracias a la generosidad de otro hombre hecho de letras: José Luis Durán King y a su inseparable pareja, Karini Apodaca, contando, además, con el apoyo y el respaldo de la hoy ausente y querida Regina Swain, crítica despiadada de todos mis textos y apoyo moral en las oscuridades más profundas, a esas que te enfrentas cuando has decidido que tu camino es el de la literatura.
“Opera Mundi” me permitió hacer lo que me diera la gana, publicar cada que yo quería y en algún momento ocurrió un fenómeno hermoso: yo tenía una columna donde había decidido, motivado por Regina, hablar de aspectos femeninos, pero vistos a través de la óptica de un hombre ordinario: “Prendas de alcoba” fue el horroroso título que se nos ocurrió al equipo editorial y a mí.
Y así lo hice. Escribí acerca de las minifaldas. De los tacones. De las tangas. De hoteles de paso, muy a tono con el “Mester de Hotelería” de Arturo Trejo Villafuerte. Y de todo lo que tuviese que ver con el universo femenino, siempre desde una perspectiva según yo erótica. Pues luego de unas cuantas semanas de la publicación empecé a recibir en mi correo electrónico fotografías de mujeres desnudas que me las obsequiaban para que me inspirara a la hora de escribir. No lo podía creer. Uno nunca alcanza a imaginar hasta dónde puede llegar la literatura. Pero así fue. Obvio agradecía las fotografías, pero si lo hacía, si respondía, aunque fuese un “gracias”, me volvían a escribir para preguntarme cuándo iba a aparecer en “Opera Mundi”, en “Prendas de alcoba” el texto inspirado en sus sugerentes fotografías.
Poco a poco, con el paso de los años, muchos espacios se fueron cerrando porque el problema de la cultura en México siempre es el dinero. Lo anterior es una paradoja porque cuando me tocó trabajar en la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México admiré que dinero había, y mucho, y para apoyar proyectos independientes más, y para apoyar a artistas emergentes más, pero como a todas las instituciones del país la sombra miserable y avariciosa de la corrupción ya hacía de las suyas y raramente los apoyos llegaban ahí donde realmente se necesitaban, porque ni siquiera era que los proyectos concursasen, sino que se seleccionaban por una mano semejante a la de Dios, al menos con el mismo poder destructivo, que se encargaba de mantener todo dentro del orden constitucional y de la ley.
Y escribir para revistas o suplementos ya no era un problema, ahora lo era el que pagasen por tu colaboración. De cinco o siete revistas donde me invitaban a escribir, no pagaban en diez, y pues uno crece con la idea de que para escribir tienes que sacrificarte y pasar muchos apuros, pero el estómago no entiende de ideologías culturales, menos de literatura, el hambre es canija y llegó un momento en que solo colaboraba, sin paga alguna, en “Opera Mundi” por el amor que hasta la fecha le tengo a ese hermoso proyecto.
Luego ocurrió que empezaron a pagar y que repentinamente se me empezaron a abrir más espacios, que de alguna forma mi nombre ya no era tan desconocido en el plano cultural y fue cuando empecé a ganar bien por escribir, por ejemplo, reseñas literarias para la revista “Newsweek en español”, donde conocería a un hermano, un apoyo, y otro hombre hecho de literatura con una envidiable pluma periodística, Andrés Tapia; también para “GQ México”, con quien inicié lo de las entrevistas a escritores, pues su editor me encargó con carácter de urgente una entrevista a Xavier Velasco por el décimo aniversario de su “Diablo Guardián” (Alfaguara, 2003) novela con la que Xavier había ganado el premio Alfaguara. Tenía un inconveniente: el editor quería la entrevista para dentro de dos días, lo que me implicaba un impresionante trabajo: leer la novela y concertar la entrevista con Xavier Velasco. Recuerdo que mi hermana salió rumbo a Dinamarca y fue en el aeropuerto donde compré “Diablo Guardián” y la empecé a leer; la entrevista se hizo, me gustó, pero cuando llegué con el editor de “GQ México” me dijo que ya lo había consultado con el director de la revista y que ya habían publicado algo de Xavier Velasco y no podían volver a publicar otra cosa. Y así fue como la entrevista llegó en el 2013 a la revista “Replicante” donde conocí a otro de mis maestros, Rogelio Villarreal, quien vive la literatura y, aunque no paga, no publica cualquier cosa: es exigente con los contenidos de la revista y si algo le aprendes es a editar y a hacer periodismo cultural.
Vinieron más cuentos aquí y allá. Enojos. Alegrías. Difamaciones. Amoríos. Excesos. Sobre todo, excesos. Y sí, aunque lo duden, hubo momentos en que conseguí vivir, y bien, de la literatura, y lo sigo haciendo, lo de vivir de ella, porque tuve el talento necesario para tener una fortuna de la que no cualquiera goza, por más que se quieran esforzar, por más talleres literarios que tomen, por más que entre sus grupitos se lean, se publiquen, se critiquen, se cachondeen y se digan sus verdades.
Hace no poco tiempo se me difamó y alguien me acusó de que yo ofrecía a las mujeres publicar en tal o cual revista si tenía algo que ver conmigo. La sola idea es ridícula y subestima al grandioso equipo que por lo regular está tras de las revistas y los suplementos culturales.
Y si las ganas de publicar llevaban a esas mujeres a ese tipo de prácticas en lugar de confiar y trabajar un talento que seguramente no tenían era una práctica lamentable para ellas, no para mí, porque la vida se encarga de acomodar a cada quien en su lugar: mientras la mujer pierde el tiempo y el dinero pagando ediciones de horribles poemarios que se presentan al calor del alcohol en cantinitas, fonditas, parques y casas de la cultura, yo sigo presente en las distintas publicaciones literarias.
No es presunción, por supuesto, es mera justicia poética. Tienen el tiempo a su favor porque son jóvenes (de hecho, se me tachó que yo no era nadie y que era ya un viejo), pero se les va a ir en un abrir y cerrar de ojos, y quizás cuando yo ya esté tres metros bajo tierra y en el mismísimo infierno, ellas comprueben cómo desperdiciaron el tiempo con la romántica y cursi y amelcochada idea de la escritura y del escritor pobre que padece miserias y hambre antes de alcanzar el Best Seller. Quizás para entonces yo siga publicando en alguna de las tantas revistas literarias que seguramente habrá en el infierno.