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jueves, 28 marzo, 2024
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■ “Mi padre llegó tarde al tenis; tal vez pudo haber sido profesional; tenía el coraje, la altura, la vocación, pero ya no la edad. Lo descubrió a los 35 años, entonces le tocó ser pintor”, expresó la hija del artista plástico

Para mi padre, Juan Manuel de la Rosa, “el tenis era su oxígeno”: Valentina de la Rosa

■ En el Club Social y Deportivo de Zacatecas, se realizó un torneo de dicho deporte como homenaje póstumo al creador oriundo de Sierra Hermosa, Villa de Cos, Zacatecas

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Por: La Jornada Zacatecas •

A fin de rendir homenaje al artista plástico zacatecano Juan Manuel de la Rosa, fallecido el 15 de julio de 2021, se realizó un torneo de tenis en el que estuvo presente su hija Valentina.

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El evento tuvo como sede el Club Social y Deportivo de Zacatecas, donde Valentina de la Rosa afirmó que su padre, “nacido desierto adentro”, fue “devoto de este deporte blanco”.

A manera de agradecimiento por tal homenaje, Valentina de la Rosa leyó algunos párrafos que escribió, en los que manifestó lo siguiente:

“Creo el primer recuerdo que tengo de mi padre no fue en un taller de pintura sino en una cancha de tenis. Desde mis cuatro años mi padre le pedía a mi madre vestirnos a mi hermana Natalia y a mí, para irnos a jugar tenis a las canchas de arcilla cerca de nuestra casa en la Ciudad de México. Eran los 80’s, nosotras con nuestra moda de aquella época, mi padre con sus pants verdes con morado de Babolat, shorts Tachinni y sus tenis con la última tendencia para arrasar en la cancha”.

Mi padre vivía con su maleta de tenis, ese monstruo que podía albergar cuatro raquetas, dos paquetes de bolas, bloqueador, Gatorade, antivibradores y su cambio de ropa. Era un mundo, no la dejaba ni para dormir; en sus siestas la ponía como almohada, agregó.

“Mi padre llegó tarde al tenis; tal vez pudo haber sido profesional; tenía el coraje, la altura, la vocación, pero ya no la edad. Lo descubrió a los 35 años, entonces le tocó ser pintor. No le gustaba ver televisión, sólo la sacábamos para ver Wimbledon y entonces sí era una fiesta”.

“Mil anécdotas podría contar aquí, pero no hay tiempo. De los 75 años que vivió, estuvo 40 sobre alguna superficie tenística. Iba diario o casi diario, no podía enfrentar la vida sin haber jugado al menos un set o haber peloteado, entonces me decía, ‘Valentina, ya jugué tenis ahora sí que me echen al toro’”.

“Confieso que me enseñó a ver y vivir la vida con la filosofía del tenis, y se lo agradezco. ‘Punto por punto, Valentina’, me decía cuando se me complicaba mi trabajo. Ver la vida a través del tenis, de este bello deporte, ese instinto de ver la bola, tener el revés a dos manos, potente, recto… perfecto. Cargar la canasta y pelotear 100 veces o más; saque, slice, top spin, smash, cargar con efecto la bola; emocionarme cada año por los Grand Slams como si fueran estaciones, primavera, verano, US Open, Mónaco, Roland Garros, Wimbledon”.

“El cardiólogo de mi padre que también era su compañero de cancha y compadre, le dijo, ‘Compadre, para rehidratarte mejor toma agua mineral con jugo de naranja natural en vez de bebidas deportivas, es más sano’, y mi padre lo hacía al pie de la letra. Alguna vez me confesó, ‘Valentina, ves a aquel jugador, tiene 90 años, así quiero llegar, aunque pasito a pasito para pegarle a la pelota’. Decía que una de las formas de felicidad es estar en una cancha de tenis”.

Jugaba, no miento, cuatro horas diario cuando estaba en Ciudad de México o aquí en Zacatecas, me dicen sus amigos, prosiguió. “Siempre viajaba con su maleta, meterla en los gabinetes del avión era un problema, pero no se vencía. Alguna vez jugué con él en el jardín de Luxemburgo en París y en las faldas de los Andes en Bogotá. Siempre investigaba a donde viajaba dónde podía jugar, pues el tenis era su oxígeno”.

“Envolvía sus raquetas con fundas de lino, cargaba su plátano religiosamente, se envolvía los dedos en tela cinta mágica para que la raqueta no le sacara callos, y su compadre le decía, ‘Compadre, ¿es necesario?’ Pero él hacía del tenis todo un rito, como algo sagrado. Así era el tenis para él y entrar a una cancha también. Alguna vez un artista, alumno suyo, me dijo que para hacer las hojas de papel a mano en gran formato o pintar esos grandes óleos necesitaba tener condición, ‘meter todo el cuerpo’ como en el tenis, dar todo”.

“Mi padre siguió jugando hasta un mes antes de morir. Me decía, ‘Valentina, hoy jugué media hora, entonces me siento bien’. Así, la vida de mi padre siempre estuvo acompañada de su pasión por el tenis y lo hizo feliz”.

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