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sábado, 3 mayo, 2025
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■ Recuerdos de una vida olvidable…

Una regresión para entender el presente

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Por: Manuel Rivera •

Nunca negué que mi experiencia como consumidor de noticias me causaba constante preocupación, aunque en los últimos años debí admitir algo más: la exposición a lo que suponía era el mundo de la información terminó por poner en duda mi capacidad para distinguir lo falso y lo verdadero.

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Mientras una fuerza disfrazada de izquierda apela a mi fe y resentimiento contra su adversaria para situarse en un nivel superior al de la razón y el método, es decir, en el de una religión, la fuerza que finge no ser de derecha apuesta a la amnesia de la mayoría de los ciudadanos, para hacerse pasar como la salvadora de aquellos a los que oprimió cuando estuvo en el poder, ese que para ella es motivo de nostalgia y para el nuevo grupo que lo ejerce fin último.

El resultado de esa lucha ideológica llevada al terreno de la posverdad provoca la duda continua sobre lo que es verdadero.

Estas elucubraciones salen corriendo de mi mente cuando en el lugar que visito volteo hacia arriba y veo descender de la torre de mangueras mi delgadez de antaño.

Miro luego cómo camino hacia mi pasillo favorito, donde otra vez quiero pasar la noche fresco mirando hacia el cielo que en lugar de estrellas me ofrece edificios y recuerda la obligación de responder en cualquier momento el llamado que justifica mi estancia en este sitio.

Si la experiencia fugaz e irrepetible se transforma en el recuerdo que dura siempre, no proyecto mi imaginación, sino vivo mi realidad.

De golpe entiendo lo que es verdadero y me pregunto si las fuerzas que buscan engañarme o, en el mejor de los casos, administrarme con cuentagotas la verdad, merecen algo más que el producto de mis náuseas causadas por presenciar el juego de unos con la ignorancia y esperanza de muchos.

Vuelvo entonces a tenderme sobre ese corredor cuando el esporádico ruido de los vehículos que circulan sobre la avenida cercana autoriza que me retire a este refugio de mi soledad.

Como siempre, coloco mis botas a un lado y doblo el chaquetón para aminorar la dureza del casco que me servirá de almohada, sin embargo, ahora en lugar de atisbar el cielo y disfrutar la corriente de aire que lanza en huida al intenso calor, observo las prácticas que realizan jóvenes mujeres y hombres que viven sus primeras horas en el sitio donde sumo décadas de estancia.

Este sábado, después de 45 años de mi primer ingreso a la central de bomberos, retorno a ella ahora invitado para hablar ante jóvenes aspirantes a vulcanos. Podrá ser inmerecido este premio, pero lo injusto no siempre es antídoto ni del placer ni del ego.

¿Cómo dejar de gozar la esperanza de la renovación? ¿Cómo evitar reflejarse en la mirada de quienes inician el camino de la existencia, igual al que hace casi medio siglo empezó a transitar quien se creía un inmortal adicto a la adrenalina?

Si hay algo que delatan los ojos de los seres vivos es la candidez, estado que resulta de una vida todavía sin suficientes motivos de reclamo. La necesidad de creer y el don de sorprenderse, indefectiblemente se traducen en el brillo de la mirada.

Esa frescura capaz hasta de disipar el sopor del mundo moderno, donde la verdad y mentira se confunden, ni siquiera se altera cuando el joven que hace unos minutos decía en el aula que los valores dejaron de existir, se contradice en el simulacro que observo, donde sin caretas muestra su deseo de servir al prójimo.

Hay ocasiones en las cuales la vida concede al hombre la oportunidad de preparar su despedida, brindándole señales claras de que el destello de su existencia está próximo a concluir.

Uno de los indicios más evidentes lo da cuando el ser humano tiene a la vista el comienzo de su fugaz ciclo. Cuando en la vuelta de la vida se puede observar el sitio del que se partió, no falta mucho para llegar a la meta de todo lo vivo.

Disfruto entonces intensamente el panorama que ofrece el corredor en el que prefiero reflexionar, sabiendo que si soy descubierto por el elemento que cubrirá la siguiente guardia me ofrecerá subir al dormitorio y hasta usar su almohada, lo que aceptaré en respuesta a su compañerismo, valor muy superior a la comodidad que disfruto sobre el piso fresco.

¿Qué es lo verdadero si no el recuerdo de lo efímero impreso para siempre en el ser? ¿Qué es el engaño que da acceso al poder, si no el sustituto temporal de la verdad en tanto llega el veredicto de la historia?

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