Dada la prisa con que vivimos, difícil sería hablar de “días de guardar”, ya que por lo general nos gana el apremio, la urgencia de cubrir un compromiso o llegar a algún lugar, el tiempo se agota con premura, sólo nos rescata nuestra naturaleza festiva, ya que aguardamos también con apuro, el día de la fiesta.
En la cultura se aprecia bien esta condición, en razón de que el festejo, o como es ahora el caso del Festival Cultural, que se lleva a cabo en la capital y algunos municipios, que felizmente se origina una ruptura del tiempo cotidiano, ese que pudiera lacerarnos o angustiarnos, debido al compulsivo tiempo que nos ha tocado vivir. Al respecto, días antes de su apertura, las calles del Centro Histórico de Zacatecas y colonias aledañas mostraban, por obra de su propia gente, un soplo de esperanza ante la irrupción de su celebración.
Las personas, sin saberlo, imantan una energía poderosa que sostiene la ilusión por un contexto distinto y prometedor que sólo el arte y la cultura brindan porque en esencia, prodigan una brisa de bienestar que, de mantenerse en forma permanente, provocará nuevas formas de conciencia y de libertad.
Sin imaginarlo, la sociedad mantiene ese aliento como punto de resistencia hacia la violencia que nos asalta y como un respiro al desasosiego, al hastío ordinario que sacude a muchos hogares porque dentro de las muchas dimensiones de la cultura, más allá de sus significados profundos, del mismo modo buscamos divertirnos, desfogarnos ante el llamado de la fiesta.
Como no sucedió en años anteriores, el festival de este año busca corresponder al abolengo de esta noble tierra, y aunque pareciera que necesita de mayor comprensión y sensibilidad para entender su importancia, se ha desplegado con dignidad para las familias locales.
Del turismo, se espera que venga a Zacatecas en los próximos días de esta “Semana Mayor”, los prestadores de servicios están aguardando la posibilidad de cierta recuperación económica, ante la merma constante del limitado consumo frente a la presión de pagar rentas asfixiantes.
Pero, como bien sabemos, el festival nació para la población; la ciudadanía se lo ha apropiado y lo ha legitimado socialmente, y por ninguna razón lo responsabiliza de si viene o no turismo a Zacatecas, porque ese trabajo corresponde a la política turística que, a nivel municipal y estatal, estratégicamente debió planearse con anticipación e implementarse con un plan establecido, bajo la consigna de que su patrimonio cultural es más fuerte que la vulnerabilidad que presenta.
Mayor estrategia, riguroso conocimiento en el campo, incluyendo las medidas de seguridad, fortalecerían mucho más la implementación de políticas públicas para el desarrollo, una convocatoria solidaria donde todos estamos obligados a hacer algo, para que lo que realmente importa, no se pierda. Ese es el gran desafío.
Este sentimiento genuino, acompaña al Festival Cultural en su trigésima séptima edición, ligado a este 2023, al cumplimiento de los 30 años de la Declaratoria del Centro Histórico de Zacatecas como Patrimonio Mundial, una conmemoración que nos recuerda el rigor de Don Federico Sescosse Lejeune (1915-1999), junto a otros zacatecanos, por mantener impecable a la ciudad capital, situación que ya no es, ante la problemática que presenta y que será tema de otra colaboración.
Mientras tanto, tal como se pensó en 1987, la semana cultural es para las familias de Zacatecas, propiciemos que este festival acrisole en su entraña este propósito, porque histórica y culturalmente, los muertos regresan a nosotros dos veces al año, en Semana Santa y en noviembre, y el festival rompe el silencio que nos divide, permitiendo que, del claroscuro de esa frontera, podamos encontrar el significado de nuestra propia existencia.
El festival es un espacio de contacto, pobres y ricos somos iguales, donde desaparece el tamiz de la discriminación y la desigualdad, prodigando una relación de iguales y un florecimiento para todos, a pesar de nuestras pérdidas y la nostalgia que nos origina ese dolor. Somos seres lúdicos, de festiva memoria.