El pasado jueves 31 de octubre celebramos en la Cámara de Diputados un gran foro para escuchar a las y los jóvenes. Más de 500 jóvenes acudieron a escuchar y a dialogar con otras y otros jóvenes que hoy forman parte de la política, a compartir sus puntos de vista, inquietudes y anhelos. Tuve el enorme honor de ser anfitrión de este evento porque estoy convencido de que el relevo generacional en la política debe ser no una cuota sino un asunto de derechos.
Es innegable que los jóvenes representan una parte fundamental de la sociedad. Sin embargo, muchas veces su participación se reduce a cifras en un esquema de cuotas, donde su voz tristemente muchas veces ha quedado diluida. Esto no solo es un error, sino una grave falta de respeto a la capacidad crítica y creativa que poseen. Los jóvenes no están aquí solo para llenar un espacio; están aquí para transformar, innovar y proponer nuevas soluciones a viejos problemas.
En primer lugar, estoy convencido de que la participación juvenil en la política, debe involucrar necesariamente un proceso de formación política. La juventud no sólo debe tener acceso a la política, sino que también deben recibir formación para comprenderla y ejercerla de manera eficiente, siempre buscando el bien de todas y todos; es decir, concebir a la política desde lo colectivo y no desde el beneficio personal. Esto implica programas de formación histórica, política, cívica, liderazgo y debate que fomenten un entendimiento profundo de los procesos democráticos. Cuando la juventud está bien formada, su contribución va más allá de ser un simple número; se convierte en un elemento esencial para la revitalización de la política.
Este enfoque es vital para la salud misma de nuestras instituciones. Una democracia sólida necesita de voces frescas y críticas que desafíen cualquier sistema. Los jóvenes pueden aportar perspectivas que han sido pasadas por alto y propuestas innovadoras que pueden ayudar a resolver problemas que no hemos logrado resolver.
Por lo tanto, es fundamental que los espacios políticos para los jóvenes sean parte de un esquema de derechos, donde su participación sea reconocida como un componente esencial de la democracia. No se trata solo de cumplir con un requisito, sino de abrazar el potencial transformador de una nueva generación comprometida con el cambio. La política debe abrir sus puertas y, en lugar de ver a los jóvenes como una cuota, entenderlos como un derecho: el derecho a ser escuchados, a ser representados y a ser parte activa en la construcción del futuro.
Al final del día, el verdadero desafío es transformar la manera en que concebimos la participación política. La juventud no debe ser vista como un “bonus” en la política, sino como un derecho inherente de toda sociedad que aspira a ser justa y equitativa. En este sentido, celebrar foros como el del 31 de octubre es un paso en la dirección correcta, pero debemos asegurarnos de que esto se traduzca en un cambio real y duradero. La voz de los jóvenes es esencial, y su lugar en la política es un derecho que seguiré defendiendo.