- “Nos ha tocado que sí nos llega la melancolía junto con ellos, sobre todo con los angelitos”
- “El terreno es variable. Hay lugares que son blanditos, hay lugares que son duros y hay lugares que son súper duros”, explica Juan Carlos Gaitán
Apenas pasan unos minutos de las 8 de la mañana y ya saben que hoy habrá un “servicio”. Con la varilla y el marro caminan por un sendero estrecho hasta llegar al punto acordado y comienzan a “sondear” el terreno. Esta vez es blando, así que cuatro horas y dos personas bastarán para hacer la excavación.
Los otros dos compañeros, mientras tanto, se llevarán en sus carretillas el material que vaya extrayéndose del suelo y, cuando hayan terminado, esperarán; aguardarán a la muerte un día más.
Ellos son los encargados de hacer las gavetas en los panteones y ésta es la descripción de una parte de su jornada laboral; una rutina en la que, a diferencia de otros trabajos, conviven cada día con el dolor de quienes han perdido a un ser querido.
Hace cuatro años, a Juan Carlos Gaitán Medellín le ofrecieron trabajo en la dirección de Panteones del ayuntamiento de Zacatecas y no dudó. En ese momento tenía un empleo eventual en el rastro del municipio y “para andar de un lado a otro, batallando” mejor decidió hacer el cambio.
El sueldo no era atractivo, pues 650 pesos a la semana alcanzaban casi exclusivamente para los 50 pesos de los traslados diarios desde Hacienda Nueva, Morelos, hasta la capital del estado y otra vez de regreso a la localidad donde reside. Sin embargo, no hubo dudas al aceptar el nuevo trabajo porque iba a tener acceso al Seguro Social y eso, por su familia, era lo más importante.
El enfrentarse diariamente al dolor ajeno no fue fácil; “al principio sí sentía más triste”, la empatía era inevitable, recuerda, sobre todo cuando para quienes deben cavar las gavetas es para “los angelitos”.
“Nos ha tocado que sí nos llega la melancolía junto con ellos, sobre todo con los angelitos que son con los que más uno sufre. Los grandes ya gozaron, ya sufrieron; uno de adulto ya fregó y lo fregaron y un angelito…ése todavía no sabe lo que es la vida. Por eso a veces nosotros sentimos el dolor junto con los familiares”, dice Juan Carlos.
Él además tiene tres hijos, todos pequeños. Wendy Jaqueline es la mayor y cumple 7 años este fin de semana, José Antonio tiene 2 años y Luis Alberto apenas ha cumplido los 15 días de nacido.
Su trabajo no ha pasado desapercibido para Wendy Jaqueline, quien indirectamente ha tenido que ir aprendiendo en qué consiste el día a día de su padre, aunque haya sido por los malentendidos generados con sus amigos en la escuela.
“En qué trabaja tu papá” fue la pregunta que le hicieron a la pequeña al empezar el colegio y con la respuesta “trabaja en los panteones” sus compañeros de clase llegaron a una conclusión: “Trabaja en el panteón enterrando muertos porque tu papá los mata”.
Wendy Jaqueline llegó triste ese día a su casa, comenta su padre, quien aprovechó la situación para explicarle a su hija a qué se dedica exactamente. Esta confusión desafortunada ahora provoca una sonrisa en el rostro de Juan Carlos mientras asegura: “Ya no le dicen nada”.
Los niños, casi instintivamente, relacionaron el panteón con un trabajo negativo. Juan Carlos cuenta que no son los únicos; él y sus compañeros son los “malos” para muchas personas y no han podido evitar las “malas palabras” hacia ellos en sus jornadas laborales.
Asegura que “sí nos han dicho varias veces con malas palabras; ‘no lo tapes’, ‘no lo agarres tú’ o ‘quítate’ pero uno pues a huevo tiene que aguantar todos esos insultos y enojos de las personas. Estoy de acuerdo – reflexiona – las personas vienen con su dolor y no saben ni lo que dicen y por eso es que nos detenemos un poquito también nosotros. No podemos decirles nada a ellos porque es una falta de respeto y aparte es nuestro trabajo”.
Pero lejos de ser tan distintos al resto de los trabajadores, hay condiciones compartidas que deben afrontar todos los días: sueldos bajos que son inferiores a los dos salarios mínimos, al igual que el 43 por ciento de los zacatecanos que trabajan; jornadas laborales extenuantes que pueden llegar a las 12 horas ininterrumpidas y, finalmente, una rutina diaria que cumplir.
Informarse de los “servicios” que habrá en el día, trasladarse al terreno que señalen los familiares de la persona fallecida, con una varilla y un marro para “sondear” la tierra para determinar su dureza y, después, empezar a cavar. Trasladar la tierra y escombros que se extraen del suelo en las carretillas y acercar a la gaveta los materiales, como blocks y losas de concreto, con los que se sellará la tumba.
Los huecos son de un metro de profundidad, un metro de ancho y 2 metros con 50 centímetros de longitud.
“El terreno es variable. Hay lugares que son blanditos, hay lugares que son duros y hay lugares que son súper duros”. En los primeros basta con cuatro horas y dos personas para hacer el trabajo, pero para los últimos son necesarias todas las manos que hay en el departamento, que son las de 10 trabajadores, y pueden pasar ocho horas hasta que consiguen dar forma a la excavación.
Éste es el trabajo de Juan Carlos; “ya se me hizo como de rutina”, señala. Sin embargo, la particularidad de su empleo, la cercanía constante con la muerte, ha dejado ya huella en los cuatro años que lleva desempeñando esta labor:
“Se siente uno más preparado; de si me llega a tocar mañana a mí o a alguien de mi familia tener la satisfacción de explicarles cómo es la vida, echarle ganas que al cabo es normal, porque ya lo miro como algo normal. No como al principio, que fallecieron mis abuelitos, estar llorando junto con mi familia. Yo ahorita, si falleciera alguien de mi familia, no engrandecería más ese dolor, les ayudaría a alivianar el de ellos, no a llorar junto con ellos, al contrario, a darles ánimo”.