La educación no es una preparación
para la vida, la educación es la
vida misma.
John Dewey
De siempre, el sistema educativo mexicano, ha estado en tela de discusión, sobre este, se comenta, se discute, se analiza, se critica y se le generan alternativas mediante la toma de decisiones, estas casi siempre son de Estado, no tanto de instituciones educativas; al final, el proceso educativo sigue su marcha, se manifiestan posturas de toda índole y naturaleza, lo cierto es que en la actualidad el sistema educativo como tal, se encuentra en una situación no tan halagadora. Históricamente y desde una perspectiva meramente institucional, al docente se le ha asignado el rol de obrero de la educación cuya función asignada es la del manejo solamente de contenidos curriculares; se le imbuye en una dinámica meramente burocrática, donde lo único que importa es que entregue informes sobre lo que hace en el aula, acerca de lo que les “enseñó” a los alumnos y la manera de cómo hizo para “transmitirles el conocimiento”.
Por lo general, de una manera inercial, el docente repite los mismos patrones de conducta que vivió tanto en su formación inicial, así como en la formación que le valió la asignación institucional de docente. Cómo recuerdo aquel comentario que alguna vez hizo un maestro cuya formación la tuvo en una escuela normal estatal, desde su educación básica, comentó el mentor, siempre lo catalogaron como “excelente alumno” dado que obtenía buenas calificaciones; al termino de sus estudios normalistas, en la ceremonia de graduación lo nombraron como el mejor alumno de la generación, lo alabaron por las cualidades y los méritos que demostró a lo largo de su trayecto formativo. Como fue un alumno de excelencia, supusieron que como maestro sería igual –de excelencia-, le dieron la oportunidad de que eligiera el lugar a donde él quisiera irse a ocupar una plaza docente, eligió una comunidad rural; al cabo de un ciclo escolar, regresa a su Alma Mater, le comentó a uno de sus maestros que lo ayudaron a formarse, todas las penurias por las que pasó, que sus alumnos no le aprendían, muy por encima de que él ponía todo su esfuerzo, que se les dificultaba entenderle y, lo peor, que al final del ciclo, sacaron calificaciones no satisfactorias, su maestro y confidente le respondió que no se preocupara por eso, que de todas maneras él era un maestro excelente, que si sus alumnos no le aprendían, era por burros.
A quien se dedica a enseñar se le denomina de muchas maneras –docente, profesor, maestro, enseñante o mentor-, sea la manera de como se le nombre, lo debemos identificar siempre como el que se dedica profesionalmente a la enseñanza, ya sea desde lo didáctico y/o lo pedagógico. Independientemente de cuál haya sido el proceso de formación del docente, inicialmente se le consideró como apóstol de la enseñanza, lamentablemente, con el pasar del tiempo, la imagen del docente, se fue deteriorando, se le perdió la confianza y hasta el respeto; son muchos los factores los que dieron pie a esta desgracia.
Existe mucha violencia en las instituciones educativas, al maestro se le asigna la función de controlador y/o manipulador, el que prepara solamente su clase, pero no se prepara para ella. El sistema educativo les asigna un perfil a los maestros, ello dependiendo del nivel y modalidad educativa de que se trate; esa asignación de perfil es una manifestación clara de sujeción que el maestro experimentó durante su formación, no se le ha dado la libertad para que el docente, con su estilo propio de ejercer su profesión, se forme y reafirme su compromiso social como tal, ello le permitiría de una manera más clara trabajar con los alumnos aspectos propios de la docencia, tales como los psicopedagógicos, socio-pedagógicos, tecno-pedagógicos y filosóficos; lo reafirmo, solamente lo forman para que adquiera cierto perfil, en consecuencia, no se le da oportunidad para que se forme, lo programan para que obedezca fielmente lo que institucionalmente le dicen que deba hacer.
Mucho se ha hecho y dicho en el rubro de la formación y actualización del docente, en los múltiples análisis que se hacen en torno a ello, se concluye que las instituciones formadoras de docentes no han cumplido con su función como tal, se han sujetado y condicionado al sistema político y de gobierno, así, no responden a las necesidades educativas de la sociedad sino a intereses meramente mercantilistas; este fenómeno seguirá latente mientras el Estado siga asumiéndose como rector de la educación, la educación debería ser el tesoro más preciado que una sociedad tiene, por desgracia, debido a actitudes entreguistas a los voraces empresarios de parte de quienes dirigen los destinos del País, el sistema educativo mexicano, se encuentra en crisis.
Para que el sistema educativo realmente sea de utilidad social, debe darse no solo un cambio en su estructura administrativa y académica, sino una transformación total, en ello entrarían en juego toda una serie de acciones, la principal sería, que el Estado deje de asumirse como educador y, que renuncie a ser rector de la educación, que los modelos educativos sean consecuencia no de imposiciones empresariales y gubernamentales, sino de análisis y reflexión de los docentes para que así, surja un proyecto educativo de impacto, innovador y, lo que es mejor, de plena utilidad social.