Las reformas borbónicas (cuatro últimas décadas del siglo 18 y primera del siguiente, principalmente) como colofón del periodo ilustrado español, tuvieron como eje rector la autoridad del monarca, símbolo de la unidad nacional. Representaron la aplicación de una política centralista dirigida a atacar el corporativismo, sus prácticas e inercias. Una de las corporaciones que se vio más afectada por la nueva administración de gobierno fue la Compañía de Jesús que ejercía prácticamente el monopolio de la educación preuniversitaria (media y media superior) en las colonias. Cuando en 1767 se dio a conocer la expulsión de la orden que había sido fundada por Ignacio de Loyola en la época de la contrarreforma protestante, el Rey Carlos III encontró simpatías por esta medida entre el sector influyente de eclesiásticos que divididos entre «modernos» y «tradicionales», se sumaron a la cargada en apoyo convenenciero a las ideas del regalismo (Tankc de Estrada, 1985, pp. 8-9). Las reformas académicas que afectaron a las universidades, aplicadas en 1770, estuvieron en contra de la escolástica y del memorismo en la enseñanza. Introdujeron nuevas materias como la botánica, la química y la anatomía. Promovían la práctica y la experimentación para estar a tono con el método científico en boga, el análisis de fuentes y el uso de textos modernos en lugar de argumentos de autoridad de los maestros y sus clases magistrales. En lo relacionado con las escuelas de primeras letras, éstas deberían de adoptar el método de escribir de Francisco Javier de Santiago Palomares, la gramática latina de Juan Iriarte, el texto de lecturas “El espejo de cristal” y el catecismo histórico de Claude Fleuri, (Op. cit..1985, pp. 14-15 Op. cit..1985, pp. 14-15). Junto con las operaciones matemáticas elementales, éstos serían hasta bien entrado el México independiente, los nuevos saberes que bajo el método de “enseñanza mutua” o “lancasteriano” se enseñarían en las escuelas.
Las reformas educativas que impulso Carlos III como parte de su política centralista tuvieron en personas como Pedro Rodríguez (Conde de Campomanes) y Melchor Gaspar de Jovellanos a entusiastas y decididos apoyadores, quienes siendo ministros y consejeros reales se hicieron eco de las ideas humanistas e ilustradas y abogaron por su aplicación. El Conde de Campomanes político y economista, además de historiador es uno de los representantes del despotismo ilustrado del último tercio del siglo XVIII, en su Discurso sobre la educación popular y su Apéndice, se pronunció en contra de los gremios a los que consideraba causantes del retraso y la decadencia de la industria española y abogaba por su desaparición. Se oponía a una sociedad organizada en corporaciones y privilegios. Señal de que España todavía tenía mucho de medieval. En su lugar, se pronunciaba por un libre juego de intereses en la sociedad que tuvieran en la competencia y la iniciativa sus piedras angulares. Liberalismo puro sus ideas, seguramente el Conde conocía los escritos Fichte y Smith. Jovellanos por su parte era un partidario ferviente de la escuela pública y gratuita que en sus discursos no dudo en ensalzar y combatir el elitismo con el que hasta entonces se venía aplicando la instrucción de la niñez y juventud, (en Tanck Estrada, Dorothy. La educación ilustrada,op. cit. pp. 9-10).
Atrás, pero muy lejos había quedado la quimera del oro y la búsqueda de ricas vetas de metales que llevaron al enriquecimiento rápido de los primeros conquistadores, imbuidos de un espíritu aventurero alimentado por las novelas de caballerías. Ahora sin que la minería dejara de ser un renglón importante de la economía, la fuente de riqueza que comenzó a cobrar fuerza se encontraba en el trabajo diversificado de los hombres.
Tanto Campomanes como Jovellanos que participaron en “Las sociedades económicas de Amigos del País”, en sus escritos se preocuparon porque el Estado impulsara la educación pública y dejara de favorecer a grupos corporativos privilegiados. Para conseguir tal propósito, los ilustrados proponían mejorar el aparato administrativo del gobierno, desorganizado y sumamente burocratizado; lo que hacía lenta la aplicación de las medidas dictadas por el monarca. Bajo estas ideas y guiados por esta filosofía de la ilustración desarrolladas por las reformas borbónicas llegarían nuevos vientos en la instrucción pública de la Nueva España y por consiguiente también a la provincia de Zacatecas, sobre todo a su capital que es el lugar sobre el que más información existe.
Resta agregar que el rasgo de la instrucción pública considerada como educación ilustrada en el periodo que va del auge de las reformas borbónicas en la metrópoli y su influencia en la Nueva España y la primera mitad del siglo XIX, no obedeció a los cánones de la propuesta educativa del ilustrado Juan Jacobo Rosseau que sostenía que la educación que se trasmitía en la infancia las ideas, valores y prejuicios de la sociedad provocando que se corrompieran las costumbres, por lo que a los niños se le debería de educar con otra filosofía pedagógica para formarlos de manera natural en la libertad. Esto no ocurrió, definitivamente. Un tanto contrario a esta idea, por educación ilustrada en esta época, nuestros ilustrados, las élites políticas y culturales, vieron en la instrucción comenzando por la de la primera enseñanza la mejor apuesta para fomentar “el buen gusto, la decencia y el decoro”, (Delgado Carranco (2006), Libertad de imprenta, p.246). De ahí porque la enseñanza de la moral jugó un papel muy importante en la instrucción que se proporcionaba en las escuelas de primeras letras.