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miércoles, 23 abril, 2025
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El coctel para la percepción de la inseguridad

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Por: ISRAEL GUERRERO DE LA ROSA •

Palíndromo

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El sentirse seguro implica saber que mi integridad física y mental, mis derechos y libertades y mis posesiones se encuentran protegidos y amparados. De igual forma, significa el confiar en que si se diera una infracción o un delito se perseguiría, investigaría y se sancionaría.

Eso a grandes rasgos significa sentirse seguro, un concepto tan amplio en el que cabe todo y que se basa en gran medida en impresiones directas o indirectas y por lo mismo se vuelve un tema complejo en el que la percepción es mutable, maleable y transferible de manera permanente.

El Estado, encargado de garantizar la seguridad se vuelve el receptor de nuestra confianza, más concretamente sus instituciones de seguridad pública, procuración e impartición de justicia. Sin embargo, en quién depositamos gran parte de nuestra confianza es quien tiene los más altos índices de desconfianza social, vaya paradoja.

La percepción es pues un coctel que se condimenta de una serie de situaciones que lo hacen multifactorial. Con esto no pretendo desestimar, ni justificar, ni mucho menos la compleja situación de inseguridad que se ha presentado y que deben atenderse con toda seriedad, profesionalismo y decisión. Esta revisión es sólo asomarnos a otros elementos que abonan en el tema.

Revisando algunas de las teorías que buscan explicar cómo se afecta o modifica dicha sensación, encontramos que los estudios han establecido una relación entre el entorno y la impresión de inseguridad. A mayor deterioro físico, es decir, calles sucias, edificios o casas en abandono o descuidadas, proliferación de lotes baldíos, falta de alumbrado público, por mencionar algunos, mayores niveles de sensación de inseguridad.

Además, estos espacios públicos se consideran que influyen para la proliferación de mayores conductas de riesgos hacia el delito, como lo es la ingesta alcohólica y la drogadicción.

La falta de servicios públicos también es percibida como ausencia de autoridad, no está presente el gobierno en sus formas básicas por lo que también se percibe su ausencia en la capacidad de defender a los habitantes.

Otro de los factores identificados es que quien ha sido víctima  u objeto de un delito, experimenta mayor sentimiento de inseguridad que aquel que no lo ha sido. También algunas investigaciones revelan que el miedo es mayor en personas con menor capacidad física para defenderse.

Revertir una percepción negativa tiene un sentido mucho más complejo dado que tienden arraigarse en el subconsciente y en el inconsciente.

Los estratos socioeconómicos también influyen en la percepción de sentirse víctimas o de una mayor exposición al delito y quienes tienen redes sociales más limitadas dentro de la comunidad tienen mayor proclividad a sensaciones de inseguridad que aquellos que pertenecen a redes sociales más amplias y estructuradas donde se da un mayor sentido de pertenencia y cohesión.

A estos factores habría que agregar como un elemento fundamental el tema de la impunidad, que por sí sólo es un tema, ya que al no observar que los delitos sean perseguidos y castigados, permea la señal que no hay consecuencias negativas para quien lo hace.

Reconociendo la complejidad del tema, la percepción de la inseguridad es pues un coctel social, psicológico, legal, económico que requiere una atención integral y transversal.

En ese sentido, entender el problema de la inseguridad y el sentido en que es percibido por la ciudadanía va más allá de políticas de contención, es dar un giro a la política en materia de seguridad y abordarlo desde distintas ópticas, empezando por focalizar entornos degradados y volverlos amigables, apacibles y confiables.

La percepción de inseguridad que ha dado a conocer el INEGI a través de la Encuesta nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE), donde el 82.5 por ciento de los consultados en el estado se sienten inseguros, no debe de enfrascarnos en la visión tradicional de la seguridad pública sino que debe prender los focos para repensar el problema en una mayor dimensión.

Y nos queda claro que no nos estamos acostumbrando a la inseguridad de lo contrario, se hubiera tenido un registro menor, es más bien un llamado de atención para comenzar con políticas públicas bajo enfoques sociales, desde la pobreza, la cohesión social, la capacidad económica, la resiliencia social.

Y es que en este complejo tema la prevalencia delictiva se redujo, pero la percepción de inseguridad se incrementó.  Lo que nos refleja los aspectos multifactoriales de los que hablamos. El principal problema en este 2016 sigue siendo la inseguridad seguido del desempleo y la pobreza.

Otros datos que deben llamar la atención para afrontar el problema es por ejemplo, en la zona metropolitana de Zacatecas el 75.3 por ciento de los entrevistados se siente inseguro. Nos colocamos por encima de zonas metropolitanas con mayores situaciones de inseguridad como Tamaulipas.

Chihuahua tiene el doble de las defunciones por homicidio por cada 100 mil habitantes y 10 por ciento más de delitos con portación de armas, pese a esto tiene mayor confianza en su policía preventiva municipal y una menor precepción de inseguridad. En el mismo caso se ubica la comparación con Sinaloa, donde se dan más homicidios, mayor número de delitos con armas de fuego pero tiene una menor percepción de inseguridad.

Estos datos son una muestra de la dificultad que presenta el tema. Por ello, la necesidad de una visión distinta para atender el problema y para comunicar a la sociedad lo que se hace, entablar con ella un diálogo tan necesario en materia de percepción.

El reto es de todos y mientras lo entendemos, nos leemos en la siguiente entrega en Palíndromo, de izquierda a derecha y viceversa. ■

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