Incluso eliminados del mundial los mexicanos seguíamos dando la nota en Brasil por la conducta de los aficionados.
Seguramente no somos los únicos mal portados, quizá tampoco los peores; la prensa mexicana naturalmente enfatiza lo que hacen los connacionales, y deja pasar lo que hacen los aficionados de otros países, por ejemplo: los 88 chilenos que intentaron entrar por la fuerza en el Maracaná o los hinchas argentinos a los que se les impide siquiera la entrada a Brasil por sus antecedentes violentos en los estadios, etc.
Pero nuestra fama es añeja. En el mundial de Francia 1998, un mexicano orinó y por consecuencia apagó el “fuego eterno” que honra a los soldados caídos en la primera guerra mundial. En 2002 en Japón, otro connacional en estado de ebriedad detuvo el tren bala por primera vez en su historia al presionar el botón de emergencia irresponsablemente, y en el mundial de Sudáfrica 2010, un ocurrente paisano colocó un sombrero charro a una escultura de Nelson Mandela.
En Brasil 2014 las peripecias mexicanas comenzaron con el hijo del procurador de Chiapas que intentó impresionar a una mujer lanzándose al mar desde un crucero. Cuentan que antes de hacerlo dijo que haría historia y detendría el barco. ¿Asumiría que su condición de hijo de hombre de poder sería suficiente para lograr tal cosa? ¿Pensaría que la marina brasileña se movilizaría más allá de lo razonable con tal de encontrarlo como quizá hubiera hecho la mexicana dado su parentesco?
Posteriormente captaron en vídeo a varios mexicanos robando cervezas en un estadio, en las mismas fechas en que los japoneses sorprendían al mundo por quedarse a recoger la basura después de un juego de su selección, en el que por cierto, fueron derrotados.
Quizá la más penosa de las noticias mexicanas en Brasil fue la de Sergio Israel Eguren Cornejo, Rafael Miguel Medina Pederzini, Angel Rimak Eguren Cornejo y Mateo Codinas Velten, los dos primeros ex asambleístas del Distrito Federal por el PAN, quienes tocaron las partes íntimas de una mujer, y ante el reclamo de su esposo, lo golpearon. Fueron detenidos y podrían enfrentar una condena de 2 a 8 años de cárcel.
Ante los bochornos frecuentes que nos han hecho pasar en este mundial cabría al menos preguntarse: ¿Qué hará pensar a estas personas que se puede faltar el respeto a la mínima dignidad de otro ser humano y salir impune?, ¿Abonará en algo que en el lugar del que provienen sólo se castigue un delito de cada cien que se comenten?, Estos ex asambleístas del DF ¿pensarían que podrían disponer del cuerpo de una mujer con la misma prepotencia e impunidad con la que su ex compañero, otro ex asambleísta, Cuauhtémoc Gutiérrez ha podido crear una red de prostitución en México?
Pero de todas estas conductas ninguna tuvo la difusión que tuvo ese “eeeh puto” que los aficionados mexicanos gritaban cuando el portero rival despejaba. La polémica porra fue cuestionada inicialmente por la FIFA, quien finalmente decidió no sancionarla. Sin embargo su observación generó un debate en México en el que amplios sectores lo consideraban una expresión popular inofensiva, que no dañaba a nadie, mientras otros como Andoni Bello, capitán del Tri gay, manifestaba que era una expresión que sí ofendía a la comunidad homosexual.
Álvaro Cueva en su columna en Milenio cuestionaba que si “puto” era una palabra tan inocente, “¿Entonces por qué usted no va y le dice putos a sus hijos? ¿Por qué no le llama puto a su padre? ¿Por qué no le grita puto a su marido? ¿Por qué cuando reza no le llama puto a Dios? ¿Por qué no le dice puto al Papa? ¿Por qué no le grita puto a su jefe en la oficina?”
José Woldenberg por su parte argumentó: “Otros, nos dicen, ‘es solo un juego, y por ello, no hay que exagerar’. Por supuesto que los que gritan puto se divierten, y para muchos de ellos es un esparcimiento; (…). El asunto no es si ellos están jugando, sino lo que significa para los otros, los que reciben los dardos de sus gracejadas. El tipo que le lanzó un plátano a Daniel Alves del Barcelona a lo mejor estaba ‘jugando’… pero a costa de otro, al que equipara con un chango. Y eso es racismo puro, como puto es parte del diccionario homofóbico.”
Más allá de la hipocresía de la mafia FIFA y de ese debate, es evidente que el mexicano, como cualquiera, hace fuera de su país, lo que en el suyo es normal. Ahí está lo preocupante.
Una hojeada a cualquier periódico basta para comprobar que el vandalismo, la negligencia en la seguridad, el abuso a mujeres, y la discriminación son “normalidad” en nuestro país. Pero no debería sorprendernos que el resto del mundo no coincida con nosotros. ■
@luciamedinas