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sábado, 20 abril, 2024
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La pelota que cruzó el Atlántico: el rebote, corazón comunitario

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Por: RAQUEL OLLAQUINDIA •

El sonido, seco, de la pelota golpeando contra la pared resonaba desde el televisor. Era domingo y el frontón de Ogueta en Vitoria, una localidad del País Vasco, en el norte de España, lucía abarrotado. Ese día, 20 de junio de 2010, se jugaba la final del Campeonato Manomanista, la máxima competencia de pelota vasca.

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Sentado en el sofá, mi abuelo Ricardo veía el partido. Mientras, la pelota rebotaba en las paredes del frontón hasta que Martínez de Irujo se llevó la victoria frente a su contrincante, Xala. El sonido, seco, cesó.

Cuatro meses después de que Martínez de Irujo recibiera la txapela del campeón, comenzó el viaje. 9 mil 141 kilómetros separaban el presente del televisor en el que el abuelo siguió, atento, aquella final.

El rebote de la pelota contra la pared había quedado grabado sólo como un sonido de los que saben a casa. Fue solamente un recuerdo, hasta el 16 de septiembre de 2011. Ese día, el océano de distancia desapareció.

Volví a escuchar ese golpe seco. Volví a Pamplona, donde nací, y a ese 20 de junio del año anterior. Ahora no había una pantalla de por medio ni un frontón cubierto. No estaba Ricardo sentado en el sillón ni tampoco estaban Martínez de Irujo ni Xala. Pero la pelota volaba hasta estrellarse en la pared del Rebote de Barbosa y ahí estaba ese sonido hogareño otra vez.

Orgullo en piedra
-El rebote de Barbosa, con todo respeto, rinde homenaje a todos los jugadores que le dieron fama y honor.

Empieza a leer una a una las placas que lucen en las paredes del lugar. El nombre y su respectivo apodo. Pedro Guerrero, el Mal Alma; Lázaro Leos, el Barreno; Víctor Goytia, el Pulgoso; José Domínguez, el Peón; Ciro Valdez, la Yegua; Manuel Ruiz, la Rata Güera; Juan González, la Bruja; el Pato, el Baiza, el Cócona.

A sus 77 años, Juan González goza de buena salud, dice debérselo al juego de pelota. Usa gafas oscuras para proteger sus ojos de la luz

Se detiene frente a una placa dedicada al antiguo encargado del espacio, José Chávez; enseguida, la voz se rompe.

-Para mí, esta placa es la que tienen más valor. Cuidado con él.

Es medio día y el sol cae a plomo. El rebote de Barbosa está abierto, pero todavía no hay jugada. Francisco Valenzuela Hernández, un hombre de rostro adusto que contrasta con su amabilidad, es el encargado de alistar todos los detalles antes de la llegada de los pelotaris que practican por la tarde.

Poco a poco, recuperando el tono normal de su voz, cuenta que José Chávez fue un hombre ejemplar en el barrio.

-Él era el rebotero, nos daba clases y le apoyaba a uno siempre; en todo. Discúlpeme, pero ando sentimental porque acaba de visitarme mi hijo que hace mucho tiempo que no veía.

Este 2018 se conmemoró el 141 aniversario de este emblemático barrio del centro de la capital zacatecana. Partiendo de la catedral, bastan cinco minutos a pie para llegar a este espacio que contrasta radicalmente con el ajetreo cotidiano de la ciudad. Pareciera que aquí, en el barrio de Barbosa, el tiempo avanzara a otra velocidad.

En la parte alta del frontis, la pared principal del rebote, está pintado el año 1877.

-Mire, fíjese usted bien, ahí abajo del número, ahí en donde está remozado, cuentan que Pánfilo Natera echó unos balazos. Este barrio es muy antiguo y tradicional, no hay otro lugar en el estado en el que se hagan los dulces y el pan como aquí – cuenta orgulloso -, y este rebote dicen que lo construyeron para los mineros, para cuando terminaban sus jornadas; aunque a mí no me crea, yo no sé bien.

Cinco siglos de historia
Antes de la llegada de los españoles, que implicó destrucción y genocidio, de sur a norte ya existían complejos escultóricos dedicados al juego de pelota prehispánico. Con pelotas de hule, los hombres, representando a los dioses, se batían en un duelo relacionado con las ceremonias de decapitación y de fertilidad.

Juan González muestra una de las fotos que guarda en su casa y en la que, asegura, aparecen sus tíos jugando a la pelota

Nada tiene que ver este ritual que simbolizaba la lucha de contrarios cósmicos, una lucha entre la vida y la muerte, con el juego de pelota vasca que acompañó a los fundadores del septentrión americano.

Sin embargo, sin hacer de lado las implicaciones de la conquista, es destacable el hecho de que mucho antes de que llegaran el balón de futbol o la pelota de beisbol a estas tierras, la pelota vasca ya resonaba en los muros de las ciudades novohispanas. Su acogida fue casi inmediata.

Como pueblo minero por excelencia, Zacatecas atrajo durante siglos una gran diversidad de actividades económicas y una de ellas fue el comercio que, en muchos casos, estaba encabezado por los vascos.

Juan de Tolosa, Cristóbal de Oñate y Diego de Ybarra, tres de los cuatro fundadores de la ciudad, son originarios del País Vasco; por ello, “no es tan alocado pensar que desde el siglo XVI, en la época colonial, los vascos fueron quienes trajeron esta diversión que se popularizó y arraigó sobre todo en los barrios, arrabales, rancherías y comunidades de Zacatecas”, asegura Eduardo Lozano, licenciado en Historia.

Desde ese siglo y hasta el XVIII, el juego de pelota vasca tuvo una etapa de expansión en la que logró enraizarse en la sociedad del País Vasco y Navarra, en el norte de España, explica la antropóloga social Olatz González Abrisketa en su tesis doctoral Pelota vasca: un ritual, una estética, en la que también confirma que la importancia que adquirió este juego en esa época motivó que fuera exportado a otros países.

En Zacatecas, hay documentos del siglo XVIII que ya hablan del juego de pelota. Eduardo Lozano vivió durante 25 años en el barrio de Barbosa y el rebote fue parte de su cotidianeidad; “el amor por la historia de ese lugar se vincula muy estrechamente con el juego del rebote”, lo que le llevó a investigar el tema y a encontrar en el Archivo Histórico estas primeras referencias.

Las menciones a este juego tenían la constante de ser negativas, por lo general con reglamentos que buscaban prohibir su práctica como una forma de represión. “El juego de pelota, quizá por su naturaleza popular, era una diversión constantemente prohibida”.

Esta característica pareciera haber sido también heredada de sus orígenes en el norte de España. Olatz González registra que en 1509, en la ciudad de Bilbao, se promulgó una ordenanza municipal que prohibía el acceso de los jóvenes al cementerio para jugar a pelota.

En Zacatecas, las restricciones fueron cayendo poco a poco, conforme el rebote se expandía por los barrios y comunidades, hasta que en el Siglo XIX, en el Romanticismo, las “clases acomodadas” incursionaron en el juego, guiadas por el afán de la época de rescatar las tradiciones. Frontones emblemáticos como el de Barbosa y otros, como el que se encuentra en la escuela Preparatoria Número 1, datan del último tercio de este siglo.

El rebote, núcleo comunitario
Vecino del barrio de Barbosa desde que nació, Francisco conoce casi todas las historias del rebote. Las ha vivido o se las han contado, pero al tratar de recordar la época en la que jugó el Pulgoso, una leyenda del lugar, vacila: “Habrá sido en los 50 o 60”.

Después de leer los nombres y apodos que lucen en las placas, recomienda buscar al Pato o a la Bruja, jugadores contemporáneos del Pulgoso. A un costado del rebote llama a la puerta de una casa amarilla, en cuya fachada cuelga un anuncio de reparación de electrodomésticos. Busca a la Bruja, pero nadie abre.

Estampa nocturna del Rebote de Barbosa. Jóvenes disputan un duelo singles o también conocido como mano a mano

Tras unos minutos de espera, se asoma una mujer que reconoce a Francisco y lo saluda con familiaridad. “Don Juan no está – dice la mujer – pero yo le avisaré que vinieron a buscarlo”.

Son las cinco y media. Ya el sonido de la pelota invade el espacio; comenzaron las treguas, como les llaman a los juegos que se definen a un tercer partido, luego de dos muy reñidos. El Pato y la Bruja ya están en las gradas.

Sus manos cuentan las hazañas que vivieron en este deporte. El meñique del Pato tiene la curvatura propia de una de las lesiones más comunes de los pelotaris. Y no es para menos, las pelotas que él mismo fabrica y con las que juegan este deporte en el barrio son tan duras que no cualquiera resiste sus golpes.

Además, son más grandes que las utilizadas en la pelota vasca tradicional, que es la que se usa en otras partes del país como en la Ciudad de México. Los juegos y deportes, como entes vivos, se adaptan a sus jugadores y en Zacatecas las dimensiones de la pelota no son la única particularidad.

En el Rebote de Barbosa no hay una pared lateral que sea también parte del juego y la chapa, que es la parte inferior y superior de la pared del frontón, donde no puede pegar la pelota, tienen medidas diferentes.

Sin embargo, esto no fue impedimento para que en el año 1960, tres jóvenes zacatecanos se convirtieran en campeones nacionales de pelota vasca. Uno de ellos fue Juan González Aranday, La Bruja.

Portando unos lentes oscuros, pues la luz le afecta el ojo izquierdo que, según cuenta, se lo comió la diabetes, recuerda esa y otras competencias junto a sus compañeros y amigos Juan Pinedo, Manolo Flores y el Pulgoso. Tiene 77 años y ya no están todos para compartir sus anécdotas.

“¿Quiere que le traiga mis fotos?”, pregunta entusiasmado. Afuera, hay una gran congregación de vecinos, están rezándole a la imagen de la Virgen de Guadalupe que se encuentra a la entrada del rebote.

Don Juan regresa con sus fotos y muestra una en particular, en donde dice que están jugando sus tíos. No hay duda, es el rebote de Barbosa. En la imagen en sepia aparecen unos hombres con sombreros de ala ancha, al estilo revolucionario, jugando a la pelota.

Mientras platica, despide a “Costalito”, a quien le pregunta que por qué se va tan pronto, “si apenas la fiesta comienza”. Ríen.

El rebote es el corazón del barrio. El historiador y quien fue vecino del lugar, Eduardo Lozano, lo describe como el ombligo, el núcleo; un espacio que congrega a la multitud y sirve de “pretexto para socializar”.

El frontón, coincide la socióloga vasca Olatz González, es símbolo de la unidad del pueblo y un escenario de narrativas, de historias que se sostienen sobre los mismos pilares: la pelota, la mano y la piedra.

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