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miércoles, 24 abril, 2024
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‘Fernando del Paso (1935-2018)’ …y caminar, caminar, caminar rumbo al entierro

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 362 / Op. Cit.

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Se acumulan los atributos de su obra —tantos como lectores tuvo y tendrá— ríos de continente y contenidos. A la manera de sus prodigiosas novelas —José Trigo, Palinuro de México, Noticias del Imperio— afluentes que conforman el gran mar de su literatura, por fortuna inserta en la escrita en lengua española. La nuestra.

Fernando del Paso nació el 1 de abril de 1935, en la Ciudad de México, y murió el 14 de noviembre de 2018, en Guadalajara.

“Si volviera a nacer”, dijo no hace mucho, “volvería a escribir José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio sin cambiarles ni una sola coma”. Y no, nadie se las podrá cambiar ni cambiará. Como nadie tampoco podrá igualarlas.

¿Cómo epilogar la obra literaria (tuvo también plástica) de Del Paso? De estas tres novelas pergeñadas en un lapso cabalístico de veintiún años: 1966, 1977 y 1987, respectivamente. Tres florituras literarias que se leerán y releerán durante muchos años. Muchos más.

¿Con el recuerdo de su voz?

“No he hecho nada para ser longevo, ni mucho menos para llegar a cumplir ochenta. Mi suerte se extiende también al hecho de haber nacido en México y de hablar y escribir en lengua castellana. Tuve también la suerte de nacer en el seno de una familia aficionada a la lectura y de contar con grandes profesores de literatura y amigos como José de la Colina que me guiaron por los mundos mágicos de grandes autores como Joyce, Proust, Kafka y Faulkner».

¿O con la convocatoria de otras voces?

Rafael Tovar y de Teresa hablaba, tampoco no hace mucho, de la impresión que le provocó leer en París un pasaje del arranque de Noticias del Imperio, la novela sobre Maximiliano y Carlota que el autor escribió en Londres durante más de una década: “¿más vocación, más entrega, más humildad y mayor genio que el de Fernando del Paso en esta obra?”.

Mejor con la obra misma.

Ese fragmento de José Trigo que fascina y hiela, y sigue aguardando al lector en su primera mitad, El Oeste, dejada atrás la pregunta inicial de la novela.

¿José Trigo?

            Era.

Era un hombre.

Era un hombre de cabello encarrujado y entrecano. Tenía cuántos años. Treinta y cinco, cincuenta. Cincuenta y cuatro trenes salen todos los días de la vieja estación de Buenavista y yo los cuento como cuento sus años.

Pasaje que podríamos llamar “Caminar rumbo al entierro”.

“José Trigo llegó una noche a la guarida, vio con sus ojos secos los ojos húmedos de la mujer que reflejaban el cuerpo del niño, tieso, frío, muerto, lo velaron con cuatro cirios, chisporrotear, cerotear, las mujeres rezaron, las moscas revolotearon hasta que se durmieron en la pared las verdes cochinas barrigonas moscachondas. Y mirar. Dormir. Mirar. Dormir. Y cuando amanece, cuando los cuatro cirios se han transformado en cuatro mogotes de cera blanca y espesa como cuajarones y es hora de salir a buscar la caja, caminar, buscar, caminar, buscar a don Pedro el carpintero, y don Pedro le dio la caja, Eduviges cortó girasoles a todo lo largo del camino, un perro les ladró, los peluqueros dejaron de afeitar a sus clientes para verlos, los guardacruceros se quitaron las gorras, el bondadoso sacerdote director espiritual de los campamentos, sacristán al lado, los bendijo al pasar, los automóviles se detuvieron, un hombre les regaló un billete de cinco pesos, y caminar, caminar, caminar rumbo al entierro hasta pasar por la casa de un hombre que se asomó a la puerta y los vio, volvió la cara y le dijo a su compadre: “Pues no dicen que a los del Pacífico ya les aumentaron 150 pesos?”

O con uno de los sonetos del mismísimo Fernando del Paso, ganador de premios y aprecios; autor grande de las letras en español, dedicados al amor y lo diario.

 

Para tu muerte lenta, tengo un cirio.

Para tu boca, un cáliz funerario.

Para velar tu pecho, un tenebrario

tengo, si me convidas al martirio.

 

Ave María, flor del valle, lirio:

para tu cuerpo tengo yo un sudario.

Tengo, si me encaminas al calvario,

digo, si me acompañas al delirio.

 

Si me acompañas, para atravesarte,

bocarriba tendida y yo de bruces,

tengo una lanza ungida de saliva.

 

Y para amarte más, para matarte,

tengo un amor que ha muerto entre dos cruces,

para nacer de nuevo en carne viva.[1]

 

[1] III. Primeros sonetos marianos. En: Sonetos del amor y de lo diario, El Colegio Nacional, México, 2016, p. 41.

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