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jueves, 28 marzo, 2024
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Los políticos, el pesimismo y la información

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Por: Rodrigo Reyes Muguerza •

Hace unas semanas, el diario británico “The Guardian” publicó un artículo sobre la situación actual de las estadísticas y su futuro. El artículo menciona que desde la creación del departamento de estadísticas de París en 1800, los países se han dedicado a generar información que les permita saber cuál es su condición al interior y su posición con respecto a los otros.  Después de un tiempo, indicadores como PIB per cápita, las tasas de crecimiento, la inflación y las tasas de desempleo serían utilizadas no solo para medir el progreso, sino como parte de argumentos políticos en contra de quien va mal.

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Las clases políticas, han hecho de la información una herramienta voluble que puede ser utilizada a su voluntad. De esta manera, las estadísticas han venido perdiendo poder al ser percibidas por los ciudadanos como datos que no reflejan las realidades individuales y que solamente son útiles para cacarear logros y desprestigiar adversarios. La desconfianza en las estadísticas oficiales es, entonces y en parte, consecuencia de la apropiación de la información por parte de los cotos de poder.

Pongamos el ejemplo de México. El año pasado, el INEGI y el CONEVAL se enfrascaron en un debate para determinar si, como lo midió el INEGI, la pobreza en México realmente bajó. El sentir en las redes sociales, la prensa y entre la ciudadanía era claro; muy probablemente la medición perseguía algún fin oculto. Se trataba de una afirmación cuyo único argumento era la inercia de desconfianza que reina entre nuestras instituciones. En realidad, se trata de una buena noticia – en México hay menos pobres de los que pensábamos -, sin embargo, es una buena noticia que nos negamos a aceptar.

Contraria y curiosamente, cuando la información no es positiva no nos resulta tan difícil creerla. Por ejemplo, hace un par de semanas el diario Reforma publicó una encuesta de opinión revelando que solamente el 12% de la población tiene una buena percepción del desempeño del Presidente Peña. Podríamos pensar que la diferencia en la credibilidad se debe en el tipo de institución y no en si una noticia es positiva o negativa. Si esto fuera así, ninguna información oficial negativa sería entonces entendida como verdadera por la población. Este no es el caso. Cada vez que el INEGI ha anunciado que la delincuencia se ha incrementado la información casi no es cuestionada. Asumimos que muy probablemente esa es nuestra realidad; vivimos en un país donde solo pasan cosas malas y por ende quien diga lo contrario, incluso si se basa en métodos científicos, miente.

En otras palabras, nuestro subjetivo pesimismo puede más que cualquier visión objetiva. ¿Por qué? Tal vez se trata de una herencia colonial. Cuando Moctezuma recibió a Cortés una de sus primeras reacciones fue la de darle la bienvenida. Tal vez, independientemente de las razones, Moctezuma pensó que se trataba de algo bueno. Pocos días fueron necesarios para que Moctezuma se diera cuenta de que Cortés era un violento hipócrita con la intención de robarle hasta el penacho y los Mexicas trataran de matarlo. Fue demasiado tarde.

Aunque es un hecho anecdótico, resulta poco probable que los engaños infantiles de los que fueron víctima nuestros antepasados sean la razón de nuestra desconfianza ante buenas noticias. Otra posible explicación, un poco más sensata y cercana a nuestra realidad, la podemos encontrar en nuestro sistema educativo. Desde primaria hasta la universidad, pocos son los profesores que fomentan el análisis, el debate y la reflexión. Aprendemos a memorizar y a repetir lo que nos dicen. Entonces, mientras más noticias negativas nos rodean más difícil será darnos cuenta de que en verdad los datos dicen otra cosa totalmente distinta a lo que sentimos. De esta manera, aunque en otra época, estamos anclados al pesimismo y la desconfianza que Moctezuma sufrió al conocer la verdadera intención de su invitado.

Ante la falla de los proveedores de información para ganar credibilidad sin importar el resultado, nuevos actores han empezado a tomar un papel altamente relevante en la generación de datos. Empresas como google, amazon, american express y cualquier otra que pueda seguir nuestros gustos individuales, son ahora los nuevos aliados de los políticos. Solo necesitamos imaginar cuánto sabe google sobre nosotros al tratarse de un buscador al que preguntamos cosas que no le diríamos ni a quién más confianza le tenemos. Ante estos nuevos generadores de “big data” una pregunta clave viene a flote. ¿Cómo utilizarán esta herramienta los políticos?  Podrán canalizarla para generar mejores políticas públicas o como Donald Trump – quien hizo uso de Cambridge analytics – las utilizarán para saber cómo mentirnos y ganar las elecciones hasta que ya no confiemos en nada.

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