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jueves, 18 abril, 2024
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Un rockcito para todos los roles / La búsqueda continúa

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Por: JAIME FLORES GUARDADO •

A medio siglo de haberse grabado el primer LP de los Zoser’s, se escucha -quizá por la nostalgia- muy peculiar; la voz aguardentosa del Chato Valadez imprime esa rebeldía característica de los jóvenes de la época dorada del rocanrol, y es en este disco, que lleva por título Baladas, rocks y twist con Los Zoser’s, donde Lorenzo se percata de que esa inconfundible guitarra a manos de Lamberto Herrera sonaba muy zacatecana, muy mexicana, con tendencias musicales cercanas a La cucaracha o La Bamba, cuando les imprimes el ritmo del rocanrol; si eres seguidor del rock, sabrás a que me refiero. El frenético ritmo del rocanrol que sonaba en el Defectuoso era muy sintomático de la camada de grupos que se apropiaban del clásico sonido gringo, más aun los conjuntos de la frontera norte y, con mayor apego al sonido “negro”, los que venían de Tijuana, como Bátiz, que te dejaba apantallado con ese rock and blues que, a la fecha, nos mete en su musicalidad.

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De esta manera, suena la guitarra de Lamberto, con un estilo muy de nosotros; quizá la agrupación más genuina de nuestro estado. Da gusto escuchar las armonías que entrelaza en piezas como el Tema de los Zoser’s o Manicomio que, en verdad, tenían un grado de originalidad bastante aceptable y no se desplazaban por los caminos de los establecidos, en la capital; no se parecían a ninguno de los famosos de inicio de los sesenta. Para el segundo disco, La Yenka, que grabaron en 1965 para Son Art, ya se escuchaba la depurada técnica de los instrumentistas: El Chicles, dándole seguro a los tambores; un elegante bajo que llevaba el ritmo y la voz acompañaban a ese distinguido guitarrista nuestro, que en sus composiciones mostraba un dejo de originalidad que, en voz del Chato, sonaban como una agrupación de alguna otra latitud, baste escuchar Verano tormentoso o Vagabundo para corroborar que el rocanrol zacatecano estaba a buen nivel. Los que tienen la firmeza por conocer la historia del rock de aquí no escatiman esfuerzo por conseguir su propósito, y en estos instantes, Lorenzo estará recibiendo el paquete que contiene el primer LP de Los Zoser’s, conseguido en la Ciudad de México a un buen precio, como premio a la tenacidad y al enorme deseo por abrir las puertas de la difusión del rock de aquí, en Guadalupe, ciudad del rocanrol y tierra de Los Tick’s, la mejor agrupación zacatecana, vigente al día de hoy, con sus integrantes originales: Brígido Martínez en la batería, Tacho Peralta en el bajo, Chuy Espino en el requinto y Chavo de Alba en armonía y voz, como reciente incorporación al grupo.

El acetato en mención es muy cotizado por los coleccionistas, y más aun, porque fue grabado para la desaparecida compañía de discos Cisne, en 1964; en verdad, raro de encontrar; sólo en Tepito, en copia pirata, mal digitalizada, de esas copias en cd de ínfima calidad, que, al paso de dos meses, se borra, y si no tuviste la precaución de guardarlo por ahí en un archivo, tendrás que volver a peregrinar para conseguirlo de nuevo.

Más de cuatro décadas han pasado desde aquellos primeros reventones del Meño Oliva, Lorenzo, El Chito, El Rafa y Alejandro del Hoyo, quienes se daban cita a diario, buscando las piezas que los grupos gruesos del rock de aquí habían grabado en el glorioso año del setenta y uno. En setenta y tres, apenas contaban en su haber algunos discos sencillos de la Banda Macho, No te rajes y Si la vida fuera mía; Enigma, Bajo el signo de acuario y Salva mi alma; La División del Norte, Ella regresará a mí y Mi camino es amor; La Revolución de Emiliano Zapata, Nasty sex, y algunas piezas del mexicano Carlos Santana, quien ya la había hecho en USA desde su participación en Woodstock, dos años antes. Jingo, Caminos del mal y Guajira eran las piezas que rifaban en esos inicios de los setenta y prendían duro al Lorenzo. Una de esas tardes en que no llegaba el maestro a la clase, Meño y Lorenzo se subieron al destartalado escritorio y, dándole al riff de Ciudad perdida y los ritmos latino-mexicanos de Guajira, cantando y tocando sobre el lomo de la guitarra cual aprendices de rockeros en busca de una identidad nacionalista, daban rienda suelta a su gusto por el rocanrol; de pronto, ¡zás!, bajan con todo y guitarra -ajena, por supuesto-; eran momentos tan sublimes que todas esas piezas que grabaron las bandas de inicios de los setenta, sí, aquellas de la llamada Onda Chicana, aún forman parte de la personalidad de este aferrado par de seguidores del rock mexica, y, todavía, Lorenzo conserva esos disquines que ahora son unas joyas.

Los maestros de Náhuatl, en una presentación en el Chopo el año pasado. Ricardo Ochoa, Ramón Torres y Ramón Bozzo Ochoa, siempre en la búsqueda por un rock de carácter nacionalista. Machismo, El hongo, La pobreza, Rock jarocho y más se han quedado en la memoria de los aferrados al rock nacional
Los maestros de Náhuatl, en una presentación en el Chopo el año pasado. Ricardo Ochoa, Ramón Torres y Ramón Bozzo Ochoa, siempre en la búsqueda por un rock de carácter nacionalista. Machismo, El hongo, La pobreza, Rock jarocho y más se han quedado en la memoria de los aferrados al rock nacional

A mediados de la década, el rock de aquí, ya tenía alguna identidad, y desde los inconfundibles sonidos ancestrales de la época prehispánica hasta la integración del mariachi y la polka rock a la música setentera, comenzaron a enfrentar a una sociedad cada vez más hermética en cuestiones de la música que se gestaba en la mitad de los setenta. Fue en uno de esos concursos de la OTI, cuando inesperadamente aparecieron Ricardo Ochoa y el grupo Náhuatl tocando una hermosa pieza del folclore veracruzano, con arpa y toda la cuestión de los ritmos de la jarana. Desde antes del concurso, les había advertido Raúl Velasco que no ganarían, pues su Rock jarocho era tan diferente a lo establecido; de esa manera, Ricardo ha estado a la búsqueda por un rock de carácter nacionalista. Ricardo Ochoa, Ramón Torres y Carlos Bozzo Váquez siempre estuvieron involucrados en la música de carácter original hasta que se marchara para siempre El Bozzo Vázquez, dejando su lugar al otro Bozzo, a Ramón Ochoa, quien cumple la función de dar continuidad al ritmo latino y mexicanista del Peace and Love y Náhuatl que, hasta el día de hoy, difunden por doquier. Agradables sorpresas han dado a los aferrados al rock setentero, en los diversos eventos donde han tocado para beneplácito de los asistentes al teatro Morelos de la Ciudad de México, al Chopo y a algunos bares de la capital, donde este power trío de leyenda sigue vigente con sus ya clásicas Machismo, El hongo, La pobreza, Mujer de fuego, Hay que subir y una docena más que la banda nunca olvidará.

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