13.8 C
Zacatecas
jueves, 18 abril, 2024
spot_img

La modernidad prometida

Más Leídas

- Publicidad -

Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

■ Inercia

- Publicidad -

Luego del supuesto triunfo de la Revolución mexicana, nuestro país pasó a un proceso de transición socio-política: La modernidad. Esta etapa fue el reflejo de una constante búsqueda de identidad nacional, del sentimiento de caos y de la incertidumbre ante el futuro; lo podemos constatar por medio de la historia así como de sus obras literarias.

Pero también es visible que la transición se ha prolongado más de lo esperado ¿y de lo necesario? En gran medida debido a que los principales personajes de nuestra política se han encargado de aletargarnos indeterminadamente así como al hecho irrefutable de que la sociedad mexicana siempre ha padecido de pereza.

 

Contigo en movimiento

Unos de los lemas que más ha promulgado el Partido Revolucionario Institucional en la última década, debido a que ha sido ganador de cuantiosas presidencias a nivel estatal y de la federal, son frases que hacen referencia al movimiento. A lo largo y ancho de la República se pueden leer obras inauguradas como “contigo en movimiento”, “mover a México” y demás equivalencias, que aluden a la idea de que la dupla gobierno y gobernante están realizando una actividad en conjunto.

Este concepto del movimiento como algo que remite a la realización de acciones viene precisamente de la época postporfirista. En aquellos ayeres, el movimiento estaba ligado a otras definiciones como “progreso” y “avance”; esto se debía al momento transitorio en que quedó el país luego de la lucha armada de 1910. La clase política proponía una idea de renovación en varios niveles, por lo cual era importante hacer énfasis en ese “movimiento”, es decir “traslado” de la sanguinaria guerra a la apetecible paz.

Sin embargo, estas sugerencias fueron por demás artificiosas, pues en fondo de las cosas, se siguió anquilosando una política nefasta y anticuada que, aunque ya no se nombraba a sí misma como “dictadura” lo siguió siendo. Tan es así que varias décadas después, entre 1950 y 1970, los lemas priístas traslaparon la palabra “movimiento” por la de “progreso”. De ahí haya tantas burlas al discurso político y se hagan tantas parodias sobre sus artilugios retóricos, pues siempre hablan de “llevar a México a la modernidad”…

La modernidad es una fase que se ha experimentado en todos los países, en todos los continentes y que tiene como explica Jürgen Habermas: “la ‹‹modernidad››, con cambiantes contenidos, ha expresado siempre la conciencia de una época que, frente al pasado de la antigüedad, se comprende a sí misma como resultado de la transición de lo antiguo a lo nuevo”, por lo que habría que cuestionar si en nuestro país realmente podemos decirnos una sociedad moderna.

 

Ruptura e identidad

Con todos los dilemas que México enfrenta en la actualidad, las ideas de progreso y avance parecen una de las más grandes imposibilidades y sin embargo, las campañas políticas están plagadas de este discurso. Y es que no ha sido fácil enfrentar todas las crisis que ha sucedido en las décadas precedentes a la Revolución; en todas ha habido muertos al por mayor y de todas siempre ha quedado un sentimiento de vacuidad extrema.

Es probable que, mientras sigan existiendo razones para resistirse a enfrentar un nuevo comienzo, la sociedad mexicana seguirá refugiándose en ideas del pasado, como lo es la de una anquilosada dictadura, de la cual dependemos en mayor grado cada día  y sin la cual no nos reconocemos.

Entrar verdaderamente a un espíritu moderno implicaría dejar atrás el pensamiento de conformismo que ahora nos gobierna y romper con toda una tradición de corrupciones e injusticias con las que hemos aprendido a lidiar desde siempre.

Aunque, aclaro, reconocernos como una sociedad moderna no quiere decir que neguemos toda la historia que ha acontecido; la tenemos que tener siempre muy en el presente, de otra forma caeríamos en el autoengaño y ocasionaría repetir los mismos errores. El reto es mucho más complejo aún: la modernidad requiere una aceptación del pasado en función del presente.

El espíritu moderno no requiere, como se ha manejado todo el tiempo, que un gobernante inaugure carreteras y obras públicas, eso es sólo una parte y me parece que es la parte más básica; lo que se requiere es el impulso para una nueva mentalidad, una que involucre el cambio sinónimo de movimiento, de progreso, de avance y por supuesto también de revolución.

Pero como hemos observado, esto no se lleva a la práctica por razones una razón muy sencilla: conveniencia. En la medida que los gobernados creen en sus gobernantes y esperan de ellos la “salvación” a las circunstancias venideras, las ideas pantanosas de democracia e igualdad seguirán imperando.

Me parece que, en nuestra nación, la transición de un régimen a otro es una falacia, porque no hay otro, siempre ha sido el mismo ruin de siempre pero disfrazado. Y lo peor es que gran parte de la población lo sabe y no parece importarle. La concepción de moverse de éste a otra forma de gobierno es una idea inconcebible, casi un pecado mortal; nadie quiere algo que amenace con enturbiar la aparente calma que nos rige… Pero que también nos está matando. ■

- Publicidad -
Artículo anterior
Artículo siguiente

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -