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viernes, 19 abril, 2024
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Un rockcito para todos los roles / Las revistas de la Onda

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Por: JAIME FLORES GUARDADO •

Las revistas de la Onda

Corría el año del 72; aún guardaba en la memoria los acontecimientos del movimiento del 78, el Halconazo en el 71 y Avándaro, como la premisa de un sueño contenido y acariciado por meses hasta llevarlo como el tesoro que guarda un pequeño en su escondite y que 45 años después empieza a esclarecerse. Dos tiraderos de basura a mil metros del pueblo expusieron, ante los asombrados ojos del adolescente de 14 años de edad, un altero de revistas que ya conocía desde 1970: ‘Dimensión’, ‘Pop’, ‘México canta’ y una especie de libro que no tenía pastas, blanco y negro, con un contenido por demás enigmático.

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Ése fue el primer contacto con la naturaleza del rock impreso, porque si en el 71 los encabezados de ‘Alarma’, ‘Alerta’ y el ‘Siempre’ satanizaron el Festival de Rock y Ruedas en Valle de Bravo, en esta revista relataban lo acontecimientos del festejo más importante de nuestro país. La verdad, era como un sueño; allí expresaron la función del Ejército, de la Cruz Roja, la fraternidad, el amor y paz como símbolo de la convivencia sagrada que se dio en perfecta comunión. Cierto que algunos hippies se bañaron desnudos, que fumaron mota y bebieron cerveza en cantidades industriales, y que sustituyeron el escudo nacional de la bandera mexicana por el del símbolo de amor y paz, y que dos tres chavas se desnudaron completamente para mostrar la incandescencia de los brillantes senos que quedaron al descubierto, como si en ese instante el clamor por la libertad se diera ‘de facto’; empero, no hubo asesinatos como en el 68, ni se mezclaron los asuntos demagógicos con el concierto; eso sucedió después del festival, cuando gobernación mandó cerrar las puertas al rock en los medios de comunicación y locales establecidos.

1973 fue un año crucial para ingresar a la cultura del rock, otro loco más se incorporaba a la música del alma, aquélla que el compadre José Manuel Oliva Briseño compartía con “El Lorenzo” a su ingreso a una institución formadora de docentes, lugar sagrado para la cultura, el deporte y la pedagogía, pero donde el rock era repudiado por los maestros, quizá por la educación que desde sus ancestros poseían o por la dependencia que siempre tuvieron a un gobierno cerrado, represivo y carente de sensibilidad hacia los movimientos de los jóvenes. “Meño” fue una figura esencial en la iniciación musical del “Lorenzo”, y los dos personajes comenzaron a incorporar a su acervo cultural acetatos y revistas de la época, como los demás hacían con sus ‘tacuches’ y ‘cachivaches’ que utilizaban para dar una clase modelo, no para ir a la sierra a realizar lo mismo, pero con otra gente que carecía de todo para subsistir. ‘In aggada da vida’, ‘Guajira’, ‘American woman’, ‘Black dog’, ‘Stairway to heaven’, ‘Smoke on the water’, ‘Vehicle’ o ‘Brown sugar’ formaban parte de las rolas que escuchaba este par, las cuales eran complementadas con piezas de origen nacionalista como ‘Machismo’, ‘El hongo’, ‘No te rajes’, ‘Smog’, ‘Kukulcán’, ‘Back’, ‘Voy hacia el cielo’, ‘Bajo el signo de acuario’, ‘Fe’, ‘Por perderte’, ‘Todo va a cambiar’, ‘Quiero que me ayuden’ y un sinnúmero de composiciones que, en su momento, se escucharon en la LK, tras el éxito logrado por Nasty Sex de la Revolución de Emiliano Zapata, desde 1970.

Toda la información que poseo acerca de Avándaro la he conocido por las reseñas que he leído en la revista ‘Conecte’, la cual compré desde el número cuatro en 1975, y charlas sostenidas con personajes del rol que tocaron allí, como Ricardo Ochoa y Keko Figueroa, o con personas que asistieron al festival, Pablo Armas y Montoya, profesores que disfrutaron esa etapa cuando fueron estudiantes; allí fue donde comencé a leer a los que escribían la Literatura de la Onda, José Agustín, Parménides García Saldaña, El Jefe Pluma, Castelazo, Malacara, y más adelante, en la revista ‘Sonido’, que sustentaba su contenido en importantísimos temas en torno a la progresión del rock y a los grupos que se estaban volviendo clásicos. Por el 79 apareció Melodía Diez, años después que estableció los criterios de un rock rumbo a la diversidad. ‘Rock Mi’ expresaba el sentimiento puro de José Agustín y Parménides García Saldaña.

En ‘Conecte’ también conocí algunos textos de José Agustín, y fue entonces cuando añoraba poseer ‘La nueva música clásica’, ‘La tumba’, ‘De perfil’ y otros libros que diez años después pude adquirir en los frecuentes viajes a la Ciudad de México. ‘La nueva música clásica’ hacía una descripción del rock desde sus orígenes para comentar su particular preferencia por bandas como Stones, Bob Dylan, Doors, Frank Zappa o Los Beatles; también aborda la música triste, el blues y sus representantes más conocidos, así como el folk y la sicodelia, para concluir con el rock en México, sus correrías, sus devaneos, sus amistades, sus novias, el rol en el reventón, etcétera, afirmando inclusive que la única cantante de México era Angélica María. En la edición de 1985, corregida y aumentada, se desdice, argumentando que “son las turbulencias sentimentales las que lo hicieron afirmar tal cosa, aunque en verdad posee un carisma encantador… y sigue con sus devaneos, esencial testimonio del rock en forma global, muy personal, como personal ha sido su estilo para escribir, para charlar, para vestir y aún más hasta para cotorrear en torno a los asuntos de los alucinógenos, ácidos, mariguana y dos tres yerbas más.

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