■ Para muchos sectores la ideología de ese proceso ha desaparecido, afirma el investigador
A pesar de la ideología y los planteamientos de la Revolución Mexicana, considerado el proceso político y social más importante en México durante el siglo 20, no cambió las relaciones sociales ni la naturaleza de clase del Estado, motivo por el cual en la actualidad aún persisten las demandas de justicia, libertad e igualdad.
En ese contexto, Arturo Burnes Ortiz, docente investigador de la Unidad Académica de Economía de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), afirmó que el reto es reactivar la economía y lograr un crecimiento sostenido, recuperar y consolidar el mercado interno, aunque eso implica un cambio radical en el modelo económico imperante, y redefinir la relación de México con el exterior, tanto en el financiamiento como en el vínculo comercial.
Para tal efecto, dijo que debe reorganizarse el ingreso público en torno a una Reforma Fiscal integral, pero implicaría renegociar la deuda a fin de liberar recursos y destinarlos al desarrollo social y el mercado interno.
Asimismo, planteó la necesidad de fincar una política de financiamiento al desarrollo cuya base sea el uso de recursos provenientes del ahorro interno, dejando fuera la dependencia del gran capital financiero.
La consolidación del mercado interno sería posible con un aumento sustancial en el salario y una nueva política agropecuaria a nivel de precios, apoyos al productor mayoritario y la revisión inmediata a los términos del Tratado de Libre Comercio, para lo cual se requiere considerar las diferencias entre los tres países, la agenda social, las reglas de origen.
“Ello conlleva una visión de dignidad nacional y un replanteamiento de la soberanía nacional, así como otros aspectos como la democratización de la vida pública que acompañe una propuesta alternativa de desarrollo y una real vigencia del Estado de Derecho”, puntualizó.
Desde el punto de vista de Burnes Ortiz, esto sería factible con la construcción de una fuerza social y política que imponga cambios reales en la economía y la existencia de un proyecto de nación cuyas prioridades sean la justicia, la libertad y la igualdad, que hasta el momento no han sido cumplidos.
La lucha que significó la Revolución Mexicana, entonces, fue sólo entre las élites y las clases medias radicalizadas, y no entre poseedores y desposeídos, es decir, entre las grandes masas y la minoría que pugnaban por el poder, motivo por el cual no cambiaron las relaciones sociales ni la naturaleza de clase del Estado.
En consecuencia, los movimientos sociales fueron subordinados al Estado, entre ellos las organizaciones campesinas y de obreros, quienes fueron cooptados a “La dictadura perfecta”, en palabras de Mario Vargas Llosa, la cual no es un régimen democrático.
Sin embargo, en un balance histórico, el primer resultado político y social de la Revolución, fue la institucionalización del poder de la fracción triunfante, el grupo Sonora, a través de mecanismos no democráticos como un Presidencialismo autoritario que antes fue perfeccionado por Porfirio Díaz, el corporativismo de los trabajadores y campesinos, y la configuración de un partido de Estado, el Partido Nacional Revolucionario.
La aparición de ese partido significó además la configuración de un modelo hegemónico basado en el Nacionalismo Revolucionario y en la cultura popular, que ayudó a la estabilidad que caracterizó a México a lo largo del siglo 20, explicó el académico.
El problema radicó en que no hubo enfrentamiento entre esa fracción triunfante y las organizaciones populares de raíces obreras y campesinas, debido a que en esa época predominaba el peonaje y no se concretó una dirección consecuente revolucionaria por parte de esos sectores.
Ello favoreció la conformación de un régimen democrático burgués, el cual se instituyó como una envoltura política para la sociedad capitalista moderna, aunque también ayudó a la maduración de las organizaciones obreras, puesto que surgieron partidos y sindicatos.
“En términos generales, aunque la Revolución Mexicana demostró que todo movimiento político dirigido por la pequeña burguesía, al final se sujeta a la gravitación capitalista, también fue un elemento importante para el desarrollo moderno de la sociedad y para los sectores mayoritarios que la conforman”, indicó Burnes Ortiz.
1968, recordó, fue el año que representó el fin de la Revolución Mexicana desde el punto de vista político y social, porque se demostró que el régimen emanado de ese proceso, “se volvió contra sus propios hijos”.
Además, a partir de ese momento aparecieron ajustes estructurales para el disciplinamiento económico de sectores sociales mayoritarios, surgió un contexto de represión y posteriormente iniciaron reformas privatizadoras y desregulatorias independientemente del partido en el poder.
La crisis, la debacle y la decadencia de ese Estado emanado de la Revolución, ocurrida a partir de la década de los 70, aseguró, ha sido responsabilidad de los gobiernos en turno, pues se han desentendido de la salud, la educación, la seguridad, el ejercicio de la soberanía, la regulación del desarrollo, todos ellos elementos fundamentales que definen a un Estado moderno.
“Un estado que funcione adecuadamente requiere de un conjunto de elementos macroclaves: organización, fortaleza y poderío económico, ley, ideología que lo legitime, proyecto nacional de largo aliento, y la aplicación de a violencia legítima”, expuso.
Por el contrario, actualmente hay un déficit en la aplicación y concreción de todos esos elementos. En la organización, por ejemplo, en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, hay ejemplos sobrantes que evidencian su deficiencia, mientras que en el ámbito del poder económico, el gobierno no ha ampliado ni la base fiscal por un lado, ni una reforma fiscal integral, redistribuyendo los ingresos a favor del gran capital.
En lo que respecta a la ley, que es la base para las acciones del Estado y la cohesión social, en México hay muy poca confianza en la policía, la justicia, los procesos judiciales y la aplicación de la ley, mientras que tampoco hay un proyecto nacional que incluya actitud proactiva ni planeación y todo lo decide el mercado con su visión de rentabilidad cortoplacista.
En 1910, dijo Burnes Ortiz, la primera causa de la Revolución Mexicana fue el frenético desarrollo del capitalismo mundial, pero el detonante fue la expropiación de tierras y la rivalidad entre Europa y Estados Unidos, que jugó a favor del grupo vencedor de la Revolución.
De acuerdo a la aportación de Friedrich Katz en su biografía sobre Francisco Villa, agregó, no bastó con una coyuntura favorable a la Revolución, porque también debe haber un descontento generalizado en la población y una amplia politización de sectores sociales amplios.
Es decir, en la primera década del siglo 20 se presentaron condiciones dentro de la sociedad mexicana que permitieron la realización de la primera revolución social del siglo pasado, pero ahora, para muchos sectores, la ideología de ese proceso ha desaparecido.
No obstante, ha habido numerosos estudios e investigaciones en las cuales hay un amplio espectro de interpretaciones de la Revolución Mexicana, entre las cuales ha predominado la oficialista cuya postura se refiere a una lucha política del pueblo por transformaciones económicas y sociales que concluyeron en 1917 cuando se firmó la Carta Magna, aunque en realidad consistió en una lucha entre la élite y grupos de la clase media.