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domingo, 20 abril, 2025
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Flow, de Gints Zilbalodis

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Por: ADOLFO NÚÑEZ J. •

La Gualdra 653 / Cine

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El cine de animación, a menudo categorizado (de manera errónea) como un género, ha permitido, en sus múltiples técnicas y manifestaciones, reflexionar sobre cuestiones e inquietudes inherentes a la experiencia humana. Pinocho (2022) de Guillermo del Toro, Mi amigo Robot (2023) de Pablo Berger y El Niño y la Garza (2023) de Hayao Miyazaki, son producciones que, en años recientes, han fascinado al público por sus sendas meditaciones sobre las conexiones emocionales, el sentido de la existencia y la relación entre la vida y la muerte.

En 2024 se estrenaron tres filmes que destacaron dentro de la animación con características similares a las de los títulos mencionados: Memorias de un caracol, de Adam Elliot; Robot Salvaje, de Chris Sanders; y Flow, de Gints Zilbalodis. Sobre esta última, se trata de una producción originaria de Letonia, cuyo presupuesto limitado no es un impedimento para evidenciar una desbordante creatividad y admirable técnica en su animación, así como una profunda imaginación en el universo que se presenta.

Flow narra la historia de un pequeño gato de pelaje grisáceo que vive en una casa abandonada en medio del bosque. Un lugar que parece un santuario para gatos, lleno de dibujos y esculturas con figuras felinas, pero que el diminuto protagonista habita en completa soledad. 

Un día llega, de manera inexplicable, una gigantesca marea de agua inundando todo a su paso. En medio de este enorme predicamento, el gato se verá obligado a subir en un deteriorado bote, donde compartirá espacio con otros animales que se irán sumando a la aventura: desde un despreocupado y somnoliento capibara, un nervioso lémur coleccionista de objetos, un adorable perro labrador, hasta una imponente ave de patas largas y plumaje blanco. Así se dará inicio a una travesía en la que este variopinto grupo deberá unirse para salir adelante ante los obstáculos y peligros que se les vayan presentando.

Es por medio de este viaje que Zilbalodis propone, con imágenes de una belleza apabullante y sin una sola línea de diálogo, un poderoso mensaje sobre compañerismo, empatía y supervivencia. La película va hilando su narrativa a partir de diferentes desventuras entre sus integrantes, como caídas del barco, nuevos personajes, accidentes y malentendidos, hasta desembarcar en un espacio un tanto más complejo y que encuentra claras conexiones, tanto temáticas como estéticas, con el cine de Miyazaki.

El cineasta plantea una clara ambigüedad en el universo que habitan los protagonistas, dejando sobre la mesa algunas interrogantes y misterios (¿dónde están los humanos?, ¿qué es lo que produce la marea alta?) cuya resolución queda a completa interpretación del espectador. Aquí no es tan fundamental encontrar las respuestas que despejen esas dudas, es más importante mantener el impulso de seguir hacia adelante y, como lo indica el título, fluir ante lo inevitable de la vida.

Aquí las expresiones del gato son, de manera instintiva, las que hablan por sí solas respecto a lo que se muestra en pantalla. Y es por medio de su mirada que se logra distinguir la desesperación, la resiliencia y la capacidad de empatía que siente el personaje hacia el resto de sus compañeros. En ese sentido, Flow es un relato que gira en torno a dos cuestiones universales: por un lado, la resignación ante las tragedias que no se pueden anticipar ni cambiar, y por el otro, la necesidad de integración hacia un grupo de pares dentro de un mundo que se desintegra lentamente. O, puesto en palabras de Juan Rulfo: “Nos salvamos juntos o nos hundimos separados”.

 

 

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