La Gualdra 596 / Arte
Con el advenimiento de la teoría crítica se torna evidente la pobreza argumental y los lloriqueos de la “llamada experiencia estética”, tan largamente confiscada por el conocimiento racional, pues es innegable que no encuentra ya –desde el siglo XX– asidero que desvele su importancia. Martin Jay interroga, ¿cuándo exactamente entró en crisis lo que llamamos experiencia? ¿Fue un acontecimiento o un proceso histórico causado por un trauma, como la Guerra Mundial, o hay algo más ontológico en juego? ¿Hay una noción coherente y unificada de experiencia o funciona de modos diferentes en contextos diferentes?
Al respecto, frente a una fotografía de Jeff Wall, exploramos “o acaso fantaseamos que los soldados podrían volverse y hablar con nosotros. Pero no, nadie está mirando desde la foto al espectador. No hay amenaza de protesta. No están a punto de gritarnos pidiendo que pongamos fin a la abominación de la guerra; [estos muertos] están desinteresados del todo en los vivos: en quienes les han quitado la vida; en los testigos y en nosotros. ¿Por qué habrían de buscar nuestras miradas?”. Nosotros –y este “nosotros” es todo aquél que nunca ha vivido nada semejante a lo padecido por ellos– no entendemos. No nos cabe pensarlo. “En verdad no podemos imaginar cómo fue; no podemos imaginar lo espantosa… y aterradora que es la guerra”, [convertida ya en normalidad] como ha dicho Susan Sontag.
Sólo resta constatar la posibilidad de que cualquiera que haya participado en la guerra nos cuente sobre ella, como se hacía antes cuando uno podía contar sus aventuras; Benjamin mostró de qué manera la experiencia va más allá de ser pensada como elemento subjetivo, epistemológico o psicológico, no sólo se trata de haber vivido un hecho en primera persona, eso no es lo que lo hace susceptible de aportar algún conocimiento o un tipo de experiencia que, con cierta autoridad, deje al margen la certeza, ya que si la certeza –por algún motivo– acaba reclamando para sí la experiencia, entonces, la autoridad ya no importa.
Por lo demás, es posible asumir que el placer estético; emanado de la fotografía, tiene vínculos estrechos con los objetos, la naturaleza o las situaciones relacionadas con vivencias individuales o sociales, tanto del autor de la imagen como del público que la recibe; es posible la catarsis estética del fotógrafo, como momento de inspiración, que se produce en un viaje desde el yo, el aquí o el ahora, hacia una dimensión intelectual de la percepción como disfrute sensorial de la comunicación, incluso más allá de la información, también es posible; y sin embargo, la experiencia estética no es una forma personalizada de mirar el mundo, la contemplación estética se centra en las relaciones internas y las propiedades del objeto, no en relación con nosotros mismos, tampoco con su creador o con el contexto cultural del que surge, se requiere de una “distancia” estética. Entendámonos, frente a la (im)posibilidad de la experiencia estética, urge construir otra manera de mirar al mundo.