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viernes, 19 abril, 2024
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Salvador Cienfuegos: de los secretos de un general soberbio (primera parte)

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Por: Elisur Arteaga Nava •

La aprehensión del general Salvador Cienfuegos en Los Ángeles, California, puso sobre aviso a muchos militares, algunas autoridades y uno que otro exfuncionario se mostraron preocupados. No es para menos. Está de por medio la detención de un general de división y exsecretario de Defensa, jefe máximo del Ejército mexicano.

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Trascendió que se le acusa, entre otros delitos, de transporte, distribución de drogas y lavado de dinero (El Universal, viernes 16 de octubre de 2020). Parto del supuesto de que el detenido es inocente. Pudiera tratarse de una acusación falsa de los grandes capos por no haber logrado su protección o colaboración. Más nos vale que así sea. La presunción de inocencia no lo pone a salvo de un pecado; no llega a delito, el de la soberbia.

Hasta ahora nadie había llegado a tanto atrevimiento. En México, el Ejército y sus jefes son intocables. Se les considera que están al margen de las leyes. El fuero militar, como sinónimo de impunidad, existe. Se benefician de él, preferentemente, los altos mandos.

La captura del general Cienfuegos sorprendió a Andrés Manuel López Obrador al estar corriendo entre tercera base y home; no le dio tiempo a pisar la almohadilla. Le marcaron out. Inicialmente reconoció que no sabía de la investigación; pasadas las horas cambió de opinión.

Ese general era famoso por su soberbia. Siendo aún secretario de Defensa se atrevió a cuestionar en público la viabilidad del aeropuerto de Santa Lucia, en contra de la opinión del futuro jefe máximo del Ejército, el actual presidente de la República. Otro ejemplo no ha sido recordado; es un detalle importante: al tomarse una foto con el entonces secretario de Marina, se atrevió a ordenarle cambiar de lugar, como si fuera su inferior.

Durante seis años fue secretario de Defensa; idéntico periodo al de sus antecesores. Ningún presidente de la República civil se ha atrevido a solicitar la renuncia de un secretario de Defensa. Les tiemblan las rodillas.

La aprehensión puso de manifiesto algo: exceso de confianza del general Cienfuegos, muchas deficiencias del sistema político mexicano y delicadas imputaciones contra gobiernos pasados.

Los comentaristas han aludido a los motivos de la aprehensión y a lo relacionado con ello. No se han referido al hecho de que en México no existe un servicio de inteligencia independiente, efectivo y confiable. Hay más errores.

Los morenistas, incluyendo a su jefe, por ignorantes e irresponsables, han cometido errores imperdonables:

Eliminaron las barreras que una larga experiencia y un prolongado ejercicio del poder habían aconsejado e implementado para contener a los militares y ponerlos bajo las órdenes de la autoridad civil. Quitaron los candados que ataban a un monstruo irritable, incontrolable y ahora, al parecer, insaciable.

Suprimieron la Guardia Nacional; ésta, en teoría, era instrumento civil que debía funcionar como un contrapeso al Ejército regular y sus abusos. Ahora es parte y depende de la Secretaría de Defensa. Dieron más poder a quien debieron debilitar.

Se eliminó el Estado Mayor Presidencial/Guardias Presidenciales, que funcionaba de manera independiente de la Secretaría de Defensa Nacional, dependía directamente del presidente de la República y que, llegado el caso, a decir de don Adolfo Ruiz Cortines, tenía un poder de fuego que superaba por el doble al que en su tiempo tenía todo el Ejército. Esto, a no dudarlo, era un elemento de control sobre los altos jefes del Ejército y un freno a sus ambiciones de poder o de riqueza.

Confiaron a las fuerzas armadas labores que salen de su ámbito ordinario de acción y, con ello, se les expuso a mayor corrupción. No fueron los morenistas, y sí los priistas y panistas, los que admitieron y reiteraron la práctica de permitir al secretario de Defensa saliente proponer al presidente electo una terna para elegir a su sucesor, en violación de la facultad que tiene de nombrarlos libremente (artículo 89, fracción II constitucional).

No fortalecer a la Secretaría de Marina, que ha demostrado ser más impermeable a los requerimientos de la delincuencia organizada.

Y el error más grave: no contar con un servicio de inteligencia independiente de las fuerzas armadas, capaz de recabar información tanto de civiles como de militares.

De unos años a la fecha, la labor de inteligencia se ha confiado a las fuerzas armadas. Ellas enderezan su acción sobre los particulares. Obvio, no se vigilan a sí mismos y, mucho menos, a los altos mandos. Hay excepciones, en ellas las acciones se enderezan contra quienes cayeron en desgracia o sobre aquellos que sirven de chivos expiatorios.

En un sistema como el mexicano, en el que prevalece el espíritu de grupo, que raya en complicidad, una inteligencia dirigida a sí mismo es inoperante e inviable. ■

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