La Gualdra 540 / Educación / Libros
Presentación
Con el apoyo de la Universidad Autónoma de Aguascalientes y el Instituto Cultural de Aguascalientes, se publicó el libro Ecos del Caracol. Textos de La Cofradía. Se trata de una antología de 42 autores que pertenecen o pertenecieron a La Cofradía. El grupo se formó en 1994 por iniciativa de profesores normalistas. Su propósito principal fue compartir gustos por la literatura e intercambiar poemas y cuentos escritos por dichos maestros; posteriormente, al grupo se fueron sumando otras personas atraídas no solo por la literatura, sino también por otras disciplinas artísticas. Los coordinadores del libro son Mario Cruz Palomino, Gustavo Meza Medina, Juan Carlos Delgado López y Salvador Camacho Sandoval.
- La impronta normalista
La iniciativa de crear La Cofradía provino, como ya se dijo, de un grupo de profesores normalistas, que recogían una tradición: en las escuelas normales, particularmente en las normales rurales, desde los inicios del siglo XX se formaba a los futuros maestros no solo en las materias que debían enseñar y en las ciencias y técnicas de la educación, sino también en las artes. Fue con esta tradición -que tiene una de sus raíces en el renacimiento cultural mexicano de la posrevolución- que estas escuelas formaron a maestros ávidos de participar en actividades artísticas. Para muchos el arte ya es parte esencial de su vida y esto se puede decir de quienes crearon La Cofradía. No hubo casualidades sino un continuo.
Poco a poco, la dinámica de los cofrades se fue transformando, se pasó de la lectura de textos ajenos a la escritura de los propios, en la modalidad que fuera: poesía, cuento, novela o ensayo; el propósito era escribir para luego “tallerear”. Las reuniones se fueron realizando en las casas, en donde, según observa el profesor Mario Cruz Palomino, había un ambiente favorable, donde leían y comentaban “los poemas, los cuentos, las crónicas, los palíndromos, los artículos periodísticos, sonetos irónicos que cruzaban como dardos envenenados entre ciertos compañeros, víctimas de las telarañas trasnochadas y de los efluvios etílicos de la más alta graduación”. Al profesor Mario Cruz le dio por condensar estas actividades en un símbolo, en un ícono, que fue el caracol partido por la mitad, siguiendo una leyenda indígena de Quetzalcóatl, que hace referencia a la unidad y a la infinitud del conocimiento, y también a la fertilidad y a la vida. Esta imagen se convirtió en portada del libro.
- ¡Viva la bohemia!
Hay otro rasgo sobresaliente de La Cofradía, que ha estado ahí desde sus primeros años: la bohemia; es decir, la presencia de un ambiente relajado y alegre, un tanto contracultural o subcultural, donde compartimos las artes, el vino y la risa. No se habla de deportes y menos de política. Nos reunimos cuando se puede en casa de alguno de los integrantes y, en ocasiones, en una noche de bohemia, la vida se vuelve despreocupada y llega la risa maravillosa y constante que contagia y libera, esa, que como dijera el poeta Miguel Hernández, nos pone alas.
Una parte de la tradición que cobija a varios integrantes de La Cofradía es la de maestros normalistas formados políticamente en una izquierda cultural que desde México supo de dictaduras militares en el sur, y se solidarizó con las luchas libertarias enarbolando la imagen del Che Guevara; aprendiendo las canciones de la Nueva trova cubana y el Canto nuevo latinoamericano. Desde una postura latinoamericanista, varios compañeros leyeron la poesía de Pablo Neruda, Mario Benedetti, Roque Dalton, César Vallejo y Nicolás Guillén; exploraron las crónicas y narraciones de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, y se fascinaron con la obra de Juan Rulfo. Y no es para menos, sobre todo cuando varios profesores iniciaron su trabajo en comunidades rurales pobres muy parecidas a las que este autor describe en sus célebres obras Pedro Páramo y El llano en llamas.
- Años de cambios
El tiempo pasó muy rápido. Hace ya un cuarto de siglo que inició La Cofradía, y la amistad y el gusto por reunirnos para compartir literatura y música continúan. Inicialmente, los integrantes eran hombres y desde hace un lustro se han incorporado mujeres. La pandemia no detuvo el entusiasmo y los viernes por la noche se abre la puerta virtual para la reunión. De vez en vez, expresiones de artes plásticas y escenas histriónicas se asoman, y los encuentros entre amigos se vuelven caleidoscopios. Sabemos de los problemas que ocurren y nos duelen, vamos con las transformaciones del mundo, escuchamos detenidos su palpitación, pero el grupo permanece, creativo y optimista. Sus integrantes, parafraseando una línea de un poema de José Emilio Pacheco, prefieren esa poesía que es como un diario en donde no hay proyecto ni medida.
Cuando La Cofradía inició recién había caído el muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética y con él, el término de la Guerra fría; algunos hablaron, incluso, del “fin de la historia”. En México, por estar pensando en el norte nos atrapó el sur, con indígenas que se levantaron en armas para luchar por justicia y una paz verdadera. Fueron años de rebeldía y esperanza que se colaban discretos en La Cofradía. Algunos optaron por la “literatura comprometida”, la poesía como arma política que denuncia y convoca, que lucha y tiene fe en un mejor porvenir. Rogelio Guerra nos compartía textos cargados de indignación por la injusticia y la desigualdad social; luego, yo cantaba “Para la libertad” y “Cómo gasto papeles”. Años más adelante, Zeus Guerra, en plena juventud vendría a ofrecer la cara rockera de esa rebeldía y de esa esperanza; y Adán Contreras, desde la literatura, prefería el humor y la irreverencia. Había llegado la nueva generación.
Casi desde el principio, Alejandro Collazo puso el rasgo musical al grupo, toca la guitarra, canta y sabe actuar; nunca pasa desapercibido, su presencia es chispa que crea incendios. Él es el autor de la canción “Y sigo aquí”, que se ha convertido en el himno del grupo y que invariablemente se canta con enjundia en las reuniones.
- Celebrar la vida
Mención aparte merece la incorporación de mujeres al grupo. Ellas y los jóvenes han dado ánimo renovado al grupo. Ahora, estas voces se reúnen en esta antología plural y fraterna. La diversidad de temas, estilos y géneros presentes en este volumen permite un acercamiento flexible y sugestivo. Son 42 autores, 42 voces, 42 universos que se mueven con imaginación lúdica y creadora. Quienes aquí escriben se saben herederos históricos de miles y miles de voces, y se proyectan con arrojo y sueños hacia un futuro incierto y retador, deseosos, quizás, de que en este mundo convulso el arte nos pueda salvar.
Y junto al arte, están las relaciones humanas que tienen lugar en espacios y tiempos determinados, encuentros de personas concretas con nombres y apellidos. Es por esto que me convenzo cada vez más de que si bien en un principio el propósito de La Cofradía era reunirnos para participar en el mundo de las artes, ahora, después de un cuarto de siglo, también nos juntamos para celebrar la vida, que es maravillosa -no obstante la cara oscura de la luna-, convencidos, diría Aldous Huxley, de que “la gloria y la maravilla de la pura existencia pertenecen a otro orden, más allá del poder de expresión que tiene el arte más elevado”. Y eso, francamente no tiene precio: ni se compra, ni se vende.