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martes, 25 junio, 2024
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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Está en el aire la sensación de estar viviendo una elección presidencial adelantadísima. Con las preferencias tan claras en favor de la continuidad de la cuarta transformación (hasta el momento), pareciera haber más en juego en la determinación de quién abanderará la candidatura presidencial en Morena, que en la elección constitucional que tendrá lugar el año próximo. 

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También está en el aire la sensación de encontrarnos en una coyuntura como la que vivió el General Lázaro Cárdenas cuando tuvo que elegir sucesor teniendo como opciones a Manuel Ávila Camacho o a Francisco Mújica. 

El primero representaba la opción moderada, la conciliatoria, la consoladora a un sector numéricamente menor pero fácticamente poderoso, cuyos intereses había afectado el cardenismo. 

El segundo era la opción que profundizaría, o cuando menos sostendría los avances sociales que el gobierno que terminaba había alcanzado. 

Cárdenas, aparentemente calculando la ira de los vecinos del norte y las potencias mundiales, así como la furia reaccionaria de quienes habían salido raspados por priorizar a las mayorías, optó por el primero. 

Casi un siglo después no son dos (formalmente), sino seis quienes se encuentran en la posibilidad de encabezar la defensa de los comités de la cuarta transformación y a la postre la candidatura presidencial en 2024. 

Dos de ellos, de partidos distintos a Morena, el eje rector de la coalición, han hecho su labor en la representatividad de la fuerza electoral a la que pertenecen, pero no tienen posibilidad alguna de ir más allá. 

Otros dos tienen errores en el timing. Uno llegó tarde a la contienda y a pesar de colarse en tiempo record, no hubo suficiente impulso para disputar el primer lugar. Al otro, por el contrario, no se le hizo tarde, sino demasiado temprano, y se desinfló mucho antes de llegar a la última etapa. 

La cuestión está entre dos perfiles, y con tanta lejanía entre uno y otro, que la incógnita parece despejada. 

Si las encuestas se confirman, Claudia Sheinbaum será en pocos días coordinadora de defensa de los comités de la cuarta transformación. Y esto será posible justo porque la popularidad de esta fuerza política hace lógico que se busque su continuación y no su moderación, y ella y su permanencia en el mismo lado, sin zigzagueos ni coqueteos, han convencido que en ella se tiene al perfil que mejor representa a la 4T.

Así lo refleja su trayectoria personal en la izquierda, muy anterior a la proximidad con López Obrador. Creció en la cercanía familiar con Valentín Campa, llevando de comer a los presos políticos del 1968, y participando en cuanto movimiento social y lucha popular se topó.

Testimonios y fotografías dan cuenta de que Claudia acompañó luchas obreras de la refresquera Pascual, huelgas de madres de desaparecidos en los setenta, o protestas en los tiempos del salinismo. 

Creció desayunando, comiendo y cenando política, pero no desde la perspectiva del escalafón en el cual avanzar de puesto en puesto porque vivir fuera del erario es vivir en el error. Sino como el espacio de lucha para darle cauce pacífico a sus ideas.

Ese perfil, aunado a un estilo de gobernar en el que se priorizó el bienestar social, la creación de instituciones de educación superior y la universalización de becas escolares y fortalecimiento de programas sociales dan confianza de continuidad a la cuarta transformación.

El reto no será menor, estamos apenas ante el primer escalón y si bien hasta ahora parece con la altura de miras y el oficio político para transitarlo, viene lo más difícil, transitar las ambiciones que aunque quizá legítimas no dejan de ser individuales y luego reafirmar a un movimiento que por más que lo ha querido, no ha podido trascender lo suficiente para ser posible más allá que su fundador. 

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