Cada etapa del Giro de Italia es el capítulo de una novela que aún se escribe en este momento. Una epopeya en la que esta vez Isaac del Toro personificó al héroe clásico que tuvo que sobrevivir a la montaña indomable, al ataque de los enemigos, al sufrimiento indescriptible sobre el cuerpo ya demasiado castigado, y a su propio ejército que hasta hoy parece reconocer que el mexicano enfundado en rosa es el capitán indiscutible. Este joven bajacaliforniano de sólo 21 años ganó por fin una etapa de esta carrera que se disputa por entregas folletinescas y aumentó la ventaja en la clasificación general sobre sus principales perseguidores.
Del Toro conquistó la etapa 17 después de haber estado tan cerca en una ocasión y de mantenerse de líder por más de una semana; esto lo convierte en un firme candidato a conquistar el Giro. El triunfo de este miércoles fue una proeza táctica: Del Toro aguardó con paciencia ejemplar, dejó que se destrozaran por delante algunos ambiciosos o temerarios, mientras él pedaleaba constante con la mente puesta quién sabe dónde, pero con la suficiente voluntad para permanecer atento. Y junto a él, el verdadero peligro, aún más que el abismo que esconden las escarpadas montañas del Mortirolo, Richard Carapaz, un ecuatoriano que asalta en este tipo de geografías con la solvencia de un bandolero.
La distancia del mexicano sobre Carapaz es de apenas 41 segundos. Un suspiro cuando las siguientes pruebas de altura son el escenario natural del sudamericano que esculpió sus piernas en la sierra andina de Carchi. Fue curioso, pero cuando Del Toro parecía competir en la más absoluta soledad, pues su equipo UAE Emirates estaba dispuesto para ayudar al líder, el español Juan Ayuso, cruzaba la meta con la apariencia de un ser frágil que se desmoronaba en emociones y llanto. Esta vez no, porque traspasó el umbral con una templan-za que daba miedo, como si la jornada del miércoles hubiera significado su rito de paso a la madurez.
Para conseguir esta proeza, Del Toro se sobrepuso al Mortirolo, un macizo de montañas temibles: no hay un solo metro llano en este recorrido, con rampas desafiantes y descensos que conducen al abismo; ahí este muchacho de 21 años resistió el tormento de dos semanas de castigo a su cuerpo, la amenaza del peligroso Carapaz que rueda pegado como una rémora, y sobre todo a su propio equipo, cuyas estrategias son tan confusas que en este momento tienen al mexicano en una situación comprometida. Pese al liderato, no hay nada seguro todavía.
El filósofo Roland Barthes escribió en su libro Mitologías que la geografía del Tour de Francia está sometida a la necesidad épica de la prueba. Los elementos y los terrenos están personificados, pues el hombre se mide con ellos y, como toda epopeya, interesa que la lucha oponga dimensiones iguales
, planteó en su ensayo sobre esa carrera. De forma análoga, esta etapa del Giro es una de las más atractivas para los aficionados, porque los 155 kilómetros de recorrido van de San Michele All’Adige hasta Bormio, pero atraviesan el mito, el Mortirolo.
Suena a martirio. Lo es, porque en el ciclismo se dice que es un puerto de montaña imposible, una prueba con rampas que hacen palidecer y descensos que son el contorno del abismo. Este macizo montañoso tiene sus leyendas más allá de las ruedas, por sus laderas se dice que Carlomagno derramó la sangre de las tropas lombardas. Dicen esos relatos legendarios que Mortirolo viene de Mortarolo. Lo que sí es cierto fue que en estas laderas los partisanos dieron cruentas batallas a los nazis en la primavera de 1945.
El plan
Esperábamos algunos ataques en el Mortirolo. No queríamos dejar que los favoritos de la general se fueran. Crucé hacia ellos y luego me lo tomé con calma. Los alcan-cé en el descenso. Habíamos hecho este plan con el equipo: yo ataca-ría en la última pequeña subida
, contó Del Toro al final de la prueba.
Era notorio que esta vez, con Ayuso totalmente fuera de combate, se volcarían por fin a trabajar para su líder, el joven mexicano con la maglia rosa. De pronto, Del Toro se perdía en el pelotón, mientras algunos desesperados se iban a la cabeza, esa posición tan ilusoria como efímera, el equipo Movistar hacía la fila para apoyar a su capi-tán, el colombiano Einer Rubio. Volteaban para cuidarlo, algo que nadie hizo con el Torito en las semanas previas.
Cuando faltaban ocho kilómetros del final, en un estallido salió una saeta rosa por un costado y pegado, demasiado cerca, el ecuatoriano Carapaz. Juntos era un cuerpo sólido, un bólido que dejaba atrás al resto de los mortales.
Un duelo de dos almas atormentadas que se desplazaban con una gracia peligrosa por una carretera escarpada. Del Toro manda, pero Carapaz, amenaza. En algún momento, el Giro sólo era de un mexicano y un ecuatoriano. El de Carchi logró adelantar al de Ensenada y parecía que volvería a hacer una de sus remontadas históricas, pero en el descenso vertiginoso, el líder de rosa se coló por el ángulo de una curva y dejó atrás a la amenaza. Una fuga silenciosa, sutil y elegante, que avanzaba constante, con ese peda-leo que parece infinito y se alejó como un disparo rosa en la montaña.