La Gualdra 567 / Poesía / Libros
Fernando siempre ha escrito poesía. Los temas sobre lo que ha escrito son varios: de llanuras ocres y caballitos de plástico recordando su niñez hasta de cómo en la luz de una capilla van dando traspiés las sombras de los muertos. O algo así. Mis interpretaciones no tienen los velos académicos ni asumo que toda poesía en Chiapas tenga que ver con tradición ni escuelas ni generaciones. Así he leído Tristera. Que es una ruptura con la candidez. De un día a otro, Fernando tiene que reconstruir el duelo, la ausencia, los abismos que deja la muerte de su padre. Los grandes lienzos de la palabra en la casa vacía; y sacudirse los objetos inanimados que caen cuando el tiempo se detiene. Tristera es la región más fría del mundo, al menos para el alma y la necesidad de insistir en la palabra, porque gritar, gritarlo –si bien es una realidad abierta y amable– no salva como la poesía y su ojo de silencio que ilumina al joven poeta derrotado.
En Tristera hay flashbacks, recuerdos, reflejos de la tarde de un viaje por carretera, la intimidad de los sueños, niños viéndose en el espejo retrovisor de un auto clásico, el más bonito de Tuxtla Gutiérrez.
En Tristera hay hijos, nietos, una madre –figura a contracorriente en busca de regresar a los días felices.
El poeta en el centro del duelo y el entorno que lo rodea: caminitos de tierra, partidos de futbol, fiestas de cumpleaños, complicidades que no ventilaremos, el Guggenhein de artes marciales, que no era más que una prepa de malandros: la Latino.
Y tantas cosas más que un padre deja cuando parte. La tristeza, la tristera, los ríos a los que no regresaron, el aeropuerto de la Ciudad de México después de la FIL en Guadalajara, el arbolito que tiembla en la ventana de un hotel de una ciudad de tantas; y el poeta, el hijo, que escribe para recordar quién es, para preguntase qué caminos le quedan para caminar.
Es Tristera un libro sobre la muerte y la desolación; abre las puertas a los desterrados, pone a prueba la buena voluntad del poeta cuando lo que quiere es golpear, renegar, desaparecer. De hecho naufraga. Y se naufraga sólo cuando se está en constante conversación con Dios y sus sombras y sus caballos y sus alacranes. Hasta que una niña, Isabella, dice sentir “tristera” por la partida de su abuelo. Y la luz se revela en el sonido del río.
Saltan los peces y el poeta se pone a escribir y termina un libro y lo envía a un concurso y gana y un ovni es derribado en Alaska y un tal Messi es campeón del mundo y yo digo: larga vida a don Fernando Trejo Molina.
*Luis Daniel Pulido. Ha publicado los libros Pollito Card, UNICAH; También de dolor se derrotan zombis mutantes, Cohuiná Cartonera; Intencionalmente náufrago, Editorial Carámbura; Prohibido degollar patos, Editorial Almada Broders; Nunca sonrías a Optimus Prime, Espejitos de papel Editores, Puerto Rico; El apetito de los ciegos, Editorial Public Pervert; Bruce Wayne y la generación X (un concierto de rock para Chulpan Khamatova), Editorial Popotito 22; Baxter Memories (vida y obra de Víctor Von Doom), Tu Kung Fu no es poderoso (Gran Jefe Apache escribe poemas de fertilidad), Prohibido degollar patos, Porterear, escribir, Tifón Editorial; ¿Qué sé yo de nadie? Editorial Arboleda, San José, Costa Rica.
https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_567