«Abranle para matarlos a balazos, cabrones” fue la frase que hizo célebre el presidente municipal de Yuriria, Guanajuato con la que los alcaldes de todo el país exigieron en Palacio Nacional más recursos para los municipios.
Los segundos que duró la escena fueron suficientes para sintetizar lo que parecía más un acto teatral político que un reclamo con respaldo ciudadano.
Si bien ya se cuestionaba qué necesidad había de una protesta de esa manera en lugar de una reunión consensuada, ya se preguntaba por qué ir a la sede del Ejecutivo estando el asunto en manos del legislativo, y ya se sabía que habían rechazado la interlocución con la oficina de atención ciudadana y la secretaría de Gobernación, no fue hasta esa escena que quedó tan claramente el tono e intención de los alcaldes, en su mayoría panistas (y aliados) que participaban de la protesta.
Semanas atrás el ambiente ya estaba crispado, representantes populares de entidades como Chihuahua y Nuevo León ganaban notas con discursos que llamaban a romper el pacto fiscal.
Hace ya muchos años se escuchaba un discurso similar a los estados petroleros, y hoy en día pueden escucharse argumentos parecidos en torno al fondo minero.
Pese a que se habla tanto del pacto federal y de no dividir, se sigue pensando desde lo individual cuando se habla de los recursos públicos.
Lo hacen algunos ciudadanos, incluso los que semanalmente prometen amor al prójimo, pero día con día lamentan que el dinero público se utilice en otro que lo necesita muy probablemente más que ellos. Bajo esa tónica rechazan que se use el erario para realizar abortos, pero tampoco les gusta que se use para promover la educación sexual. Demuestran su xenofobia quejándose de lo dedicado a migrantes latinoamericanos, y repudian que se paguen becas.
No obstante esperan que las constructoras puedan vivir del dinero público, y esperan que las asociaciones civiles sean patrocinadas por el estado aunque sin responder a su normatividad.
De la misma manera, a algunos estados como Nuevo León les molesta que se invierta en el sur, y en las zonas más pobres del país aunque sean éstas las que más las necesiten.
En ocasiones el dilema no está entre invertir entre los que más lo merecen o los que más lo necesitan, sino en lograr que las decisiones de la inversión estén bajo control del cacique local para pagar con ello los compromisos de campaña, o bien, en el mejor de los casos, para poder capitalizar el beneficio político de lo que se haga.
Para quienes mantienen esa tónica se ha cerrado una gran oportunidad con la redistribución del Fondo Minero, porque se acabaron los legisladores gestores cuyo discurso se centraba en su poder de lograr cierta cantidad de dinero, aunque en algunos casos eso costaba una comisión ilegal e inmoral para el legislador, y en otros costaba su respaldo a medidas anti populares como por ejemplo el gasolinazo.
Se acabó esa posibilidad, que en todos estos años no significó mejora sustantiva para los municipios beneficiarios, pero quizá ahora despierte la creatividad de los alcaldes a quienes ha sido más fácil vivir a expensas del estado o del gobierno federal, que animarse a cobrar lo que en sus leyes de ingreso corresponde.
No se trata de ahorcar más a los ya cautivos, pero el escándalo del adeudo por predial de Diego Fernández de Cevallos deja al descubierto que si se les rasca un poco, probablemente haya unos cuantos millones filtrados por ahí, por no cobrarle a personajes rimbombantes lo correspondiente al impuesto predial.
Es momento de ser creativo y recordar si no se queda nadie sin pagar predial ¿también las empresas privadas están al día?, momento de cobrar todo el uso de espacio que deben cobrar ¿lo hacen los restaurantes y comerciantes? Es hora de sacar provecho del basurero municipal, ¿no hay entre los desechos algo para comercializar?
También es momento de replantearse ¿no hay gastos superfluos en una administración municipal? ¿Vale la pena ese duelo por hacer la feria más grande qué hay entre alcaldes como si de organizar fiestas de 15 años se tratara? ¿No hay en los gastos de regidores nada qué recortar?
Es momento de asumir que si se esperaba un cambio también se tenía que estar dispuesto a cambiar. ■