En temporadas de calor, las moscas germinaban como las semillas en tierra fértil. Y si moría un animal peor tantito, entonces pululaban en enjambres de millones.
Cuando llovía era ocasión propicia para ver esos planes secos y terrosos, verdecer como esmeralda.
Las moscas no eran comunes sin alimento ideal para ellas. Animales muertos, basura, comida putrefacta tirada o las cacas de vaca y los pasojos de los caballos, burros o mulas. Las bolingas de los chivos y borregos no generaban tanta cabrona mosca, decían los campesinos.
Llegaban tiempos de aire o frío y las moscas desaparecían. Nadie sabía dónde se metían, pero dejaban de molestar con su repulsiva presencia.
Sin embargo, por esos días los hombres del campo no eran ajenos a la presencia de estos insectos. En las casas también se daban por miles cuando no aseaban bien los utensilios o la comida quedaba expuesta a la intemperie ante la carencia de refrigeradores o donde almacenar las cosas.
En los zarzos colgaban los quesos para que terminaran de cuajar y secar y duraran tiempo y ser comidos con el tiempo. Del suero oloroso que soltaban manaba la presencia de moscas. Eran como una maldición. En las ciudades se podían comprar unos tubitos amarillos de los cuales se sacaba una tira igualmente amarilla embadurnada como de grasa pegajosa en la cual las moscas curiosas se pegaban y morían pues contenía veneno. Menos recomendables eran los platos de cartón con azúcar rosa que semejaba el color del dulce de alfajor. En casa no debían usarse pues los niños podrían confundirlo con dulce y tragarlo.
De las historias relacionadas con falta de elementos para conservar la salud, se recuerda la de Don Blas Izáis y su método para quitar el dolor de muelas en esas comunidades poco acostumbradas a lavarse los dientes tres veces al día cuando las caries se presentaban con sus dolores que normalmente se presentan en la noche.
Esa persona ignorante decía que para acabar con el dolor no había como calentar una aguja de arria -que servía para cocer los costales de ixtle usados en el almacenaje del maíz- hasta que se ponía roja y entonces a la persona que sentía los dolores se le abría la boca lo más grande que se podía y se introducía la punta en el hoyo del diente o muela para matar la infección y asunto resuelto.
Don Blas provocaba un dolor mayúsculo olvidando por horas el de la pieza dental. Una vez que pasaba esa molestia volvía el padecimiento bucal.
Hilvanado a lo anterior, en La Cantera –comunidad donde también nació Chon Castro, líder campesino que quiso gobernar la cabecera municipal bajo la ideología de la izquierda-, en una ocasión se supo que un pelao de atiro cerrao el ingrato quiso terminar con las afecciones de uno de sus hijos que padecía de hacía tiempo un dolor de muelas.
Sin anestesia ni cuidados o aseos quirúrgicos previos, mucho menos en sus afanes odontológicos, con un cuchillo se montó por encima del cuello de su hijo de unos 17 años, y comenzó a clavar la punta del instrumento. Lo movía de arriba abajo destrozando musculo de las encías hasta tronar hueso del maxilar inferior y hacer que la muela se despegara.
Ruidos guturales como de quien se ahoga con agua haciendo gárgaras abundantes, el muchacho aquel expulsó borbotones de sangre y la muela careada. El papá metió un paño sucio en la oquedad de la encía para detener la hemorragia.
La debilidad del joven por la pérdida de sangre hizo evidente con el desmayo que algo fatal podría pasar. A kilómetros de la segunda ciudad en importancia del estado y el tener que recorrer horas por caminos de terracería dando tumbos en viejas y destartaladas camionetas hasta Fresnillo, no aseguraban que la vida del muchacho se salvara.
A dos días de haberle sacado una muela con cuchillo y taponeado la herida con trapos sucios solo remojados con alcohol no detuvieron la vida luego de una fuerte infección. Murió el joven. Iba camino a la ciudad. Sus acompañantes en la cabina de la camioneta asoleada eran varias moscas. A su derredor todo era dolencia y calor. Lo demás era sol. ■
*Comunicador.