La Gualdra 587 / Río de palabras
Vivir es increíble
La primera vez me ocurrió cuando tomé un bus que iba rumbo a Tijuana. Subí y guardé mi maleta en el portaequipaje de arriba del asiento. Encontré una nota escrita a mano que se titulaba ‘Vivir es increíble’. Apenas comprendí la ininteligible caligrafía. No le di importancia al contenido, pero me quedé con la hoja. Para la quinta vez que me pasó, todas las notas escritas a mano, con diferente caligrafía, en lugares tan distantes como Mexicali o San Cristóbal de las Casas, entendí que era una especie de conspiración, o eso creí, de gente que anotaba temas o hechos que les resultaban increíbles. Ningún texto tenía sentido, hablaban sobre búhos, cornisas, puentes, cucarachas, la noche, el sol, los planetas. Los textos no eran autobiográficos precisamente, no lo parecían, ni cartas de amor, ni hojas de un diario. Eran, son, fenómenos lingüísticos, si se me permite esa descripción, juegos con el lenguaje, paradojas, adivinanzas, trabalenguas, laberintos, esculpidos con grafías, llevados al sintagma, pero que pueden significar cualquier cosa, o nada. Un día Hernández Estrada me mandó un mensaje que se titulaba ‘Vivir es increíble’; otro día Adrián Morant hizo lo mismo. Se habían contagiado del ejercicio, del virus escritural. Yo me pregunté qué tan pertinente era que entrara en aquella confrontación. Estaba frente al Palacio de Bellas Artes, uno de mis más entrañables amigos se había quitado la vida y lo entendí todo: vivir es no creíble, resulta absurdo estar vivo, es totalmente ilógico que habitemos un planeta en donde las plantas crecen, lo animales se desarrollan y evolucionan, los seres humanos pueden hacer uso de un lenguaje para no comprenderse. Entendí que vivir no tenía ningún sentido. Entonces me encontré con Jánea Estrada y le planteé que me dejara escribir una serie de textos que llevaran el mismo título siempre: ‘Vivir es increíble’. Le conté lo mismo que les estoy contando en este texto y ella aceptó, me invitó a participar en La Gualdra. Luego volví a mi camino. Escribo estos textos y los abandono al poco de terminarlos. Cruzo el océano en una barca en donde no me acompañan ni las estrellas ni el agua salada. Hace poco vi una ballena, se detuvo a charlar conmigo sobre la marea. Decía no entenderla, no entendía en qué consistía su existencia. Dijo de ella misma, que las ballenas existían para comerse marinos y barcos, pero que en mi caso, ni era marino ni la balsa donde flotaba casi a la deriva podría considerarse apetecible. Desperté y estaba en mi cama, en mi cuarto. Afuera sonó un disparo que entró por la ventana. Me toqué y no sangraba, estaba vivo, o eso parecía. El espejo se comenzó a cuartear y los grillos cantaban algo como mi nombre.
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