Permítame el lector, auto-citarme, de otro artículo publicado en estas páginas, titulado: Buena política y constitucionalismo contra el populismo (parte I), del día nueve de noviembre de 2016, en la que aclaro mi concepción del término populismo: la estrategia de atraerse el voto o la simpatía de las clases populares a través de declaraciones y/o propuestas irresponsables, dado que se hacen sin sustento, con el simple objetivo de consolidarse en el ánimo popular, no pocas veces rayando en la demagogia, esta última, en términos de la Real Academia Española: “Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”.
En este sentido es que clasifico como populistas las estrategias empleadas por los impulsores del Brexit, en el Reino Unido, el No, en Colombia y Trump en los Estados Unidos. El mundo vio volcarse a las mayorías en una sorprendente y triste manifestación de repudio a la clase política y sus representaciones, a través de decisiones no del todo inteligentes, sino más bien impulsadas desde el ánimo emocional, permitiendo que éste supliera en todos los casos al racional, lo que nos tiene hoy, en un mundo convulso, complejo y peligrosamente parecido al de épocas que pareciendo remotas y superadas han vuelto para preocupación general.
Amplios sectores de la ciudadanía de los países citados, han optado por ofertas que prometen lo imposible: regresar el tiempo en un futuro próximo inmediato; el alarmante resultado de esta ecuación podría significar lo contrario: perder el pasado y agotar el futuro.
Sin embargo, a la par de dichas expresiones, ha habido otras, que si bien parecieran minoritarias (el caso más complejo de definir en este sentido es Estados Unidos, donde ha sido una minoría clara la que ha decidido que Trump sea el Presidente de aquella nación), son una esperanza franca y retadora: la que ha decidido tomar la cosa pública como suya y responsabilizarse de ella.
En Reino Unido, las generaciones jóvenes han optado en quedarse en la Unión Europea, símbolo más acabado de la colaboración global en la actualidad; en Colombia las víctimas de la histórica guerra han decidido pensar en el perdón y la paz, más allá que en la venganza y la revancha; en Estados Unidos, múltiples manifestaciones en contra del odio y la xenofobia han sido las noticias que han sucedido a la victoria del, en términos de la revista Letras Libres, “fascista americano”. En todas, es importante destacarlo, las instituciones jurídicas (principalmente las Cortes), han tenido una interesante intervención de interpretación de los principios constitucionales en beneficio de la pluralidad, fincada en los derechos humanos.
Pero no ha sido solo en el extranjero, en México hemos sido testigos de movimientos singulares y únicos en nuestra historia, que permiten reconocer también, eso que hemos llamado en el título: responsabilidad cívica, hacerse cargo de lo que nos corresponde como ciudadanos, como miembros del todo, de la cosa pública, del conjunto que nos identifica, del espacio en el que nos desarrollamos, vivimos y aspiramos, del mínimo indispensable para la convivencia y el bienestar común.
El más significativo de estos fenómenos sin duda ha sido la articulación de los esfuerzos de diferentes sectores de la sociedad civil para el impulso de la iniciativa ciudadana de Ley General de Responsabilidades Administrativas, conocida popularmente como Ley tres de tres, que, más allá de haber obtenido textualmente lo que proponía, ha logrado avances nunca antes vistos en la dinámica de la relación abierta, transparente y pública, entre representantes y representados. Hemos sido testigos de un insólito debate, reproche y pluralidad de voces, en un ámbito totalmente democrático e institucional.
Otro evento que podríamos considerar en este sentido, son las elecciones del mes de junio pasado, en el que los ciudadanos decidieron castigar a los gobiernos que consideraron ajenos a sus demandas, necesidades y visión, con una percepción de corrupción cínica. Más allá de si la elección que hicieron es inteligente, el acto a destacar es la accountability vertical (en términos de O’Donnell), que han ejercido. Estas elecciones vinieron a confirmar lo que vivimos en 2015: el nacimiento de una pluralidad que abandonó la amplia clasificación de tres opciones predominantes y consolidó una pluralidad que se expresa, cuando menos, en siete opciones, de mayor o menor proporción, incluyendo a los independientes.
No hay balance que parezca justo ni definitivo, hay sí una clara ambivalencia, propia del mundo en el que vivimos en este 2016; el 2017 nos ofrece oportunidades para determinar qué camino tomaremos cada uno de nosotros y con ello, qué papel queremos tener en la vida pública. ■
@CarlosETorres_
*Miembro de Impacto Legislativo, OSC parte de la Red por la rendición de cuentas.